El hombre providencial es aquel cuya acción en un tiempo y lugar concretos es virtualmente capaz de salvar una época entera cimentando con su ejemplo el éxito de sucesivas generaciones. Hoy el campo español, que lucha estos días por sobrevivir ante la nueva tiranía global que amenaza su existencia misma, necesita un hombre providencial. Y ese hombre tiene nombre y apellidos: José María Gil Moreno de Mora (1925-1979). Su vida y obra es tan tristemente ignorada como necesaria para comprender los males del campo que hoy justamente denuncian desde los tractores quienes ven amenazada su forma de vida.
Proveniente de una importante familia de la burguesía catalana (su bisabuelo, Pedro Gil Serra, destacado financiero con actividad en París, fue el primogénito de Pedro Gil Babot, político liberal y hombre de negocios que durante el siglo XIX adquirió importantes propiedades desamortizadas), lo que no le impidió denunciar la responsabilidad de aquella clase en el proceso histórico contra el mundo rural, pronto se dedicó a la vida labriega y campesina con entusiasmo y devoción, dirigiendo y explotando las fincas y los cultivos familiares en la provincia de Tarragona, complementando su pasión por el campo con un intenso apostolado político y asociativo en el mundo agrario. «La vida campesina —escribió en su obituario su gran amigo, el jurista y director de la revista Verbo Juan Vallet de Goytisolo— forjó su carácter y personalidad. Se sentía enamoradamente campesino y labrador, y ese amor los desbordó más allá de la dirección de su finca. Fue Presidente de la Cámara Sindical Agraria de Tarragona varios años; y volvió de lleno hace algo más de dos años a la actividad sindical hasta unos meses antes de su fallecimiento. Vivió las últimas elecciones para las Cámaras Agrarias en las que muy acertadamente luchó. De él fue también la idea y las directrices de la Confederación Rural Española».
Destacado colaborador de la Ciudad Católica y la revista Verbo como publicista católico, sus trabajos se centraron sobre todo en los problemas del mundo agrario y campesino, que escudriñó con una profundidad hasta entonces inédita. Así recordaba Vallet la impresión que Gil le causó al gran Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad hispalense: «No puedo olvidar el entusiasmo de nuestro querido amigo, el Profesor Francisco Elías de Tejada, al descubrir que aquel lego en filosofía y en derecho, con su sentido común y su experiencia de la naturaleza viva, filosofaba perfectamente, por completo a tono con la mejor doctrina clásica del derecho natural».
Frente a quienes únicamente eran capaces de ver los males superficiales del campo español, ya entonces acuciantes, Gil Moreno de Mora fue plenamente consciente de su alcance profundo de manera que no sólo se limitó a proponer soluciones provisionales o epidérmicas, sino que defendió la necesidad de elaborar toda una doctrina del campo: «Porque es importante para toda la nación que la civilización campesina, en su concepto más amplio territorial disperso y de variada actividad, no desaparezca, no sólo por su contenido material, sino por su hálito espiritual, es por lo que ahora es necesario desarrollar una doctrina del campo que nuestros abuelos evidentemente hubiesen considerado como una perogrullada, pero que millones de actuales ciudadanos desconocen en su más simple fundamento» («Salvar el campo, salvar la Patria», Verbo).
Comprendió como nadie nuestro hombre que, si no todos, la mayoría de los males que hoy sufren los agricultores y ganaderos, las gentes del campo, los campesinos en general, son el resultado de un proceso histórico revolucionario emprendido siempre desde la ciudad. Así resaltó muy oportunamente la naturaleza urbana de las revoluciones políticas modernas: «Contra estas realidades que el campo impone a sus hombres existe un proceso histórico por el cual las ciudades de los mercaderes se fueron adueñando de los resortes del poder o influyeron en ellos causando una acción contraria a todo el campo de la que surge la consecuencia de su actual abandono y despoblación. La Administración desde los grandes centros urbanos actuó ignorando las características naturales del campo, determinando esquemas de estructuras y divisiones artificiales y legislando tremendas reformas que afectaron la esencia misma de las actividades. En España, el Decreto de Nueva Planta, la Desamortización de los bienes comunales y de la Iglesia, la supresión de los Fueros, los Planes de desarrollo, etc.» («Sindicalismo campesino», Verbo).
(Continuará)
Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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