El periodismo moderno es el fuego de artillería del poder político, reduciendo a escombros toda resistencia enemiga y allanando el derrotero a los Panzer de lo políticamente correcto hacia sus objetivos electoralistas.
A despecho del impacto visual del que hace gala cualquier polvorín de mala muerte a la sensiblería occidental, no ha habido bienhechor que haya sufragado tantas esquelas en los periódicos como la señorona Mrs. Remington cargada de tinta… Sobrepasando de lejos cualquier otra arma convencional.
El periodismo moderno es el fuego de artillería del poder político, reduciendo a escombros toda resistencia enemiga y allanando el derrotero a los Panzer de lo políticamente correcto hacia sus objetivos electoralistas. Sin embargo, este convoy propulsado por el livestreaming es indetectable a los UAV de reconocimiento. Un quintacolumnismo clandestino, saboteador de sistemas y generador de daños irreparables cuando la avería se ha universalizado.
No sería disparatado apuntar que, en tiempos de guerra, los editoriales generalistas se asemejan sobremanera a los morteros: su tiro es indirecto, pues los blancos (telespectadores, radioyentes o lectores) no están a la vista de quien ordena la descarga de los proyectiles, tomando como referencia otros datos (la compasión natural de toda persona ante el sufrimiento ajeno); abren fuego con grandes ángulos de elevación (predicando la buena nueva urbi et orbi); y, para mayor inri, gozan de gran capacidad de destrucción (machacando las conciencias con imágenes apocalípticas y obstaculizando al receptor su discernir entre causas y efectos). Asimismo, los caciques del noticiario, adictos al olor del napalm sensacionalista por las mañanas, detonan las estructuras de la razón humana para rendir el albedrío a la opinión del jefe de informativos.
Hace dos telediarios, quien a toque de corneta sintonizase la radiotelevisión, se habría visto alcanzado por una de las noticias de última hora que de costumbre nos bombardean. «El Grupo Wagner recompensará con la libertad a los presos que luchen en Ucrania», arrojaba un titular. Un contratista ruso que, del mismo modo que su homólogo estadounidense Academi (otrora Blackwater), oferta servicios paramilitares a precio de oro.
Lo impactante fue que los redactores a nómina de Bruselas pusieron la mira en la condición criminal de los reclutas, sin abordar siquiera la nebulosa del mercenariazgo como producto de outsourcing para los Estados.
Este enfoque mediático, además de obedecer a los intereses del bloque atlantista (interviniendo en operaciones de desinformación como verdaderos soldados de fortuna), calibra la ralea de la opinión publicada: puritanismo anglosajón que niega al miserable alistarse en un banderín de enganche para redimir sus correrías. El furor protestante de la Sola fide desencadenado en el tablero político internacional y propagando sus dominios hasta el vasallaje de las naciones al que crucifica y no al Crucificado.
Javier Navas-Hidalgo, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo