La Inquisición (y II)

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Ofrecemos a continuación la segunda y última parte de un artículo de la hemeroteca  de La Esperanza, publicado el 28 de noviembre de 1856. Se trata de la traducción de uno original del gran Louis Veuillot para su L´Univers. Para leer la primera parte de este artículo, pulse este enlace

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El desastroso progreso de las sectas maniqueas que desolaron a Europa, y que amenazaban con una ruina total a la Iglesia y a la sociedad, obligó a los Papas, a los Obispos y a los señores a reunir sus esfuerzos contra tan gran peligro. Los sectarios negaban a la par los principios más esenciales de la religión y del orden moral; sus prácticas eran el pillaje, la devastación y los asesinatos. La guerra no hacía con ellos otra cosa sino volverles ruina por ruina, estragos por estragos (…), se los ahogaba, pero renacían siempre. Entonces fue cuando la Inquisición tomó el desarrollo y la forma que más tarde le han valido tantas calumnias. ¿Y cuál fue el pensamiento de Santo Domingo? Sustituir el régimen de la justicia al régimen de la guerra, reemplazar el sable con la ley, conceder el conocimiento de los casos de herejía a su juez natural, al sacerdote, en vez de abandonárselo al soldado. Vuestros soldados, dijo a los señores católicos, nunca llegarán sino a matar a un sinnúmero de esos desgraciados, entre los cuales hay muchísimos ignaros. Es preciso salir a su encuentro, desnudos los pies, la cruz en la mano, y establecer entre ellos monasterios, escuelas y jueces.

La orden de Santo Domingo se honrará siempre de haber sido elegida por la Santa Sede, con el fin de buscar a los herejes y atraerlos por medio de una enseñanza saludable, castigando a los que, con una tenacidad criminal, persistiesen después de este en el error, tarea que cumplió mereciendo el reconocimiento hasta de los mismos herejes. Las matanzas cesaron, la paz se restableció triunfando la verdad, y las ciencias y las letras tomaron un vuelo prodigioso. Se habla mucho de las hogueras de la Inquisición; pero encendió menos seguramente que otras luces. La universidad de Tolosa se fundó contra la herejía albigense, y mil otras por el estilo formaban uno de los medios con que contaba la Iglesia para concluir con las herejías. Es preciso prescindir de toda razón, mejor diríamos, de todo amor propio, y dejarse engañar miserablemente por el odio, para creer que un siglo que vio a la vez a Inocencio III, San Francisco de Asís, Santo Domingo, San Luis de Francia y tantos otros santos a la cabeza de la sociedad, la Iglesia quisiera establecer tribunales sanguinarios con el solo objeto de darse el gusto de hacer morir a inocentes.

Se concibe que en su frenesí los enemigos sistemáticos del cristianismo crean tales cosas, o por lo menos las digan: esa pasión no razona, y nada la importa la injusticia, Pero los católicos que hablan de ese modo por timidez o ignorancia, debieran recordar que los Papas y los Concilios generales han proclamado la Inquisición como necesaria, estableciéndola y sancionándola solemnemente. En el tercero y cuarto Concilio de Letrán fue donde verdaderamente se formó la Inquisición, no como instituto político, carácter que más tarde le dieron los Reyes de España y Portugal, sino como instituto religioso y eclesiástico, tal como existió en Europa hasta fines del siglo XV.

En lo que pertenece, pues, a esta forma primera, exclusivamente religiosa y eclesiástica, es preciso saber decir francamente que la Inquisición ha sido un instituto del cual tenía necesidad la sociedad católica, y que ha satisfecho esa necesidad.

Si en el ejercicio de tal magistratura algunos hombres han errado, suya únicamente es la falta. Todo juez puede errar, prevaricar, si se quiere; la justicia es santa. Todo lo que la Iglesia ha establecido, confirmado o aprobado en los relativo a la Inquisición, es salud, y a ningún católico le es permitido censurarlo, porque la Iglesia no puede autorizar el mal o el error, ni por su conducta ni por su enseñanza, pudiendo juzgarse del valor moral de las cosas, tanto por su práctica como por sus palabras. He aquí lo que nunca quieren comprender esos cristianos políticos que, reconociendo la infalibilidad de la Iglesia en sus disposiciones, juzgan no obstante la mayor parte de sus actos como si los creyesen faltos de la asistencia del Espíritu Santo.

Así pues, 1º, la Inquisición en general, es decir, el descubrimiento y la represión de las disidencias temporales que pueden turbar y el orden delas sociedades, es el derecho necesario y en todas partes ejercido por toda sociedad humana; 2º, la Iglesia ha conservado siempre y ejercido este derecho, y, según los tiempos y circunstancias, ha arreglado su uso, no sólo muy legítimamente, sino aun con mucha misericordia y sabiduría, aún decidiéndose a emplear el mayor rigor; 3º, la Inquisición política de España, de la cual vamos a hablar, es una cosa muy distinta de la Inquisición establecida, confirmada y aprobada por la Iglesia. Es importante hacer esta distinción en una materia en que las pasiones acostumbran a embrollarlo todo, para conseguir más fácilmente que todo se ignore.

Antes de pasar adelante debemos presentar otra reflexión al buen sentido y a la buena fe.

Los enemigos de la religión católica se complacen en hablar de la Inquisición. Es el texto más fácil para sus declamaciones y sus ultrajes, y solo su nombre equivale a una multitud de calumnias. Por su parte, los católicos no pueden pronunciarlos y demostrar lo ridículo de tales declamaciones y la iniquidad de tales calumnias y ultrajes, sin que enseguida se les apostrofe diciéndoles que quieren volver a encender las hogueras para hacer subir a ellas a la flor del género humano. Podríamos nombrar los escritores que ya desde ahora cortan su pluma para hacer saber a sus adeptos que El Univers acaba de hacer nuevamente la apología de la Inquisición, y pide nuevamente que se le queme. Sobre este punto, muy particularmente, se quiere que los católicos se conformen con la pena, bajen la cabeza y se reduzcan a silencio. De nada tienen que avergonzarse; sólo tienen que combatir las mentiras palpables y las mentiras ignorantes; la verdad está con ellos. Que la proclamen con confianza, y triunfarán en este punto, como han triunfado ya en tantos otros. Si la multitud de adversarios, aún siéndolo de buena fe, pudiera destruir la verdad, tiempo hace que tal cosa se hubiera conseguido. Pero Dios la ha dado una fuerza invencible; para quedar victoriosa, sólo necesita un corto número de corazones firmes que no la resignen y sepan confesarla (…). Por esto nuestra época se señalará por sus grandes reparaciones. Por último, del mismo modo que la verdad tiene un vigor oculto, la mentira tiene secretas enfermedades. Toda su osadía la abandona cuando se ve expuesta (…) por lo que respecta a la Inquisición, el momento está próximo, si es que no ha llegado ya. La presa va a separarse de las garras de los que hace tanto tiempo la devoran. 

LA ESPERANZA