Consideraciones cataríes

Actual Emir catarí Tamin Al Thani, fuente: La Nación

Todo lo relacionado con el Campeonato Mundial 2022 de federaciones de fútbol ha despertado cierta controversia en los medios con consideraciones muy variadas, incluidas las de los articulistas de nuestro periódico. Por mi parte, trataré de diferenciarme de los otros correligionarios al partir del Mundial como algo tangencial y, como compensación, analizar con cierta profundidad al emirato que le ha servido de sede.

Este interés me surgió con la lectura de un artículo de la mismísima Deutsche Welle «aclarando» la controversia acerca de las muertes de trabajadores en los estadios del emirato. Fue llamativo notar que la cifra proporcionada por Amnistía Internacional se refería, según DW, a muertes durante un período de nueve años —2010 al 2019— y que las de trabajadores durante la construcción fueron literalmente 37 —o al menos las cifras oficiales así lo exponen— mientras las otras quince mil serían defunciones de inmigrantes que llegaron durante ese período de otros países islámicos y que es necesario precisar que el emirato también tiene una tasa de mortalidad grande. A pesar de esas «aclaraciones» y de una aparente ratificación de la DW indicando que muchos emigrantes viven miserablemente —lo cual es verificable y una realidad preocupante— resultó sospechosa su aparente aclaración «cara a la galería» con respecto al Emirato de Catar, porque parece condenar sus acciones; no es necesario recordar la penosa actitud de la selección alemana. Por ello no me sorprendió descubrir que en septiembre las autoridades alemanas cerraron un jugoso trato con los cataríes en materia energética debido a las limitaciones causadas por la guerra en Ucrania; así que es obvio apuntar a una condena «de fachada» mientras que debajo de la mesa se hacen otros tratos.

A pesar de esa observación anecdótica, lo que quería exponer era otra consideración acerca del motivo de la cohesión del emirato al no haber disidencia interna en el mismo. Como todos sabemos Catar es una monarquía; no una «república coronada» como las que tenemos en abundancia en nuestro lado del mundo, sino una monarquía con leyes fundamentales, pero que llamaríamos «oriental» y «despótica», añadiendo la personalidad pragmática del emir Tamin ben Hamad. Aunque no quepa comparar una monarquía cristiana con una mahometana, en ningún sentido; especialmente no en lo que se refiere a los fundamentos y a las limitaciones del poder. Recordemos que el poder de un mandatario islámico a efectos prácticos está muy interconectado con el lado «religioso» al ocupar el poder ejecutivo que históricamente el califa tendría en el actualmente roto sunismo. El de Catar es además uno de los grandes financiadores de centros mahometanos y mezquitas alrededor del mundo. También es el actual benefactor de grupos de corte salafista que además de encontrar en el Emirato su principal refugio, reciben financiación en su lucha panislámica. Desde la «primavera árabe» esos grupos se distanciarían formalmente de los sauditas por su apoyo a los estadounidenses en la Guerra del Golfo, y más tardíamente por las reformas impulsadas por el príncipe Mohamed ben Salman; también debido a su apoyo a los salafistas de Yemen contra los hutis, pese al pequeño sector salafista leal a los sauditas.  Esos grupos y los sauditas financian mayoritariamente a los grupos contra Siria y su presidente Bashar el Asad. Catar es clave en la cuestión de la financiación de los talibán y las negociaciones diplomáticas de los mismos con diferentes grupos occidentales. De ese modo, el emir Tamin ben Hamad se esfuerza en dar una mejor imagen de su régimen al mundo islámico. Trata de que se reconozca que ellos controlan uno de los más grandes conglomerados de comunicación del mundo árabe, Al Jazeera. No es ocioso mencionar que en nuestro ámbito cultural apoya causas progresistas; y que a pesar de una aparente reconciliación con los sauditas por la copa del mundo de fútbol, donde ambos monarcas aparecieron juntos, aquella rivalidad continúa. A efectos prácticos los bandos que los sauditas y los cataríes financian son antagónicos —por ejemplo en Libia— o como se aprecia cuando el ministerio de comunicaciones de la tiranía saudita bloqueó a una plataforma de transmisión catarí preparada para transmitir los partidos.

Cabe decir que ese apoyo al salafismo es muy particular, ya que a pesar de apoyar a grupos en Egipto y Libia conocidos por sus diferentes atentados contra las poblaciones coptas —mencionando un poco la triste ironía de existir una fuerte comunidad copta en el emirato, con una esbelta iglesia cismática copta y otra católica llamada «Nuestra Señora del Rosario», ambas ubicadas en la capital, Doha— en materia local se permite la fe cristiana de sus trabajadores inmigrantes mas no la labor misionera, al igual que la proliferación de ciertas comunidades sufitas e incluso chiitas, que irónicamente son perseguidas por el salafismo que ellos financian.

Este pragmatismo (o maquiavelismo) del emir Tamin produce la aparente paradoja de usar la gran riqueza de su país por el petróleo para diferentes tratos con Estados Unidos, «Israel», el régimen turco de Erdogan e incluso Irán, a la vez que apoya grupos en su mayoría aparentemente contrarios a los mismos. Esto último resulta más entendible debido a que los iraníes se oponen de momento a Washington —el actual benefactor de los sauditas— como también al temor de tener una comunidad autóctona de chiitas en contra del régimen, como sucede actualmente en Yemen. Pero se debe resaltar que esa acción es garantía de poco o nada, debido a que los sauditas andan en una relación neutral con sus actuales benefactores y coqueteando con cierta frecuencia con los rusos para disgusto de la Administración Biden.

Con esta exposición acerca de la naturaleza y actualidad del régimen catarí quería traer a colación las nociones (claramente distorsionadas) del trono y la religión mahometana en Catar bajo apariencia moderna, además de cómo se ignoran esas facetas al pertenecer a otra esfera cultural; más cuando esa región aún se rige bajo antagonismos dinásticos y la palabra de Mahoma y no bajo convenciones modernas, presidido todo por una reacción a lo que ellos ven como colonialismo (lo que no siempre es positivo).

Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza