El urbanismo neopagano actual

Barcelona: el centro tradicional frente al centro actual. Composición Helena Escolano

«De la abundancia del corazón habla la boca», reza el pasaje bíblico de Lucas 6:45. Podríamos parafrasearlo diciendo que de la abundancia del corazón político hablan las ciudades. Y es que hasta por el urbanismo, cual lengua arquitectónica de aquéllas, habla del corazón de los sistemas políticos que las vertebran.

Ya en las civilizaciones del pasado, el culto a los dioses que las inervaron tuvo su lugar preminente en sus ciudades, de modo que el espacio considerado sagrado convivía con aquel destinado a las actividades comerciales, religiosas o políticas. Así, en el amplio espacio abierto del ágora de las antiguas ciudades-estado (polis) de la Antigua Grecia se discutían las leyes y las concepciones políticas, se emplazaban varios edificios públicos, se reunía el senado (boulé), se erigía el templo a Hefesto, se compraba y vendía en el mercado e incluso se celebraban ceremonias de paganos cultos. Posteriormente, en el urbanismo de la Cristiandad, el centro de un pueblo tradicional estaba ocupado por la iglesia y su plaza, o de su catedral en el caso de ser una ciudad de mayor importancia. Ésta era el alma de la ciudad, así como el alma del violín es este pequeño travesaño en el interior de su caja de resonancia, por donde expande sus armónicos y sin el cual su sonoridad sería opaca o ensombrecida.  En torno a la iglesia se iban abriendo las nervaduras de las calles y plazas, como si se tratara de un organismo físico y al mismo tiempo espiritual, fiel remedo urbanístico de lo que era un orden político emanado de un orden teológico.

Pero ahora, en nuestras ciudades liberales, ¿qué ocupa el centro, el «alma» de la ciudad? Si observamos varias de nuestras ciudades españolas, y aún europeas, encontramos que este centro ha sido desplazado. Lo que antes fue la catedral o la iglesia es ahora un variopinto muestrario de las manifestaciones de su nuevo dios-ídolo: el mercado. Porque, queramos o no, el ser humano no vive sin Dios. De nuestro corazón habla la boca, y de nuestro corazón social habla nuestro urbanismo. Y porque, apartado Dios, el vacío inconmensurable que dejó su ausencia se llena ahora de un consumo conspicuo: Bancos, antros comerciales de todo tipo, como templos del becerro de oro del idolatrado «dios mercado», se incrustan en este nuevo páramo llamado «el centro». La catedral y su plaza quedan ahora relegadas al llamado «casco antiguo» o «centro histórico», como una reliquia que mostrar a los turistas ansiosos de imágenes, que devoran bulímicamente «experiencias» como antaño aquel «dios» Cronos devoraba a sus hijos.

Y aún más. Algunos de estos «templos» colocan en sus pináculos dioses aún más sombríos. Valga como triste ejemplo, en Barcelona, la representación del pagano Hermes en lo alto de uno de los edificios de la Plaza Cataluña, el llamado ahora centro de la ciudad. Los significados que en el pasado mitológico se le dieron fueron varios: dios de los comerciantes, de los ladrones, mensajero de otros dioses… Pero… ¡ay! También sabemos que es el padre de las llamadas «tradiciones herméticas», como la masonería, que se incrustó hace siglos en los ganglios de muchas de nuestras ciudades. Y por esa boca llamada urbanismo nos gritan la enfermedad de su corazón.

Helena Escolano, Margaritas Hispánicas