La muerte de Don Santiago de Liniers y un puñado de leales

Fusilamiento de Santiago LIniers
26 de Agosto de 1810. 
La afamada Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires, luego de haber depuesto al Virrey Cisneros desconociendo los mandatos de aquella que se formó en la península ibérica, juró lealtad a Fernando VII y a sus descendientes y envió misivas a los Cabildos de las ciudades del interior del Virreinato del Río de la Plata, a fin de que éstos jurasen obediencia y lealtad al novel gobierno. 
Don Santiago de Liniers y Bremond, último Virrey de Buenos Aires nombrado por el rey de España Carlos IV, en su lealtad y con miras al bien común del Río de la Plata, reconoce como Virrey Legítimo a Don Baltasar Hidalgo Cisneros, quién fuera designado por la Junta de Sevilla en 1809, incluso, a pesar de que varios personajes como el mismo Manuel Belgrano lo instaron a no reconocerlo impugnando la legitimidad de la Junta de Sevilla. 
Panteón de Santiago Liniers
Ante las noticias que llegaban sobre el gobierno de la Ciudad de la Trinidad, el cual no basaba su constitución en las Instituciones y leyes Indianas, y que también hizo caso omiso a las serias, prudentes y oportunas objeciones del Obispo, Monseñor Benito Lué y Riega, a quién más tarde terminarán envenenando por no reconocer los nuevos gobiernos extraños a las leyes y tradiciones; desde la Provincia de Córdoba del Tucumán, el último Virrey, junto al Teniente Gobernador Don Gutiérrez de la Concha, al Coronel Allende, al secretario Victorino Rodríguez, al tesorero Joaquín Moreno y al Obispo Orellana – quién también será luego perseguido por la revolución – organizaron una contrarrevolución a fin de restablecer la justicia en estas tierras sureñas e indianas del Imperio Español. Su empresa fracasa por falta de adhesiones, desertores y traiciones, aunque se esperaban refuerzos provenientes desde el Perú, pero que no llegarían en principio, hasta fines de Agosto. 
La Junta de Buenos Aires, una vez conocida la negativa del reconocimiento por parte del Cabildo de Córdoba, envía una fuerza militar a órdenes de Balcarce, a fin de reprimir y someter a las autoridades que no reconocían a dicha junta, la cual, paradójicamente, tampoco reconocía a la junta de la península. Por esta razón la junta sólo ordena capturar a los «sediciosos», pero más tarde por unanimidad – excepto el clérigo Alberti – firman la orden de fusilamiento a las autoridades cordobesas que organizaron la contrarrevolución.
Al verse superados en número y no recibir los refuerzos esperados desde el Norte, Liniers y sus compañeros deciden replegarse con los Blandengues que aún tenían hacia el Perú, para reorganizarse y volver a restaurar el gobierno legítimo. En su repliegue, se dividen para desorientar a las fuerzas porteñas, pero son capturados a pocas leguas de la ciudad mediterránea rioplatense.   
Balcarce no se atreve a cumplir las órdenes atroces de la junta de fusilar a tan altas dignidades y traslada a los prisioneros hacia Buenos Aires. Pero Mariano Moreno, enterado de la situación, e indignado, manda nuevamente que se ejecute la orden, y para ello pone al mando de las fuerzas a don Antonio Ocampo y a don Hipólito Vieytes, para que hagan cumplir la sentencia de la Junta. Como nota de color hasta el mismo heterodoxo Deán Funes, opuesto a los contrarrevolucionarios, pide clemencia y es desoído. En el último momento, llega la orden de perdonar la vida al Obispo Orellana, quien en principio también había sido condenado a la pena capital. 
Fue así que, el 26 de Agosto fueron interceptados en Cabeza de Tigre, se les permitió rezar preparándose para un buen morir y recibieron la confesión de Monseñor Orellana y al finalizar, renovaron su juramento de fidelidad al rey Fernando VII. Paradójicamente, según afirma Bernardo Lozier Almazán en su recordada obra sobre el héroe de la Reconquista de Buenos Aires, la Junta los sentenciaba nominalmente, por infidelidad al Rey, pretexto por el que serán finalmente arcabuceados.
Cabe destacar que varios historiadores como el Presbítero Cayetano Bruno entre otros, sostienen que el pelotón de ejecución que comandaba el coronel Domingo French, estaba compuesto por desertores británicos de las invasiones inglesas en 1806 y 1807, pues afirmaban que ningún español – criollo o peninsular – se atrevía a fusilar a tan nobles hombres. 
Si Santiago de Liniers y sus compañeros, hubieran jurado lealtad a la Junta de Buenos Aires, hubieran tenido el perdón de aquella. Hubo incluso intentos, antes de la sentencia, para que cambiase de opinión, y, por ejemplo, su suegro don Martín de Sarratea le escribe una carta pidiendo que mude su lealtad. Ante ello el reconquistador responde entre otras cosas lo siguiente: 
«Padre y Señor Don Martín de Sarratea (…) nadie conoce mejor que Usted que nada es más presuntuoso que la ignorancia. Ahora en cuanto a mi individuo ¿cómo siendo yo un general, un oficial quien en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera Usted que en el último tercio de mi vida me cubriera de ignominia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey; que por esta infidencia dejase a mis hijos un nombre hasta el presente intachable, con la nota de traidor?»
En tales palabras Liniers demuestra claramente su posición, sus valores y su Fidelidad al Rey y a las leyes e instituciones indianas, y aún sobre el final de la misiva revelando su fe exclama: «Mi Padre, Aquél que da alimento a las aves del cielo, vigilará por la subsistencia y educación de mis hijos. Donde quiera que se presenten, no se sonrojarán de deberme la vida y si no les dejo riquezas, les dejaré un buen nombre y buenos ejemplos que imitar» y finaliza mostrando su determinación: «Señor, estimaré comunique Usted la presente a cuantos le pregunten por mí, que quiero que todo el mundo conozca mi modo de pensar, en la inteligencia que con el dogal al cuello, ni con la cuchilla en la garganta, desmentiré estos sentimientos». 
Este fue el héroe que venció a los ingleses que habían sometido a Buenos Aires a la ignominia de infidelidad al Rey y que atentaban contra la sagrada Religión. Este fue el héroe que prometió a la Virgen ofrendar las banderas de los herejes invasores y lo cumplió. Este fue el héroe que con la cuchilla en la garganta, no traicionó a Dios, a la Patria y a su Rey. 
En relación a su lealtad, y a su juicio sobre el accionar de la junta, Liniers sentenció severamente:
«Será necesario considerar como rebeldes a los causantes de tanta inquietud. Como militar estoy pronto a cumplir con mi deber. Y me ofrezco desde ya a organizar las fuerzas necesarias. La conducta de los de Buenos Aires con la madre patria, en la que se halla debido el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo».
Su accionar durante la Reconquista y Defensa de Buenos Aires le valió el título nobiliario de Conde de Buenos Aires, el cual sus descendientes pidieron que sea trocado por el de Conde de la Lealtad, para honrar de esa manera su buen morir. 
Su conducta no tuvo los grandes honores inmediatos que hubiera merecido en la tierra a la cual le dio tanta gloria, aunque sí un reconocimiento tardío. Pasado medio siglo de sus muertes, por pedido de los descendientes de Liniers y Gutiérrez de la Concha radicados en Europa, los restos de los cinco fidelistas, fueron trasladados al Panteón de los Marinos Ilustres en San Fernando, España. 
En virtud de justicia, el monumento que cubre sus restos mortales, está coronado por una representación a la Virtud Teologal de la Fe. Virtud de la cual supieron dar muestra en vida, y también en momento más extremo, ante la muerte, dejando así un ejemplo de hombres leales y cabales, que no supieron seguir otras banderas que las de su Rey, ni otras máximas que las de la Religión. 
Asimismo, en su monumento, sus hijos hicieron escribir en voto de honra, una elocuente frase que describe muy sintética pero precisamente a estos grandes jefes, y sus leales compañeros:
«Vencedores juntos en la Gloriosa Reconquista de Buenos Aires (1806/1807), dieron también juntos la vida por España el 26 de Agosto de 1810. Sus respectivos hijos le dedican este monumento en 1863».
Pidamos a Dios que el ejemplo de Liniers y sus leales camaradas, sean un Faro que no se apague jamás y que su ejemplo, nos inste a los rioplatenses, ante los tiempos aciagos que vivimos, a seguir su derrotero en la victoria del combate bajo el amparo de la Virgen María, o en el martirio por la Fe y la lealtad, según sean los designios del Señor. 
Carlos Joaquín del Corazón de Jesús Ferri Rodríguez, Círculo Tradicionalista del Río de la Plata.