Metro inglés y compás francés

«Solo en casa». Escena de la iglesia

Quizá lo mejor de la Navidad es que, como toda fiesta que se precie, tiene una Octava; es decir, que es una fiesta que dura ocho días, en realidad. Quizá lo más interesante de la Navidad es que, como toda fiesta católica que se precie, es una fiesta que no se agota en sí misma, sino que se entrelaza de manera exquisita con el resto del año litúrgico. Así, la Encarnación del Hijo de Dios no fue un fin en sí misma, sino que dígnose Su Majestad hacerse hombre para después morir de muerte y de muerte de Cruz. Por eso, tal vez, los santos que rodean, como tantos otros brillantes rubíes engarzados en la terrena corona del Rey de Reyes nacido en Belén, son todos mártires: San Esteban, el primero, el 26. San Juan, el discípulo amado, el que se recostó en el pecho del Señor, el 27. Los Santos Inocentes, que confesaron al Señor con su sangre, ya que no con sus labios, el 28. Santo Tomás de Cantorbery, el 29, quien dejó su sangre en las baldosas de su propia catedral.

Del Señor mismo, este Domingo, conmemoramos los católicos (los modernistas, no lo sé), en la Octava de Su Natividad, Su Santa Circuncisión. Por qué el vaticanosegundismo rampante se haya olvidado de esta fiesta, no lo sé. A mí me parece magnífica: en Su Circuncisión, el Señor, que no necesitaba (sería absurdo pensarlo) en absoluto pasar por un ritual semejante, comienza ya a derramar Su Preciosísima Sangre por nuestra redención. Podría no haber sido circuncidado, pero lo quiso hacer, como una suerte de primer anuncio del Calvario:

Vertiendo está su sangre, Dominguillo, ¡eh!, yo no sé por qué.

Otro aspecto interesante de la Navidad, cada vez más evidente dado el carácter globalizado del mundo en el que vivimos, es que pone magníficamente en evidencia que el catolicismo es católico. En Navidad nos parece perfectamente normal poner villancicos en otros idiomas; e, incluso, aprenderlos. No hablo de «canciones de Navidad» melosas, melodramáticas y melopeicas, sino de los verdaderos villancicos. Es decir, no de canciones de amor entre adolescentes (tengan esos adolescentes 15 ó 51 años) que tienen lugar en los aledaños de las fiestas de Navidad, sino de canciones en honor al Divino Infante o a Su Santísima Madre. Con las películas llamadas «navideñas» pasa exactamente lo mismo: las hay que, aunque no sean de Historia Sagrada, son cristianas y, por tanto, no las ponen nunca en la tele; y las hay que son rabiosamente anticatólicas y nos las ponen en bucle desde el comienzo del Adviento. No es el momento de andarse con listas, pero quizá haya ocasión.

A veces, sin embargo, hay películas tontas, de ésas que no valen ni para dormir la siesta, pero que tienen una o dos escenas, una trama secundaria que casi (casi) permite salvar el filme entero. Una de las grandes películas navidosas, que no navideñas es la inefable Solo en casa, un clásico de los años 90, es decir, la historia de un niño insufrible que, a fuerza de hacer su santa y pueril voluntad, descubre que ser insufrible no es una manera sensata de vivir una vida. Por una serie de azares que no merece la pena enumerar, el crío, Kevin, es olvidado por su familia (burguesa, snob, tan insufrible como él… Yanqui, en suma) al inicio de un viaje para pasar la Navidad en París. El infantil disfrute de su recién adquirida «libertad», pronto se ve empañado por la perturbadora presencia de dos ladrones en el vecindario, por la siniestra imagen de su anciano vecino (sobre el que circulan toda clase de escabrosos rumores) y, sobre todo, por la soledad. Solo en casa, es una cosa; solo en Nochebuena, es un auténtico castigo.

La soledad es más difícil en las frías horas de la noche y Kevin se hace más y más dolorosamente consciente de que echa de menos a su insufrible familia. Es entonces cuando dirige sus pasos, un poco mecánicamente –aquí, Kevin es la imagen de tantos y tantos católicos «de Pascua y Navidad»– hacia la iglesia local, donde suenan los dulces acordes de O Holy Night:

Fall on your knees

O hear the angel’s voices

O night divine

O night when Christ was born

Aunque los atuendos del coro y la bella arquitectura neogótica hacen pensar en una iglesia episcopaliana, la abundancia de santos y de velas también nos permiten apropiárnosla. Es lo que pretendo hacer, porque la escena es bastante bonita y porque apropiarse de cosas bonitas es exactamente lo que hicieron los ingleses con O Holy Night, que es un villancico francés. Pero como es Navidad, nos lo perdonamos.

Kevin acaba encontrándose con su temible y anciano vecino, que resulta no ser nada temible, sino un simple pecador como todos nosotros, como él mismo, que viene al ensayo de la coral de la iglesia para poder ver a su nieta cantar, porque lleva años sin hablarse con su hijo. Si la soledad es mala, no quiero pensar lo que pueda doler la que tiene a nuestras propias torpezas por causa.

A lo mejor una Navidad un inglés no pudo cruzar de vuelta el Canal y tuvo que pasar tan santas fechas en Francia. A lo mejor, solo, acudió a la Misa del Gallo (la Messe de Minuit) y quedó encandilado por las suaves armonías del Minuit, chrétien que tradicionalmente se entona en las iglesias galas cuando se procede, justo antes de la Misa, a colocar al Niño Jesús en el belén. Y, a lo mejor, como era medio poeta, cuando regresó a Inglaterra, decidió traducir, mal que bien, aquel hermoso villancico, sin cambiar la música: compás francés con metro inglés. A lo mejor traducimos los villancicos para estar un poco menos solos en Navidad y los ingleses, que siempre han estado un poco solos porque están en una isla, se han hecho auténticos especialistas de la anglificación de la música de Navidad y cuentan en su repertorio con versiones bastante aceptables de Adeste Fideles e, incluso, de Birjina gaztetto bat zegoen. No sólo de francés vive la Navidad…

A lo mejor el Señor quiso nacer por la noche, porque en esta noche Santa se conjuran, con Su nacimiento, todas las soledades. Y sin duda sabía que un día, en una guerra, unos soldados decidieron comenzar una tregua santa improvisada, cantando, en inglés, francés y alemán, Noche de Paz, porque alguien había tenido la brillante idea de traducirla. Porque, ¡oh, gran misterio!, la música de Navidad demuestra siempre una enorme capacidad de adaptación. Quiera Dios que nosotros también.

Que en esta Octava de Navidad y en las que sigan, tengamos el coraje de acudir a disipar alguna soledad. El vecino anciano le dice a Kevin que no ha de tener miedo de decirle «buenos días» cuando se encuentren por la calle. No digo que hayan de ir a cantarle villancicos a todos los vecinos ancianos y solitarios de su calle, aunque yo les admiraría enormemente por ello. Basta, tan sólo, en muchos casos, con un buenos días navideño:

C’est pour nous qu’il naît, qu’il souffre et meurt.

Que el Señor que no temió la soledad del pesebre nos asista y nos bendiga durante todo el año que comienza.

G. García Vao