¿Es el carlismo el eterno vencido?

«Se le dio el poder de hacer la guerra a los santos y de vencerlos»

FARO/R. Díaz Perfecto

Ésa fue una de las preguntas en la reciente actividad del Círculo Antonio Molle Lazo. La cuestión tenía una primera dimensión histórica.

No es cierto que la Comunión haya tenido siempre las de perder en sus justas bélicas. No sólo en la Primera Guerra las fuerzas del Rey y sus apoyos populares eran totalmente superiores. También el triunfo del 39 fue impensable sin los boinas rojas, que pacificaron gran parte del norte y el mediodía peninsular.

Por otra parte, como hermandad de leales, a los legitimistas españoles les han debilitado especialmente las defecciones, las traiciones: empezando por Maroto hasta acabar con Carlos Hugo, que extinguió su propia línea dinástica.

En esto vemos una razón natural: el carlismo es una unidad orgánica e íntegra. Tiene como tres raíces: la bandera dinástica, pues es esencialmente la causa del rey legítimo de España, que S.A.R. Don Sixto Enrique abandera hoy; una doctrina jurídico-política, esto es, una concepción concreta del régimen político católico; y una continuidad histórica, la de ese régimen que ha sido España como una Cristiandad, y que se resiste a morir.

Al faltar alguna de esas raíces, este árbol corre riesgo de morir. Cuando un carlista prescinde de alguna de ellas, deja de serlo. Ese olvido provocó algunas de las debilidades pasadas en esta Comunión de sublevados leales. Pisoteando alguna de esas bases se cometieron todas las traiciones.

Esas tres bases no son sólo las tres de la España histórica, cuya alma es la catolicidad ortodoxa, defendida por un rey que es principio y está a la cabeza de todas nuestras peculiaridades jurídicas locales y regionales. También son las bases de casi todos los regímenes católicos de la Cristiandad clásica. Estos han sido derrotados uno tras otro por la Revolución, pese a que tampoco hubiesen tenido las de perder.

Y aquí hay que satisfacer la pregunta desde un segundo aspecto, que nos lleva a la Teología de la historia. Sabemos por el Libro de las Revelaciones, interpretado canónicamente por Padres de la Iglesia como San Agustín, lo que destacaba Vázquez de Mella: la Historia tiene un plano inclinado descendente. En esa tendencia invertida, la Revolución empuja por su inclinación a los prolegómenos del fin de los tiempos. ¿Cómo entender la profecía «Se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos», (Ap. 13; 6)? Los reinos cristianos han sucumbido sin remisión al poder revolucionario.

No se dice que estemos en el Apocalipsis. Pero todo católico y toda causa debe tener en cuenta la crudeza de los últimos tiempos para los fieles de Cristo, ya que no sabemos «ni el día ni la hora», puede tocarnos vivirlos. Esto recuerda que la Santa Causa pertenece a la Providencia divina, como todo lo demás.

No podemos obviar esto. Y contra el desaliento que amenaza en esta disociedad, hay algo que debemos tener presente con humildad. ¿Por qué es conveniente que no sepamos «ni el día ni la hora»? Porque el «orad y velad» rige siempre, es un mandato perpetuo para todo momento y circunstancia.

Cada bautizado tiene sus deberes, según su condición y estado de vida. Como seglares, estamos especialmente obligados a instaurar todas las realidades temporales «en Cristo», desde nuestra familia al orden político. Esta misión la tenemos mientras vivamos, no depende de nuestra edad o del tiempo que nos toque. Nos encontramos ordenados a ese deber por nuestro estado de vida y los vínculos de piedad naturales, a los que estamos obligados.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid