En esta festividad de Nuestra Señora del Carmen, Juan Pablo Timaná, del Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín, nos envía este artículo publicado el día 9 de enero de 1936 en el periódico carlista EL SIGLO FUTURO.
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Acaba de morir aquí en Madrid, con la muerte de los justos, y auxiliado por los últimos Sacramentos de nuestra Santa Madre Iglesia, el pundonoroso caballero don Julián Pastor Ortega, Terciario franciscano, cofrade del Carmen y carlista de la última guerra, en la que peleando esforzada y valientemente, recibió una bala en el corazón; pero con tan buena y feliz suerte, que la bala, en vez de herirle, se detuvo milagrosamente en el escapulario de la Virgen del Carmen, que nuestro veterano llevaba sobre su pecho, y que era el mismo que su madre le dio cuando partió para la guerra.
Ni que decir tiene que su amor y devoción para con la celestial Reina del Carmelo se multiplicó desde el tal favor. Más todavía, en su alma guardaba el firme propósito de morir y de que le enterrasen con este mismo escapulario en el que se detuvo la bala.
Y dicho y hecho. Así que hubo recibido el Santo Viático, con la fe y devoción que es de suponer, dijo a uno de sus hijos: «Arriba, en la cómoda, dentro de una carpeta, está mi escapulario con el que la Virgen Santísima del Carmen me salvó en la guerra. Tráemelo, pues con él quiero morir y presentarme ante Dios Nuestro Señor».
Se lo trajo, se lo pusieron y con él murió.
Tradicionalistas queridos, carlistas de antaño, ¿verdad que morir así no da miedo, sino santa envidia?
Los buenos tradicionalistas siempre hemos visto que mueren así; esto es, protegidos por la benditísima Virgen del Escapulario y con ansias de ver a su Dios.
Fr. Gabriel de Jesús.