Continúa el avance del postcapitalismo

EP

En los últimos días hemos conocido dos noticias que nos recuerdan la profunda remodelación socio-económica a medio y largo plazo en que las elites andan sumergidas: por un lado, en Alemania se discute la reforma de la prestación por desempleo, considerada por algunos como el primer paso hacia la renta básica universal, y que se ha denominado Bürgergeld (traducido, «dinero ciudadano»); no es una broma de mal gusto, sino una manera de restregarnos por el rostro cuál va a ser la evidente fuente de financiación de estos fondos. Por otro lado, el gobierno de la llamada Comunidad Autónoma de Cataluña (España), que ya nos tiene acostumbrados a su condición de punta de lanza de la ingeniería social, ha aprobado un programa piloto de renta universal. Se ha definido políticamente como un «cambio de paradigma» respecto del modelo de Estado del Bienestar instaurado tras la Segunda Guerra Mundial.

Lo que viene es, quizá, lo único positivo de estas noticias: el mensaje de que el Estado del Bienestar multi-servicio muere para dar vida a otro sistema de subsidio único, mucho más manejable, y que permite rebajar sustancialmente las expectativas de sus preceptores. Dicho en román paladino: el producto gourmet pasa a ser comida rápida. Adiós, por tanto, a las políticas de máximos, del mucho-para-muchos (inversión creciente en servicios públicos, pensiones al alza, etc.), y hola al plato de lentejas universal, el régimen del poco-para-todos, con más regusto soviético que capitalista. Será que la basura, con el andar del tiempo, acaba oliendo toda de igual modo.

Curiosamente, en un tiempo en que diariamente llegan a nuestros oídos las sonatas apocalípticas relativas al clima o (aún) a los virus actuales o por venir, pocos parecen prestar atención a un fenómeno que sí va a afectar masivamente a las sociedades llamadas desarrolladas, por más que, veladamente, las políticas gubernamentales lo esté descontando día tras día.

Queda claro, pues, que para la sociedad posmoderna de la ultra-comunicación y la hiper-información, lo que no salte a la palestra del oligopolio mediático, no existe. Tal es el estado de la llamada «opinión pública», ese engendro supuestamente espontáneo que rige sabiamente los destinos democráticos. Así, aunque veamos el cielo oscuro y con estrellas, mientras los mass media no nos digan que es de noche, podemos seguir perfectamente pensando que es mediodía.

Y, así, aunque nos digan claramente que en 2030 no tendremos nada, que acabaremos comiendo insectos, o que la mayoría de la población vivirá de un subsidio en un cuchitril hiper-conectado, el discurso oficial sigue por los vericuetos de la alarma social vírico-nuclear-climática. Y todo pensando, ingenuos de nosotros, que día tras día saldrá el sol y seguiremos teniendo qué comer.

Gonzalo J. CabreraCírculo Abanderado de la Tradición y Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia