Diversos periódicos católicos españoles han publicado recientemente (y con inevitable orgullo) una noticia en relación con el tratamiento que se da a la asignatura de Religión en las escuelas de Finlandia, contrastándolo con la situación que sufre la misma en España. Así, en dichos diarios se hace gala de cómo en el país nórdico cualquier alumno puede optar por cursar una asignatura de «cualquier» religión (católica, luterana, mahometana…), de manera totalmente subvencionada por el Gobierno, con tal de que así lo solicite. De este modo, se ve con cierta envidia a un Gobierno perfectamente tolerante con la asignatura de Religión, en contraste con la Ley Celáa y sucedáneos. A su vez, el argumento que se ofrece a favor de la enseñanza de la religión es que «ayuda a prevenir la violencia en las aulas», según demuestran supuestos estudios.
Un católico no puede ver con buenos ojos esta «trivialización de la fe», encabezada por el Gobierno finlandés y anhelada por ciertos católicos: estas propuestas educativas son inadmisibles y se alejan profundamente de una concepción católica de la educación y de la Religión. Por una parte, no se puede equiparar a la Religión verdadera frente al resto de religiones: ni en un plano jurídico, ni en un plano teológico. El católico tiene plena conciencia de que solo su Religión es la verdadera, por lo que no puede situarse al mismo nivel que el resto de religiones. Se entiende que un país luterano, como es Finlandia, adopte medidas irenistas y sincretistas como éstas, pero un católico no puede sentirse orgulloso ante tales medidas, por mucho que en su país se esté crucificando a la Religión.
Por otra parte, esta propuesta del modelo educativo finlandés es una pura instrumentalización de la religión. Se enseña la religión en la medida en que ofrece una utilidad contingente: evitar la violencia en las aulas. Estamos ante una radical banalización de la fe. Si un día el catolicismo resulta que no ayuda a prevenir la violencia tanto como el luteranismo, pues lo dejamos de lado. El único fin de la enseñanza de la religión es que aporte una serie de «valores» que se han establecido como los correctos en una sociedad determinada. Si esos valores cambian con el tiempo y se sustituyen por otros, habrá que cambiar también de religión y enseñar la que más se adecúe a la nueva mentalidad.
En fin, ahora va a resultar que nuestro modelo a seguir en materia de Religión es el de un país protestante. La solución no está en mirar hacia otros lugares para encontrar argumentos y respuestas frente al ataque sistemático que recibimos los católicos. Nuestro modelo a seguir está claro: «no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó (…) no, la civilización no está por inventar ni la ciudad nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica», dice San Pío X. Así, apliquemos esos principios que rigieron la civilización cristiana a las circunstancias presentes, sin caer en tentaciones que desvirtúan la política y mundanizan la fe.
Antonio de Jaso, Navarra.