El Carlismo y el Opus Dei (y III)

El Carlismo fue una buena plataforma para airear el derecho a la vida de las universidades libres frente al monopolio estatal

Reproducimos la tercera parte del texto de Manuel de Santa Cruz titulado El Carlismo y la Universidad de Navarra, extraído del tomo correspondiente al año 1960 de sus «Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español».

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Los cuadros de la Universidad de Navarra padecían la misma obsesión clásica de muchos eclesiásticos de jugar todas las cartas y de estar bien con todos en lugar de buscar la verdad y de servirla totalmente. Algún sector del tradicionalismo que por esta mentalidad toleró entre su alumnado, fue de un pseudotradicionalismo impregnado de progresismo como el que en otras partes profesaban los jóvenes amigos de Don Hugo enquistados en A. E. T. Llegó así también a Pamplona la frialdad ya establecida en otras partes entre los de A. E. T., de ideas progresistas, y aun criptomarxistas, de cierto snobismo intelectual, orientados directamente por Don Hugo, y el Requeté, más duro, tachado de religioso, «integrista», anticuado y poco abierto al mundo moderno, mandado por Márquez de Prado.

El profesor norteamericano Frederick Wilhelmsen, que era a la vez una estrella del Requeté y de la Universidad, aumentó su condición pintoresca trabajando arduamente en la preparación doctrinal de los jóvenes «macas» que militaban en el Requeté. Esto y su clara significación antiprogresista fue tomado por algunos como explicación de su marcha de la Universidad y por tanto, como un agravio de ésta al Carlismo. No es cierto. El propio Wilhelmsen lo desmintió al recopilador, insistiendo en que su regreso a Norteamérica se debió exclusivamente a motivos personales; había llegado con una beca Fullbright del Gobierno de los Estados Unidos para enseñar filosofía durante los años 1961 y 62, y luego se quedó dos años más, por un contrato personal, en 1963-1964.

Los carlistas prestaron un gran apoyo inicial a la Universidad de Navarra por el mero hecho de presentarse como una obra de la Iglesia. Tardaron varios años en ir enterándose de las omisiones de enseñanzas acerca del enfrentamiento de la Iglesia con la Revolución, y de que algunas doctrinas allí impartidas estaban impregnadas de liberalismo.

El Carlismo fue una buena plataforma para airear el derecho a la vida de las universidades libres frente al monopolio estatal de la enseñanza superior. Esto, que tanto necesitaba la Universidad de Navarra, fue imbuido en muchas mentes de personas influyentes, no tanto de Pamplona como de Madrid, porque encajaba perfectamente en la famosa consigna de Vázquez de Mella: «Mas sociedad y menos Estado». El Carlismo era el único sector político que podía decir esto a la cara a un Estado totalitario, aunque en fase de deshielo, sin que le llamaran rojo o masón.

El enjambre de modestas publicaciones carlistas estuvo en todo momento abierto a los dirigentes de la Universidad de Navarra para que expusieran cuanto quisieran; pocos, sin embargo, les dieron la popularidad de sus firmas; pero con personas menos conocidas interpuestas, como jóvenes de A. E. T., no dejaron de utilizarlas en el sentido dicho de exaltar la Universidad libre frente a la estatal.

Consecuencia de estas lecturas y de movimientos entre bastidores fue lo que narra «Lavardín» en el siguiente párrafo de su libro «El Ultimo Pretendiente»: «Hacia el mes de febrero de 1961, tuvieron los estudiantes carlistas una extraña actuación: fueron los más encarnizados defensores de la Universidad no estatal —del Opus Dei— de Navarra. Resulta difícil explicarse esta actitud, pero, según dirigentes de la Universidad de Madrid, su intervención había sido decisiva para cortar la campaña que, en contra del reconocimiento oficial de aquel centro del Opus Dei, se había desatado en la Universidad Central. De todos modos, tenía suficiente poder el Opus Dei para valérselas por sí solo y, naturalmente, jamás agradeció a los carlistas su ayuda. Sin duda, no querían que se pudiera tachar de carlista a la institución, cosa que, efectivamente, jamás ocurrió».

Hay que añadir que lo transcrito no fue un suceso único, sino que es una muestra paradigmática de otros episodios análogos. De todo esto y de otras cosas dio cumplida noticia Don Javier de Borbón Parma al P. Escrivá de Balaguer en una correspondencia cruzada entre ambos en un momento de tensión entre sus respectivas organizaciones, generada en parte por la disparidad de adhesiones dinásticas entre los señores Massó y López Rodó.

Las desavenencias del Carlismo y la Universidad de Navarra no fueron escritas sino verbales y más por omisión que por acción. Aparecieron tardíamente, cuando ante el incipiente reto progresista el Opus Dei desencantó a muchos y a la adhesión primera a él sucedieron las reticencias y la desconfianza. El profesor Elías de Tejada, aparte de la naturaleza de las cosas, fue quien hizo cristalizar aquella nube oscura de malestar indefinido en piedras de granizo hirientes que descargaron contra el Opus Dei, e implícitamente contra la Universidad de Navarra, en el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista de octubre de 1961. Distinguió entre política carlista y cultura pseudotradicionalista, acusando a algunos miembros del Opus Dei, señalamiento que englobaba a la Universidad de Navarra, de fomentar una variedad espúrea de tradicionalismo para tener en él un puente viable por donde hacer transbordar todo el Carlismo a la obediencia de Don Juan de Borbón. Descontando los errores de todo esquema, y la vehemencia de su autor, esta formulación tenía algo de verdad y terminó de abrir los ojos a muchos carlistas que habían esperado demasiado de la Universidad de Navarra. También habían esperado demasiado de la Iglesia.

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