Cabe recordar el antiguo pero siempre actual libro de Félix Sardá y Salvany El liberalismo es pecado, que tantos ánimos confortó, por la defensa de la tradición, y a tantos otros conmocionó e inquietó por la afrenta directa que se emitía contra quienes aceptaban las premisas del venenoso liberalismo. Sí, ese mismo que hoy forma parte de las premisas principales de la sociedad pluralista y democrática.
Es más, lamentablemente, en cuanto hijos de nuestro tiempo todos tenemos algún influjo del Liberalismo, aunque sea mínimo. Ese liberalismo que aparece ahora ramificado, y con diversas corrientes para algunos «aceptables», «purificadas» en el camino, que manan de la misma fuente, de la que Pío Nono sentenciaba: aberra a la razón y es inaceptable pues en su origen niega el sometimiento al orden Divino.
En consideración de las aguas que ya han corrido bajo el puente, parece necesario un nuevo Sarda y Salvany, que afirme con fuerza: «el feminismo es pecado».
Numerosas son las causas, por las cuales un católico no puede ser feminista, ni considerar que exista un «feminismo bueno», lo cual no alude más que a un pleonasmo o juego semántico, como quien disfraza de fraile al asesino. Como buen actor, la ideología perversa es maestra del disfraz.
Dentro de las premisas generales del feminismo que lo hacen no sólo aberrante a la razón, por contradictorio, sino derechamente anticristiano, está su premisa básica de la lucha de clases: el feminismo es un nuevo modo de materialismo dialéctico. Luego viene, la filosofía deconstruccionista que atribuye la existencia de la cultura y la sociedad a una mera construcción social sin constructor.
Por otro lado, está la distorsión del concepto de la justicia, que ya no es entendida como la constante y perpetua voluntad de otorgar a cada uno lo suyo dentro del campo de la equidad y la naturaleza humana. Dicho campo estaría supuestamente superado por las diversas teorías del poder, y para muchos no es más que poesía y metafísica obscura, lo cual en el fondo es una suposición falsamente sabia que oculta ignorancia de la filosofía clásica del derecho.
A lo anterior se agrega la adhesión intrínseca a la ideología de género −producto de un popurrí retórico−, que avasalla directamente la complementariedad dada por la naturaleza y su Creador al varón y a la mujer.
Pero, como no hay error sin verdad, existen puntos que dan cabida a la existencia del feminismo, a saber: ciertas vejaciones reales contra la mujer, que conforme a las particularidades locales en las que se realiza el vicio humano se dan con más o menos frecuencia y arraigo.
Mas ni «su causa» ni la respuesta la encontramos en esta ideología perversa, que está lejos de reconocer la realidad de la dignidad de la mujer, que, al igual que el varón participa de la humanidad como creatura y por el bautismo de la Filiación Divina.
Eso es lo que muchos católicos ignoran venciblemente, lo cual es muy grave. A la mujer, se la puede defender con todo el peso de la doctrina clásica y católica sobre el trato moral y la virtud que debe existir entre los hombres para así alcanzar su plenitud, imperfecta en esta vida y perfectísima en la otra, si para ello hay mérito.
Basta para concluir, recordar lo que señaló un antiguo padre de la Iglesia: Reconoce cristiano, tu dignidad.
Juan Pablo de Urriola, Círculo Tradicionalista Antonio de Quintanilla y Santiago de Chile