Generación de cristal (I). Generación desobediente.

LA TRAMPA EN LA QUE CAE EL INDIVIDUO CUANDO PIENSA QUE ES EL DIOS DE SU UNIVERSO ES LA DEL AISLACIONISMO DE LA SOCIEDAD

Tito Texidor III en Unsplash.

«Obedece». Creo que es lo peor que se le puede decir a un joven (promedio) de hoy en día; sin embargo, es paradójico que no quieran obedecer a nadie y, al mismo tiempo, sean esclavos de la partitocracia (ya que democracia, en sentido estricto, no existe en España a día de hoy), de la ideología imperante, de la presión social y de sus propios complejos. Antiguamente (se podría decir que en el mundo tradicional), las palabras «obediencia a Dios» serían corroboradas y reafirmadas por la mayoría; hoy en día, la diabólica interpretación del significado del concepto de libertad ha enterrado bajo tierra la obediencia. No es solamente el rechazo de la obediencia a Dios, sino que dicho rechazo ha significado históricamente la causa de la consecuencia que ahora estoy tratando, que es la de «libres», libertinos y rebeldes. Esto hay que analizarlo en profundidad, con la correspondiente seriedad y sin ningún tipo de vehemencia. Se comenzó con el rechazo de la obediencia a Dios y se siguió con el rechazo de la obediencia al padre, al maestro y, en definitiva, a cualquier autoridad legítima.

La desobediencia suele manifestarse en forma de ego. El ego no denota a una persona con fuerte personalidad; ni mucho menos. El ego nos muestra a una persona débil en su fuero interno y, mientras más grande sea este, mayores serán sus complejos e inseguridades. El ego tiene una correlación lógica con los complejos y las inseguridades, al igual que los complejos y las inseguridades tienen una relación lógica con la debilidad, y al igual que la debilidad tiene una relación lógica con la falta de capacidad de afrontar los problemas y de admitir los errores propios (y no hablemos del arrepentimiento, utopía inhóspita para esta frágil generación). Cuando se abandonan las virtudes tradicionales, el antropocentrismo tuvo que colocar en el trono de Dios a sí mismo; ahí comenzó el reinado del ego. Alguien tenía que ocupar ese vacío y el humano decidió que debía de ser él. Cuando no se obedece a Dios y se tiene a sí mismo por un Dios, estamos cayendo en la máxima desobediencia y en la elevada medida del concepto y de la opinión que se tiene de sí mismo.

Es incompatible obedecer a los padres cuando la máxima autoridad para con uno mismo es uno mismo; no se puede aprender de los abuelos (y menos aún se podrá aprender de ellos cuando se les abandona) cuando la máxima autoridad de uno mismo es uno mismo, no se puede pretender aprender de los sabios cuando la máxima autoridad de uno mismo es uno mismo y solamente las personas que piensen de forma idéntica a como uno piensa. Sin embargo, volvemos a caer en una paradoja de la modernidad. ¿Cómo es posible que florezcan los complejos y las inseguridades y todos los «problemas de salud mental» que eso conlleva en una época en la que uno se piensa que es el Dios de su mundo? Porque si uno es el Dios de su propio mundo, ningún problema debiera de ser un problema, ya que la todopoderosa voluntad y sabiduría de uno mismo podría solucionarlo al instante. Esto no ocurre porque se comienza desde una premisa falsa: en el momento en el que se está negando a Dios, se podrá estar cayendo en cualquier trampa ideológica, psicológica y «político consensual».

Como decía Aristóteles: el ser humano es un ser social por naturaleza. El ser humano es social por naturaleza porque necesita de las otras personas para su perfección. La trampa en la que cae el individuo cuando piensa que es el Dios de su universo, que puede hacer o no hacer lo que quiera con su cuerpo y sus actos ya que no hay nadie que se pueda entrometer en su libertinaje es la del aislacionismo respecto de la sociedad. Y aquí es donde, en mi opinión, la juventud moderna cae en otra trampa que se ha autoimpuesto de forma ridículamente perjudicial para ella misma: identificar la ayuda que puede aportarles una persona que es superior en conocimiento o en experiencia vital en un determinado campo, materia o aspecto de la vida con un ataque a su percepción de ellos mismos (el movimiento totalitarista de moda de nuestros días denomina lo dicho como mansplaning). La sabiduría y el conocimiento del prójimo es hoy en día alimento para los complejos y las inseguridades. La desobediencia perjudica de forma violenta al ser humano, ya que por un lado no va a dejar que le guíen por el camino correcto, y por otro lado, el ser consciente de que existen personas que pueden hacer algo que uno es incapaz de hacer rompe en mil pedazos la personalidad débil y pusilánime de la generación de cristal.

(Continuará)

Sergio Salazar, Círculo Hispalense.

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