Las ideologías

La tentación de Adán, por Jacopo Tintoretto

De todos es conocido el término «ideología». En nuestro día a día encontramos multitud de personas que se confiesan adeptas a tal o cual ideología o, si ellos no lo hacen, su entorno se encarga de catalogarlas. La cuestión es si esa realidad que constituyen las ideologías debe ser combatida o más bien ignorada dado que no merece importancia alguna.

A mi juicio, las ideologías constituyen una corrosiva ponzoña que se ha ido introduciendo en la sociedad hasta concebirse como imprescindible. En muchas ocasiones, no se entiende cómo pudo existir un mundo sin ideologías e incluso que han existido desde toda la Historia. El racionalismo moderno se despreocupó de conocer la realidad, y acabó creándola según varios criterios: disquisiciones racionales, hechos empíricos, realidades sociales… Es decir, el hombre dejó de pensar las cosas para crear las cosas. Además, esta pseudo creación que la modernidad introdujo, se realizaba siempre desde principios que se iban desarrollando. Esto es, la ideología parte de no conocer la realidad para luego coordinar un mundo en torno a una serie de presupuestos ya establecidos.

Esto implica necesariamente que las ideologías se conviertan en estancas entre sí, dado que la realidad se cifra en una serie de principios últimos que sólo los ideólogos descubrieron. La sociedad tiende a enconarse y segregarse, dado que pese a la infinidad de realidades y fines comunes, si sus contemporáneos no participan de ese núcleo creador, de esa piedra filosofal… en definitiva, de esa gnosis, el resto del mundo se encuentra en oposición.

La cuestión es que esa interpretación de la realidad sesgada, esa corrupción de la filosofía, no puede explicar la realidad. La realidad es compleja y extensa, y las ideologías tienden al esquematismo y a la reducción de las cuestiones a su adecuación o no con sus presupuestos. Ante las diferencias sustanciales entre la realidad y las ideologías, éstas muestran su vil raíz al pretender modificar la realidad para adecuarla a sus pretensiones. He aquí el sentido de la revolución. La revolución implica crear un mundo nuevo, un mundo libre de las losas de la creación y la naturaleza, liberado por los a prioris humanos ideológicos.

El núcleo duro de las ideologías no es otro que el antropocentrismo, la pretensión de corregir este mundo mal hecho ya sea por Dios o por la agregación de materia azarosa. La ideología implica la muerte de la razón y la coronación del hombre criatura al hombre creador. Es por ello que todas las ideologías se presentan como redentoras.

Este matiz tiene que ver con la dimensión revolucionaria de las mismas. La revolución vendrá a desterrar el mundo, la realidad, la naturaleza… y creará el Paraíso que Dios no pudo. Suelen olvidar —al menos los espíritus de buena fe si es que los hay— que el Paraíso se truncó porque el hombre quiso rehacer la Creación, usar su razón para conquistar el trono del Creador. En otras palabras, Adán fue seducido por la primera y única ideología: non serviam.  

 Miguel Quesada, Círculo Hispalense