La degeneración institucionalizada

Planta de marihuana en una empresa de la industria del cannabis medicinal y de uso recreativo en el estado de Colorado, en EEUU/EP

Recientemente, el ministro de salud alemán, Karl Lauterbach afirmó que «el consumo de cannabis con moderación, de forma segura, de alta calidad y sin delitos en su adquisición es algo que debe aceptarse y forma parte de una sociedad moderna»; todo ello en el marco de un plan del gobierno germano para legalizar la marihuana con fines recreativos, en línea con otros países europeos, que andan más avanzados en este proceso. Después de que la burbuja financiera de la inversión en empresas dedicadas al sector del cannabis se pinchara en Estados Unidos, parece que los europeísimos quieren atraer hacia sí lo que consideran un nicho de negocio ¿solamente?

El factor económico, sin duda, tiene un peso relevante en el marco de todos estos movimientos. Para empezar, no olvidemos que las drogas legales constituirían una jugosísima fuente de recaudación tributaria para los estados, en un momento en que los gobiernos exprimen al máximo su inventiva fiscal con pretextos sistémicos como cada vez más centrados en el pánico climático. En definitiva, el de la droga es un verdadero mercado virgen para la fiscalidad nacional.

Pero pienso que hay más. El hecho de que Estados Unidos, el país en el que, por sus principios  individualistas, más se había apostado por la legalización generalizada del uso recreativo de la marihuana vaya a ceder su dudoso honor de pionero en la materia a Europa, es indicativo de una situación social especialmente deteriorada en nuestro continente. En este sentido, el economista español Santiago Niño lleva años anunciando que el nuevo paradigma económico al que parece que nos acercamos a la vista de la coyuntura geopolítica y económica global, sólo podrá asentarse en el siguiente trinomio: renta básica, marihuana legal y ocio libre. La primera ya se está implantando con fuerza, aunque solamente en Europa. El tercero también puede considerarse conseguido en la práctica, pues el mundo virtual ha alcanzado ya precios de saldo. Pero el motivo común es que el futuro, en términos puramente mundanos, es fuertemente desesperanzador, con un mercado de trabajo excedentario a causa de la robotización, una generación carente de los más básicos principios morales, y una situación creciente de inferioridad política, militar y económica del viejo «mundo occidental» respecto de los bloques ruso, árabe o chino.

La llamada Europa es, hoy por hoy, un cadáver, del cual solamente queda saber quién será su enterrador. La coyuntura actual pone de manifiesto que no se puede aspirar a ser una potencia geopolítica, incluso en la era de la modernidad débil, con una simple apariencia de unidad política y financiera. Se necesita auténtica soberanía (entendida en su acepción clásica), para lo cual se requiere independencia económica, superficie, excedente de recursos naturales y potencia militar; y por supuesto, una masa crítica de unidad religiosa (elemento del que dispone Rusia) o, en el peor de los casos, ideológica (factor común en China y los países árabes, pues no olvidemos que el mahometanismo no es más que una ideología político-espiritual).

Por su parte, Europa no tiene nada o casi nada de todo esto, o bien se ha preocupado de desmantelarlo. Pero en cambio pretenden que se la respete por la gracia de ser un conjunto de vecinos más o menos bien avenidos con alternancia calculada de gobiernos de tecnócratas posmodernos. Estados Unidos va por un camino similar, aunque su unidad de soberanía y su extensión y riqueza natural atenúan el desastre. Y es que la modernidad débil es cosa de las economías aburguesadas con su liberalismo en fase delicuescente. La nada no conduce sino a nada. La crisis de 2008 encontró al liberalismo aún en la bañera de champán que estrenó en 1991, pero los más recientes acontecimientos lo han puesto con varias bolas de partido en contra, que no parece que vaya a levantar: en el fondo, porque es la única ideología que lleva en sus genes el temporizador de su propia destrucción.

Javier de MiguelCírculo Abanderado de la Tradición y Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia