La prensa tiene una entraña exagerada por naturaleza. En su efervescente producción legislativa, el Ejecutivo de Pedro Sánchez pretende modificar la ley que considera una infracción cualquier desorden público cerca de las Cortes parlamentarias. Y, con un tono afectado, las plumas adheridas a los partidos de oposición se escandalizan de que esto pueda dejar de constituir un delito.
Esta medida esconde peligros políticos que son de temer. Pero, desde luego, no son el que pueda verse comprometida la soberanía democrática ni las bases del Estado liberal. Idea que, en principio, debiera agradar a cualquier hombre justo, y dar aliento a toda conspiración bien encarrilada.
La protección con aire sacral de los Parlamentos aparece en los códigos de todos los Estados liberales. Sin duda, es un broche de esa arrogancia decimonónica del derecho y el orden político nuevos. Un artículo de fe requerido por la religión civil del liberalismo. Si las Cortes constituyen la sede de la soberanía estatal, estamos ante el sancta sanctorum y requiere una vigilancia y un culto constantes: allí reside el alma del Estado. Quien se levante contra el Parlamento, aun sin intención de motín político o accidentalmente, está conculcando el fundamento de esa religión revolucionaria, el cimiento del orden estatal liberal.
La nota de alarma que levanta la ley en ciernes es más insidiosa. Tiene que ver con la mutación del orden liberal, que sucede en los países llamados occidentales que se encuentran bajo la injerencia directa del mundo anglosajón. Vemos cómo las instituciones estatales se debilitan, porque otro fundamento pujante las empieza a mover. En nuestro caso, las leyes concretas parecen dejar constancia de que el pulso político de la nación llega ahora desde extraños lugares, como Bruselas o Washington, de manera descarada.
No es que desaparezcan estos Estados, es que ingresan como partes dirigidas en un orden liberal mayor. El peligro político que esconde esta modificación es el sometimiento completo a potencias extranjeras, y no precisamente amigas. En eso parece estar concretándose lo que llaman globalización, que tiene referencias mucho más directas y comprensibles: la Unión Europea y la OTAN. Unas alineaciones que empiezan a tener una solidez que hace peligrar la pervivencia de la España peninsular.
A colación de la primera, hay otra alarma que notar. Sánchez y el resto de dirigentes parecen hacer la siguiente lectura. Por muy multitudinaria que llegase a ser una protesta contra el Parlamento, incluso aunque se llegase a entrar en él, no parece existir interés ni capacidad en ninguna parte de la sociedad como para conculcar el régimen del 78. Y quizá, a día de hoy, ésta sea una lectura correcta.
Además, esa convicción, que en el futuro puede ser equivocada, les puede permitir emplear el Parlamento como otro escenario de performance política, de la forma en que recientemente ha sucedido en EE. UU. o Brasil.
Roberto Moreno, Círculo cultural Antonio Molle