Reflexiones para un tiempo desesperante

Ante tal espectáculo ¿queda lugar para la esperanza? Sí, para los que tienen fe

Los bomberos de París contemplan los restos del altar de la catedral de Notre Dame después del incendio

Al contemplar a nuestra otrora gloriosa civilización occidental no hay lugar para la alegría, ni siquiera para la esperanza. El paganismo se ha apoderado de ella y la persecución de la Iglesia se hace día a día más implacable. ¿Cuántas iglesias han sido dañadas en Francia? En mi patria, Chile, desde 2018, ya se cuentan unas cincuenta, quemadas o vandalizadas; la mayoría de ellas católicas, por supuesto.

Ante tal espectáculo ¿queda lugar para la esperanza? Sí, para los que tienen fe. Abraham, que sólo tuvo un hijo para heredarle, había recibido la promesa de que su descendencia sería numerosa como la estrellas; la tuvo a pesar de las apariencias contrarias. La promesa tardó siglos en cumplirse; incluso se le dijo que, en su descendencia, «serían bendecidas todas las gentes»[1]; es decir, todos los habitantes del planeta. Al día de hoy, lo reconocen como padre los judíos los cristianos y los musulmanes, casi la mitad de los habitantes del planeta. No sería mala idea pedirle a él que nos comunique algo de su virtud.

Para despertarla, ¿qué mejor que leer algunos salmos?[2] Como palabra de Dios, son infalibles en sus enseñanzas. ¿Encontraremos en ellos algo que nos renueve la esperanza? Naturalmente nos limitaremos a unos pocos.

El salmo segundo, v. 8, profetiza: Tu eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en posesión los confines de la tierraJesús confirma este vaticinio ante Pilatos cuando reconoce que Él es rey.

«Los confines de la tierra» es una expresión típica del Antiguo Testamente para señalar a todo el planeta. El salmo noveno, vv. 8 y 9: Asiéntase Yahvé para siempre, estableciendo su trono para juzgar, para juzgar al orbe en justicia, para gobernar los pueblos con equidad.

¿Se refiere al juicio final? No es posible entenderlo así porque, después de ese juicio, ya no habrá pueblos que necesiten ser gobernados. «Orbe» es otra palabra que designa a la totalidad del planeta.

El salmo vigésimo primero, vv. 28 – 32: Recordándolo, volverán a Yahvé todos los confines de la tierra; y todas las naciones de los gentiles se postrarán ante su faz.  Porque de Yahvé es el reino, y Él dominará a las gentes. Comerán y se prosternarán ante Él todos los grandes de la tierra… Mi posteridad le servirá, hablará del Señor a las generaciones venideras. Y predicarán la justicia al pueblo que ha de nacer

En verdad este salmo debe ser leído en toda su longitud ya que detalla los sufrimientos de Cristo en la cruz. Sin embargo, es difícil de comprender. David desahoga su angustia en un momento que divide a los intérpretes: ¿Fue cuando el rey Saúl lo persiguió dispuesto a acabar con su vida, o, más bien cuando su hijo se rebeló ante él y debió huir de Jerusalén? Muchos versículos de este salmo expresan esta angustia mediante atrevidas metáforas. Mientras algunas de ellas le son aplicables a David, otras no lo son; describen, en cambio, bastante bien la pasión de Jesús. De ahí la dificultad de la interpretación. El pasaje aquí reproducido es suficientemente claro al anunciar la extensión del Reino. Pero resulta difícil interpretar ese «recordándolo». ¿Qué es lo que hay que recordar? ¿La angustia de David o la pasión redentora de Jesús tan bien descrita cuando nos dice: «Han taladrado mis manos y mis pies»? Estas palabras no se pueden aplicar a David, ciertamente; por el contrario, literalmente, se cumplieron en Jesús. Agreguemos que la crucifixión no existía en el tiempo de ese rey; parece que tan sólo cuatro siglos después empieza a ser usada en algunos pueblos, mas no en Israel anterior a la dominación romana. Ese «pueblo que ha de nacer», «su posteridad» es la Iglesia Católica que nace, justamente, de la predicación de su pasión, muerte y resurrección en que se cumple toda justicia. Notemos que Yahvé «gobernará a las naciones», lo que no tiene sentido si pensamos en el tiempo posterior al juicio final como ya dijimos.

El salmo cuadragésimo sexto vv. 9-11: Venid y ved las proezas de Yahvé, los prodigios que obra sobre la tierra. Él es el que hace cesar la guerra hasta los confines de la tierra … «Cesad y reconoced que yo soy Dios, excelso entre las gentes, exaltado en la tierra».

Este salmo deberíamos leerlo completo: sin embargo, me limitaré a estos versículos. Algunos interpretan esta paz universal como una idealización del triunfo del Mesías; sin embargo, a la luz de las profecías anteriores, nada impide que hayan de tomarse a la letra. Que una cierta paz universal siga a la aceptación de la Iglesia católica por todos los pueblos es perfectamente posible; lo que, por supuesto, no impide que surjan rencillas y dificultades de todo tipo. Las palabras citadas entre comillas son pronunciadas por Yahvé, no por el salmista, de ahí las comillas. El v. 8 dice: Dios es el rey sobre toda la tierra. Más claro, imposible.

El salmo septuagésimo primero, vv. 9-10: Reina Dios sobre las gentes, se sienta Dios en su santo trono. Los príncipes de los pueblos se han reunido con el pueblo de Dios de Abraham; pues de Dios son los grandes de la tierra, ensalzado sobremanera.

Aclaremos que «príncipe» en nuestro lenguaje se refiere a la familia del rey; en cambio, aquí se habla de los que realmente gobiernan, no su familia. Esta soberanía universal de Dios es también proclamada por los profetas, pero referirnos a ellos haría interminable este breve artículo.

El salmo nonagésimo sexto, vv. 7-13: Dad a Yahvé, ¡oh familias de los pueblos!, dad a Yahvé la gloria y el poderío … Decid entre las gentes: «reina Yahvé». Pues El afirmó el orbe y no se conmueve. Juzga con equidad a los pueblos.

Nuevamente el Reino se extiende a todos los pueblos.

El salmo nonagésimo séptimo vv. 1 y 7: ¡Yahvé reina! Gócese la tierra, alégrense las muchas islas … Quedan confundidos los adoradores de los simulacros, los que se glorían de sus ídolos. Se postran ante Él todos los dioses.

«Las muchas islas» era una manera de referirse a todos los pueblos, especialmente, a los lejanos. ¿Cuántos ídolos son adorados en la actualidad? Hasta ha reverdecido el culto a Satanás, el amo de todos los ídolos. A pasar de su actual triunfo, todos se someterán a Yahvé.

El brevísimo salmo centésimo décimo sexto es un llamado a la alegría que tanto nos hace falta ahora: Alabad a Yahvé las gentes todas, alabadle todos los pueblos; porque poderosamente (se ha manifestado) sobre nosotros su piedad y la verdad de Yahvé (permanece) para siempre. ¡Aleluya!

Con este solemne aleluya pienso que queda firmemente asegurada nuestra esperanza. Aunque como Abraham no veamos su cumplimiento, hemos de mantener la alegría de vivir que caracteriza a todo verdadero santo. Sí sea.

[1] Ge. 12,3.

[2] Cito según la numeración de la Vulgata, no la nueva que está tomada del texto masorético. Uso la traducción de Mons. J. Straubinger.

Juan Carlos Ossandón Valdés

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