La Iglesia en el oriente boliviano (III)

Indígenas con el mons. Caroli en 1918. R. Tomichá Charupá.

Un tema delicado para cuando hablamos de la conquista española es el de los abusos y excesos. Se puede caer fácilmente en la Leyenda Negra si no se procede con un buen análisis. Sin embargo, podemos equilibrar la cuestión si consideramos que la corona española ordenaba la protección de los indios y su evangelización. Hoy trataremos el tema de las entradas y malocas en territorio amerindio.

Las entradas eran expediciones con el fin exclusivo de descubrir territorios. La primera registrada data de 1561 y fue dirigida por don Ñuflo de Chaves; allí se descubrió a los indígenas moxos. La primera expedición con intención de poblar una zona determinada data de 1595, fue dirigida por Juan de torres Palomino, hacia un área también de los moxos.

Los sacerdotes jesuitas participaban activamente en las entradas, siendo algunos destacados los padres Diego de Samaniego, Andrés Ortiz y Angelo Monitola. Deseaban fervientemente la evangelización de los moxos. Destaca también el padre Juan Blanco, quien ayudó a financiar la expedición del año 1630.

La participación de los religiosos en las entradas frenaba la violencia de algunos conquistadores. Se requería de armas para la conquista de moxos, debido a que la conversión pacífica de los chiriguanos había resultado un fracaso por la hostilidad de estos. En un documento de 1595, el padre Andrés Ortiz consideró necesario el apoyo de los soldados porque, según afirmaba, era imposible evangelizar de otro modo. Aun así, el sacerdote reconoció que era crucial impedir el maltrato a los indígenas, si es que se daba el caso de algún soldado se sobrepasaba.

Por otro lado, existían también las malocas o corredurías, que eran incursiones de los conquistadores en zonas indígenas. Es importante aclarar que la legislación de las Indias prohibía las malocas. Pero algunos pobladores peninsulares promovían estas actividades en el oriente altoperuano, con el fin de capturar indígenas y usarlos en el trabajo agrícola y servicio personal.

Las malocas se practicaron clandestinamente en la gobernación de Santa Cruz desde su creación hasta la segunda década del siglo XVIII. Quienes ejecutaban estas tareas eran llamados maloqueadores. La situación de Santa Cruz era particular, ya que era zona fronteriza.

En una carta fechada en 1719, el rey Felipe III ordenaba al virrey de Perú evitar la conquista mediante la fuerza de las armas y acudir a la predicación del Evangelio. Argumentaba que experiencias pasadas habían demostrado que algunos soldados excedían los límites y llegaban a causar terribles penas a los nativos.

Los sacerdotes rara vez se involucraban en las malocas. Muchos, como los obispos Hernando de Ocampo y Pedro de Cárdenas, denunciaban la violencia maloquera entre 1625 y 1640. Las autoridades civiles se desanimaban de dictar medidas severas para frenar estas actividades, ya que en determinadas épocas casi escapaban a su control; aunque, tenían el apoyo del rey y los virreyes.

FARO/Círculo San Juan Bautista en Santa Cruz de la Sierra. A. Mariscal.