Las últimas semanas han estado llenas de noticias que han puesto en evidencia lo nefasto de las reformas del gobierno Petro como lo es la reforma del Código Penal que, entre otras cosas, pretende legalizar la profanación de los muertos y el incesto. La más polémica de estas reformas es la propuesta para el sistema de salud que acabaría con el sistema de EPS.
Sobre esta polémica han corrido ríos de tinta de la mano de variado género de opinólogos, así cómo ha sido fuente de pronunciamientos contradictorios entre los distintos funcionarios del gobierno, lo cual, aunado a las palabras ambiguas del propio mandatario y a hechos confusos cómo la reunión con representantes de las EPS y la posterior contradicción contra lo dicho en esa reunión, deja ver que el propio gobierno no tiene muy claro su rumbo y que las circunstancias han erosionado posturas que, al menos de cara al público, se habían representado como firmes. Petro se encuentra pues en un laberinto provocado por su irresponsable uso de la palabra[1] y por la imprudencia de sus subordinados, lo cual, a su vez, muestra que no sabe capitanear muy bien su barco. En otras palabras, la profunda crisis de Petro no se origina exclusivamente en lo nefasto de sus reformas, sino en una aún más profunda crisis de autoridad.
La falta de autoridad de Petro entre sus colaboradores y su incapacidad para defender del desprestigio a sus cada vez más impopulares reformas lo llevaron a convocar una manifestación nacional que tuvo lugar el pasado 14 de febrero. Sin entrar en consideraciones sobre la idoneidad de este movimiento, baste señalar cómo el poder de convocatoria fue tan mínimo que la Plaza de armas no pudo llenarse por completo, de tal manera que el contraste entre las multitudinarias muchedumbres de su campaña presidencial se hace patente. Algo particularmente grave si se advierte que Bogotá fue, como ya todos lo sabemos y en palabras de la actual alcaldesa, «la ciudad que lo eligió». Frente a la convocatoria de Petro la oposición hizo lo propio y llamó a la población a manifestarse al día siguiente, el miércoles 15 de febrero. Esta convocatoria, a diferencia de la del día anterior, sí logró llenar múltiples sitios de las principales ciudades como la Plaza de Bolívar de Bogotá, algo inesperado si se toma en cuenta lo dicho anteriormente.[2] Este hecho demuestra que el rechazo a Petro no se limita al departamento de Antioquia. Por parte de Antioquia, como era de esperar, el rechazo no se debilitó en lo absoluto, como lo demuestran las fotografías de las manifestaciones que cualquiera puede consultar por internet.
Ya no estamos ante Petro el opositor sino ante un Petro que no puede confiar ni en sus colaboradores ni en «la ciudad que lo eligió». Petro no sólo se encuentra encerrado en su laberinto, se encuentra solo.
[1] Petro se ha dedicado en estos últimos meses a responder a los medios de comunicación vía Twitter cuando estos cuestionan sus reformas. Asimismo, ha respondido a cuentas de particulares de la más amplia variedad de seguidores. Da para pensar la cantidad de tiempo que invierte a esta red social.
[2] Algo que pudo granjearle la antipatía de la ciudad que lo apoyó es la controversia en torno a la injerencia de Petro en el proyecto del metro de Bogotá y cómo ésta posiblemente obstaculice aún más un proyecto ya dilatado hasta el hartazgo.
AGENCIA FARO, Colombia. E. Jiménez