Las bondades de tocar fondo ante otras elecciones peruanas

EFE, A. Mejía

Hace cinco años, junto con un grupo de amigos, repartí volantes que animaban a votar por quienes respetaban los principios de la moral católica a quienes salían de misa dominical. Recuerdo que una viejecita me regañó agriamente por ello y me habló de cómo mi volante haría que la gente votara por el Satanás fujimorista.

Al responderle que el volante se limitaba a excluir a los candidatos favorables al aborto y la Unión Civil Homosexual, la anciana me respondió que esos temas eran irrelevantes, que en estos tiempos modernos a nadie le afectaba si los homosexuales se casaban, que lo importante era la economía y que en PPK tendríamos la garantía de lo que después se llamó un «presidente de lujo». Este no sería un caso aislado.

Días antes de las elecciones me enteré que un par de directores espirituales de movimientos eclesiales autorizaron a votar a sus feligreses por PPK, aliviando sus conciencias esgrimiendo que se trataba de una situación «excepcional» a pesar que dicho candidato no había deslindado tajantemente con respecto a esos mínimos morales.

Cinco años después el panorama ha cambiado. Son pocos los que todavía aspiran el humo embriagador de la utopía tecnocrática. El escándalo de corrupción de Oderbrecht que salpicó y derrocó al «gobierno de lujo» (para traernos otro peor), una pandemia terrible y una crisis económica desoladora han evidenciado el descalabro moral en el país y han hecho dudar a aquellos que creían que los «que saben» pueden gobernar una nación poniendo al margen las cuestiones morales. Y claro, la multitud de escándalos entre la clase política, como el pago de coimas astronómicas a gobernadores regionales, ministros y presidentes; las vacunaciones clandestinas e indicios de corrupción en la adquisición de pruebas rápidas, camas UCI y material sanitario; y las vergonzosas consultorías que daban «plata como cancha» a muchos amigos del gobierno mientras la gente se moría en la puerta de los hospitales, han virado el eje del debate público de la economía a la moral.

Así pues, a diferencia del 2016, en el actual panorama electoral los temas morales, aunque presentados como «valores», se han convertido en un sello de la campaña. La propaganda de aspirantes al Congreso de varios partidos –como Acción Popular, el PPC y Renovación Popular– consignan como mérito de los candidatos el ser «pro vida», para escándalo de los más progresistas de los electores. Solamente la inesperada y astronómica escalada de Renovación Popular sería, en sí misma, prueba de este cambio de vientos. Un partido recién creado, con un líder sin dotes oratorias, poco –o casi nulo– carisma, inexperiencia en el manejo de la cosa pública, no habría tenido ninguna oportunidad en la elección del 2016, e incluso en esta elección, si detrás de él no resonara un discurso principista de abierta –casi ostentosa– raigambre cristiana, y que se manifiesta firme en enjuiciar moralmente a los gobiernos recientes.

Uso de cilicios, asistencia a misa diaria y el celibato se hicieron trending topic en estas elecciones, a pesar que los más «bien pensantes», culturosos e ilustrados candidatos del 2016 hubieran bien podido creer que supersticiones como la religión iban a estar superadas para el 2020. Incluso en estos últimos días Renovación Popular lanzó un comunicado en el que lamentaba que el candidato –también derechista– Hernando de Soto haya negado la divinidad de Jesucristo en plena Semana Santa, algo que haría las delicias entre los investigadores del arrianismo o las herejías de los primeros siglos. Y a pesar de ello (o, mejor dicho, debido a ello) el partido de López Aliaga sigue entre los punteros de la elección, mientras un decrépito Partido Popular Cristiano hace lo imposible por pasar la valla mientras –en el ápice de la indefinición– sus líderes aún se culpan, ratifican y desdicen al difundirse que su Plan de Gobierno contempla el aborto en casos de violación. No se puede estar con Dios y con el Diablo; o, mejor dicho, la gente se ha cansado que se pueda.

Sin embargo, aún hay mucho más. Se hace necesario mencionar en esa línea al fenómeno FREPAP, partido fundado por el líder religioso Ezequiel Ataycusi, profeta del falso culto Nuevo Pacto Universal. Y es que, a pesar que ciertos solipsistas mediáticos (aquellos que creen que mundo gira por obra y gracia de su voluntad y porque lo acaban de mencionar en su estado de Facebook) señalen que su victoria en las elecciones de 2020 se debió a una suerte de pachotada adolescente de instagramers y especialistas en memes, la verdad es que el FREPAP fue uno de los partidos con un discurso ético más sólido y definido, lo que le valió el mote de fundamentalista y fanático (además de otros que escondían un contenido racista) por la progresía de turno. A estas alturas ya se pronostica un nuevo triunfo en las urnas para el FREPAP que, a pesar de no tener un candidato a la presidencia, y del estigma del que han sido víctimas por sus creencias y hasta por su peculiar vestimenta (a la usanza de los patriarcas del Antiguo Testamento), estarán representados en el Congreso de la República con más representantes que el accidentado actual partido de gobierno.

Incluso el debate moral también ha cundido entre la izquierda. Su mayor representante, Verónika Mendoza, vieja operadora política ligada al mundillo de las ONG’s y muy relacionada con Podemos y con la intelectualidad y farándula progresista, ha caído estrepitosamente ante un, hasta ahora, desconocido maestro y líder sindical: Pedro Castillo. Una de las causas más importantes de esta ruptura y reemplazo en el liderazgo de la izquierda se ha debido –además de cierto contenido racista al calificar su propuesta como «folcklorica, aldeana y primitiva»– al tema moral. De hecho, Castillo es conservador en las cuestiones morales al igual que su electorado, para despecho de la izquierda liberal burguesa que reclama más radicalidad en la lucha cultural, más que en la económica. Como lo señala Silvio Rendon, líder izquierdista peruano que labora en el Departamento del Tesoro de los EEUU (si es posible el oxímoron): «Pedro Castillo piensa sobre estos temas (morales) como piensa un campesino, un profesor de Puña, Chota, Cajamarca, pero también como piensa un obrero. Así se piensa en los sectores populares de carne y hueso en el Perú. Así no piensa, desde luego, una persona intelectualizada que ha estudiado en París como Verónika Mendoza».

Resulta gratamente sorprendente que en cinco años el debate sobre los principios y valores éticos fundamentales se haya sobrepuesto a las consideraciones pragmáticas y comodonas de la economía. Desde el 2000 estábamos levantando un edificio sin haber sondeado sus cimientos, sus bases. Aquellas que, endebles, se han debilitado a la primera envestida. La roca sobre la que se debe constituir una Nación no es una nueva Constitución llena de vericuetos y adaptada para todos los gustos (para que nadie se queje en el consenso democrático, y que todos puedan jalonear según sus intereses), sino una visión moral y de principios que sea lo más extendida y clara posible. Una que emane de las clases populares y las represente. Sin embargo, recordemos que esta necesaria reflexión sobre el horizonte moral del país, sólo se ha hecho posible cuando el espantajo de progreso y del bienestar (para algunos y según la T.V.) se ha caído, mostrándose la realidad con su más triste faz. Algo que nos hace recordar aquella cita del libro de los Proverbios: «No me des ni pobreza ni riquezas. Dame solo lo necesario. No sea que satisfecho de todos los bienes, te desprecie y diga: ¿Quién es Dios?».

César Belan, Círculo Blas de Ostolaza