Por EE.UU., hasta el último ucraniano

Operación de bandera falsa

Ya ha sido demostrado el ataque a Alemania por parte de EE.UU. Tuvo lugar el pasado mes de junio y fue ampliamente difundido por los medios: buzos de la Marina estadounidense, que operaban al amparo de un ejercicio de entrenamiento de la OTAN, conocido como BALTOP 22, colocaron los explosivos activados por control remoto que tres meses después destruyeron tres de los cuatro gasoductos Nord Stream —llevaban más de una década suministrando gas natural ruso barato a Alemania y gran parte de Europa Occidental—.

Esta acción, conocida como «Operación de bandera falsa», es el perfecto resumen de la política expansionista estadounidense. Aún así, no es más que la continuidad de la vieja conocida desde el hundimiento del acorazado Maine, en la Habana el 15 de febrero de 1898.

Al inicio del conflicto Von der Leyen —actual presidente de la Comisión Europea— advirtió a todos los súbditos de Bruselas: «cualquier interrupción deliberada de la infraestructura energética europea activa es inaceptable y conducirá a la respuesta más fuerte posible».

En cuanto se recibieron las primeras noticias del ataque, las conjeturas crecieron: el diario alemán Tagesspiegel, citando fuentes gubernamentales no tuvo empacho en titular que «las autoridades temen que se pueda tratar de un ataque premeditado contra la infraestructura gasística europea».

Y el humorista, Volodímir Zelenski —ahora líder del fallido estado de Ucrania— se apresuró a escribir en su cuenta de Twitter: Moscú «quiere desestabilizar la situación económica en Europa y provocar el pánico antes del invierno».

El primer ministro de Polonia, Mateusz Morawiecki —tan admirado entre los conservadores españoles— no quiso quedarse rezagado, en aquel entonces, en su servidumbre cortesana y afirmó «claramente es un acto de sabotaje, un acto que probablemente marca la siguiente etapa en la escalada de la situación en Ucrania».

Pero EE.UU. ya se lo había advertido hacia semanas al Gobierno de Olaf Scholz, que había que considerar la posibilidad de ataques a gasoductos en el mar Báltico, como un aviso de la CIA, como reveló el diario Der Spiegel. Tan concreto fue el aviso, que hasta les indicaron donde sería el sabotaje menos la hora de las explosiones.

¿Quiénes mejor informados que los propios saboteadores?

Si hasta aquí era un acto de guerra, ¿hemos entrado en guerra con EE. UU? Alemania, ¿ha entrado en guerra con su amo? ¿La OTAN responderá a la agresión? ¿Se atacará a sí misma? ¿Se impondrá otra sanción a Rusia por el acto bélico de los soldados estadounidenses en aguas jurisdiccionales de Dinamarca y Suecia?

¿A dónde enviamos ahora los carros de combate? ¿los dejamos en la escombrera de Zaragoza o seguimos buscando piezas en los desguaces?

Y si nuestro principal vendedor de gas desde enero de 2022 (EE.UU.), decide dinamitar los gaseoductos que nos suministra desde África, ¿es un ataque, un sabotaje o una mascletá?

Cabe mencionar que el servilismo no da beneficios, sino que aumenta los costes: España ha pasado de comprar un 42,7% de gas natural licuado a un 71,4% en solo 5 años. Esta variación está provocada por la reducción de un 45,6% en el gas proveniente de Argelia (gaseoso), y que ha sido por el que España le compra ¿a quién? A EE.UU. (que ha aumentado en un 93,4% y todo en forma de gas natural licuado).

El gas natural licuado es: más caro y más contaminante; por el proceso de licuado, por el transporte y por la regasificación posterior.

Quizá, al final, no tengamos mascletá.

Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza