En los últimos días el mundo entero ha quedado conmocionado por el actual conflicto entre Rusia y Ucrania. Y no es para menos, este conflicto es un punto de inflexión en la geopolítica e ignorarlo sería una insensatez. No obstante, lo que no tiene justificación es el silencio que ha guardado la mayor parte de los políticos colombianos ante los constantes movimientos del ELN que actualmente continúan.
Mientras el presidente Duque se encarga de condenar enérgicamente las acciones de Rusia siendo éste un conflicto en el que Colombia poco puede influir, resulta que el departamento del Norte de Santander se quedó incomunicado por vía terrestre con el interior del país gracias a las amenazas de bomba en las diferentes vías de acceso, entre ellas la de Cúcuta-Pamplona. En otros casos como el de la vía Cúcuta-Ocaña, la amenaza pasó a hecho, dando como resultado la destrucción de la estructura del puente. Es más, la semana pasada también realizaron una amenaza de bomba en la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña, causando más caos si cabe en el departamento, esta vez en su capital.
No limitándose a Norte de Santander, el ELN explotó una de sus bombas en la vía San Gil-El Socorro, departamento de Santander. Hecho que nos demuestra que este grupo terrorista está expandiéndose en ambos Santanderes aprovechando la inacción del Estado.
Más que hacer un recuento de los actos terroristas de la semana pasada, lo importante es reflexionar sobre la actitud de una élite política que da más prioridad a conflictos del otro lado del charco que a los verdaderos problemas del país; actitud que, no sobra decir, también está presente en muchos colombianos que no viven en las regiones afectadas. Esto al menos mientras dure el conflicto en Ucrania, porque cuando pase y el país se dé cuenta de lo que está sucediendo, no faltará quien defienda la idea de seguir negociando con un grupo terrorista que nunca respetó los ceses al fuego y se repita la experiencia del acuerdo con las FARC: un acuerdo impuesto contra la opinión del pueblo colombiano, posterior al cual la violencia y el cultivo de drogas no dejó de incrementar mientras paulatinamente los desmovilizados volvían a las armas y se daba un trato especial a líderes que, como en el caso de Santrich, siguieron ese mismo camino. Al final, por más que la maquinaria propagandística al servicio de la élite política diga lo contrario, el negociar no ha hecho otra cosa que permitir a los grupos terroristas continuar martirizando al pueblo colombiano.
AGENCIA FARO, Colombia. E. Jiménez