Es una idea común, en ambientes conservadores, considerar que la economía debe dejarse, en la mayor medida posible, al libre arbitrio de las fuerzas del mercado, pues pese a todas sus imperfecciones, de dicho axioma se siguen «los mejores resultados posibles». La competencia sería, pues, el mecanismo más eficiente de asignación de recursos, y por tanto, cualquier clase de intervención sobre ella obraría en merma de la eficiencia económica, que es el modo en que, según ellos, el capitalismo da por saldada su hipoteca social. Es lo que, en términos más filosóficos, podría denominarse «naturalismo económico», a saber, que las fuerzas del mercado serían más sabias que la inteligencia humana.
También es lugar común en el razonamiento burgués considerar que la Iglesia nunca condenó estos principios, pues son para ellos tan naturales, que no cabe refutación alguna fuera de las pervertidas mentes socialistas.
Pues bien, el Magisterio de la Iglesia, que nunca deja de sorprender por la presencia de pequeñas joyas escondidas, manifiesta su sabiduría y la omnicomprensividad de su doctrina. La razón es que no hay doctrina herética que no se encuentre condenada, de modo más o menos directo, en la pluma del Vicario de Cristo.
Vamos a ver un ejemplo que destroza, en pocas líneas, toda la forma mentis del catolicismo liberal-conservador y laissez faire (el resaltado es nuestro):
«Igual que la unidad del cuerpo social no puede basarse en la lucha de “clases”, tampoco el recto orden económico puede dejarse a la libre concurrencia de las fuerzas.
Pues de este principio, como de una fuente envenenada, han manado todos los errores de la economía “individualista”, que, suprimiendo, por olvido o por ignorancia, el carácter social y moral de la economía, estimó que ésta debía ser considerada y tratada como totalmente independiente de la autoridad del Estado, ya que tenía su principio regulador en el mercado o libre concurrencia de los competidores, y por el cual podría regirse mucho mejor que por la intervención de cualquier entendimiento creado».
Nos vemos obligados, ratione extensionis, a dejar la contundencia de esta cita a la consideración del lector. Pero ello no obsta para que sea objeto de un análisis minucioso en la continuación de estas líneas.
(Continuará)
Gonzalo J. Cabrera, Círculo Abanderado de la Tradición y Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia