Tiranos y antirreyes

Composición editorial a partir de imágenes de EFE y GTRES

Casi toda España sabe que Mohammed VI, dirigente de Marruecos, celebró sus 59 años con una borrachera en su lugar de recreo habitual: París.

Un gran número de comentaristas se entretiene en refutar la excusa marroquí de que el alauita «tuvo un traspiés»; cualquier español que vea el vídeo sabe reconocer una borrachera mejor que ningún mahometano. Sin negarles la razón, quizá convenga señalar detalles más útiles.

Al confrontar al monarca enemigo es obligado compararlo con nuestros gobernantes. En su descaro, su despreocupación indolente, el manifiesto desprecio a sus súbditos, aparece claramente que su homólogo español es Sánchez. Comparten vicios de su carácter nada deseables, y se lo pueden permitir porque detentan el imperio político: son gobernantes de sus países.

Esto no se toleraría en nuestro simulacro de monarca, Felipe. Pese a la confusión nominal, los españoles saben que él no reina, es exclusivamente el funcionario mayor, un embajador vitalicio. Un elemento accidental y pasivo de la política, aunque constante. Sólo por esto Felipe, o Juan Carlos, no son comparables a Mohamed VI, porque no gobiernan nada. Por este motivo puede que sea cierto que el rey marroquí prepara otro lazo sobre esta pata floja del régimen del 78: el enlace de su hijo Mulay con Leonor, quien estuvo luciendo un colgante con la palabra «amor» escrita en árabe.

En todo caso, hay que lamentar que un mahometano beodo pueda bastar para someter nuestra tierra al yugo islámico. Pero cuando dos regímenes injustos combaten, pervive aquél que se opone menos a la ley natural y conculca menos el bien común. Es más, aunque naufrague entre melopeas, Mohammed VI parece a muchos un gobernante virtuoso al lado de Pedro Sánchez y todos sus antecesores.

En efecto, del monarca alauita podrá decirse que mata de hambre a Marruecos; que no implementa mejoras en la producción del país a fin de competir en unas décadas con los grandes exportadores agrarios o industriales. Pero, por otro lado, incrementa su poder militar, trata de conectar logísticamente los terrenos del país, combatir a quienes considera sediciosos y unificar territorialmente sus regiones.

Se puede decir que permite grandes emigraciones de sus naturales, incluso  los empuja contra las fronteras españolas; pero tampoco esquilma los patrimonios familiares, y los que lanza fuera no dejan de pertenecer a Marruecos: salen en son de conquista. Tampoco promueve el infanticidio o el aberrosexualismo, sino que persigue estos abusos y también el crimen común, a veces con penas feroces.

Por el contrario, Sánchez fomenta todos estos males en España, sin mantener unos bienes mínimos para la pura supervivencia política. Sin ejército, sin hijos, sin matrimonios, sin patrimonio, los españoles están aún peor regidos que los alauitas. Por eso podemos llegar a vernos conquistados por ellos.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.