El posibilismo: sus orígenes y en el catolicismo (I)

EL POSIBILISMO PROVOCA QUE LOS SUJETOS QUE HAN CAÍDO EN SUS GARRAS BUSQUEN A TODA COSTA EL TRIUNFO POLÍTICO, OLVIDANDO QUE EL ALTÍSIMO NO NOS PIDE QUE LOGREMOS LA VICTORIA, SINO QUE LUCHEMOS

Quijotada carlista, de Augusto Ferrer-Dalmau

Orígenes del término

El posibilismo político se vincula históricamente a la tendencia liberal opuesta al radicalismo, que era la versión del liberalismo republicano más exaltado y revolucionario y que luego dará lugar a los denominados partidos radicales aunque algunos, andando el tiempo, se convertirían paradójicamente en posibilistas. El posibilismo, en cambio, pregonaba el reformismo, buscando igualmente los mismos objetivos o similares que los radicales, pero cediendo ante las reformas graduales, los pactos y las negociaciones con tendencias políticas más moderadas.

Así pues, el posibilismo político está vinculado con la moderación de la revolución y, aunque haya nacido en el seno del liberalismo progresista, nos recuerda, en su praxis, al propio moderantismo que devino en conservadurismo (recordemos, el liberalismo moderado quería moderar el radicalismo del liberalismo exaltado).

Posteriormente, se fue empleando el término posibilismo como sinónimo de pragmatismo, en un sentido ya más amplio y generalizado, identificando así una actitud contraria al rigorismo político en general, con independencia de la tendencia política que se trate.

El posibilismo en el católico: actitud deshonesta

Quizás en el mundo de las ideologías, donde no obedecen a miras sobrenaturales ni se confía el futuro a la Providencia Divina, las acciones políticas obran con el único objetivo de la conquista del poder. En ese sentido, el posibilismo podría ser algo entendible o sujeto a debate, dependiendo de las circunstancias.

Para el Carlismo, en cambio, que no busca sino la aplicación concreta del Reinado Social de Cristo en la realidad histórica española —la monarquía tradicional— sin romper con su venerable continuidad en el legitimismo, el posibilismo no puede tener lugar pues, de lo contrario, implicaría de suyo una traición en alguno de los puntos del cuatrilema; generalmente, para con Dios o con el Rey, que al fin y al cabo son las columnas de Hércules que vertebran la Patria y los Fueros —su articulación jurídica natural—.

Así, gracias a la continuidad natural del legitimismo, en España se ha mantenido, aunque en la oposición, la estructura orgánica del orden social cristiano por excelencia. Esto implica a su vez que, fuera del Carlismo, si bien en algún momento pudieron darse otros individuos y grupos tradicionalistas, no hubo, en cambio, legítima reivindicación del régimen de Cristiandad.

En ese sentido, el Carlismo se ha visto siempre tentado o combatido por personas o grupos de posibilistas. Sujetos, camarillas o partidos que, pretendiéndose en algunos casos incluso defensores del mismo ideario carlista o parte del mismo, han buscado atajos o estrategias presentándolas como, parafraseando a Alberto Ruiz de Galarreta, si fuera una maravillosa obra de orfebrería.

Veremos entonces que la tentación posibilista no es nueva. En general obedece a unas miras excesivamente terrenas e ideologizadas, confundiendo la política —que al final no deja de ser un medio para facilitar la salvación de las almas— como un fin en sí mismo. Desconfiando, en definitiva, de Dios y confiando solamente en las fuerzas humanas, como si se tratara de un renacer del viejo pelagianismo.

Por lo tanto, el posibilismo provoca que los sujetos que han caído en sus garras busquen a toda costa el triunfo político, olvidando que el Altísimo no nos pide que logremos la victoria —que en última instancia Él decidirá— sino que luchemos.

Pero el posibilista es un racionalista. Un racionalista que, como todos, devienen en irracionales, dándose la paradoja de que son ellos los que terminan siendo cándidos, utópicos e ilusos, pues generalmente sobreestiman sus fuerzas y capacidad de convicción, fabricándose unos escenarios irreales e imposibles. Esto es porque tienden a obviar la naturaleza caída del ser humano y no comprenden las dinámicas providenciales de la Historia al confiar solamente en sus humanas fuerzas.

Ciertamente el posibilismo, con el significado que le estamos dando, no deja de ser una tentación en sentido estricto, sea por impaciencia, por afectaciones de la tibieza, los respetos humanos o por mundanidad. El posibilismo atañe siempre la obsesión por el justo medio mal entendido, excusa preferida para calmar las conciencias de los traidores.

Una de los principales vicios posibilistas es la ignorancia de la historia. Generalmente, como antes se ha mencionado, creen que su proyecto de infiltración, de marca blanca o de coaliciones es la llave de oro que abre la puerta a la restauración católica en España. Pero olvidan que ni han sido los primeros ni, por desgracia, serán los últimos que vengan a las filas de la Tradición con nuevas ofertas u ocurrencias para atajar en la meta política.

Tampoco se nos escapa que el posibilismo ignora la advertencia evangélica sobre la mayor inteligencia de los hijos de este mundo para con respecto a los hijos de la luz, por lo que, no podríamos nosotros actuar como ellos hacen con sus grupos, asociaciones y organizaciones políticas, secretas o abiertas. Si el entrismo en general es una táctica arriesgada, más lo es con los hijos de la luz, topando en primer lugar con la poca honestidad de ese proceder y, en segundo lugar, con su casi seguro destino al fracaso por lo anteriormente mencionado.

Jaime Alonso, Círculo Tradicionalista Juan José Marcó del Pont

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