Los católicos y el arte de la guerra

los fenómenos complejos no se pueden explicar con causas sencillas

Rescatamos de la hemeroteca carlista (número de la revista BOINA ROJA del 4 de mayo de 1960) un interesante artículo sobre los católicos y el arte de la guerra.

***

Hace poco un periodista norteamericano asistió en Madrid a una tertulia de españoles católicos. Entre otras cosas preguntó cómo se explicaba la persecución religiosa de los años 1931-1939 en un país católico. Como los fenómenos complejos no se pueden explicar con causas sencillas, las contestaciones fueron muy diversas, todas con su pequeña parte de verdad, ninguna totalmente resolutiva. Alguien le dijo que en parte se debía a que los católicos no se habían interesado por las técnicas modernas de la lucha político-social y militar, y esta deserción les había costado tan graves derrotas.

No vamos a enjuiciar la respuesta como tal, sino suponiéndola convencionalmente cierta, espigaremos comentarios sobre la actitud de los católicos españoles respecto de luchas civiles.

Al producirse la apostasía de los Estados nuestros católicos se dividieron en dos grupos: unos centraron la atención en la reconquista del Estado y otros se dedicaron a crear con carácter privado y signo católico cuantos organismos necesita una sociedad, pero al margen del Estado, que por su parte impulsó organismos análogos con carácter anticatólico. El primer grupo, inicialmente numeroso, fue disminuyendo y el segundo, inicialmente exiguo, fue aumentando. La primera consecuencia fue que cundió el desinterés de los católicos por la conquista del Estado y por la política en general. Este error, del que la persecución hizo escarmentar, pero no en grado suficiente, debe de ser corregido enérgicamente porque su peligrosidad aumenta a la par que la capacidad de los estados modernos para imponer su voluntad, capacidad que crecerá paralelamente a la técnica en general.

Segundo error gravísimo. Aquellos católicos que en vez de curar al Estado de su pecado de apostasía sólo se esforzaban en defenderse de sus consecuencias, crearon agrupaciones profesionales, centros de enseñanza y de recreo, prensa, etc., todos ellos católicos y marginales al Estado, y no se les ocurrió crear una policía y un ejército análogos a los estatales, pero a su servicio. Habían creado un estado dentro de otro estado, vivían felices en él y su ilusión era mejorarlo, pero no se ocuparon de asegurarlo. Terrible imprevisión.

A remediarla puede ayudar el seguimiento fiel de la consigna de incorporar sistemáticamente al servicio del apostolado todo cuanto se construye con fines naturales. Así se han hecho con la radio y la televisión, pero no se ha hecho con todo el cuerpo de doctrina moderna sobre la lucha social, sobre la policía, sobre la guerra. Esto no es lógico en un país como el nuestro, donde todos los católicos admiten que en determinadas circunstancias tienen el derecho y el deber de hacer la guerra civil. Lo cual implica el derecho y el deber de tener un pie de paz permanente.

Dos organizaciones han contribuido a salvar la situación del 18 de julio de 1936, pero también habían dado lugar en cierto modo y sin culpa por su parte a esta desidia de muchos católicos. Son las Fuerzas Armadas y el Carlismo. A ellas miraron perezosamente y, tácitamente, en ellas delegaron tan indeclinable deber, muchos católicos a los que acusamos de omisión. Desde un puntos de vista estrictamente católico no se puede contar con las Fuerzas Armadas de la Nación porque su misión actual no es la defensa de la Religión por sí misma, sino en cuanto es una de las esencias nacionales intangibles; por lo cual sólo están llamadas a intervenir en casos extremos y para defender un mínimo de cosas que nosotros debemos tender a superar en alto grado. En cuanto al Carlismo no cabe duda que sigue fiel a esta parte tan gloriosa de su misión histórica; pero la eficacia de esta generosidad estará condicionada al grado en que asimile, o mejor, esté constantemente asimilando, la evolución de la doctrina de la guerra en general y de la lucha político-social en especial.

Si estudiamos las técnicas de lucha de los católicos en estos últimos años de persecución vemos que en la lucha político-social de la preguerra, años 1931-1936, no existió una técnica que oponer a la que desplegaban con éxito arrollador los agitadores profesionales de la masonería y del comunismo. En cuanto a la fase puramente guerrera, años 1936-1939, se hizo por razones diversas, según un arte mitad guerrilla y mitad guerra de trincheras, que unos meses después la segunda guerra mundial evidenció como anacrónico. Estuvo más próxima en el método a la que le precedió veintidós años que a la que le siguió cinco meses después.

La G.M.I, guerra de trincheras, apuntó sin embargo antes de su fin, algo de cómo habría de ser la siguiente. Y la G. M. II, guerra de movimientos, ha manifestado además, y cumplidamente, una forma de luchar que jugará cada vez un papel más importante: es la guerra psicológica, el sabotaje político-social de la retaguardia enemiga, los golpes de mano políticos de los paracaidistas, la guerra de los servicios de inteligencia con mayor amplitud que nunca. Es una guerra distinta, que nos obliga a los requetés a tener una mentalidad distinta, y una conducta distinta, con unos medios distintos.

Quiere decir que renovarse o morir. Y lo digo espoleado por la pésima impresión que me hizo oír en la tertulia al principio citada, a un católico buenísimo avisar al periodista yanqui que si se intentara imponernos desde fuera un régimen democrático, tendríamos que volver a hacer la instrucción y echarnos al monte. ¡Ridículo anacronismo! La guerra que en ciertas circunstancias, tendríamos los requetés el derecho y el deber de hacer, no sería la de trincheras, ni la de movimientos de grandes unidades, sino la guerra de la inteligencia, de los golpes de audacia, de pequeñísimas unidades en núcleos urbanos.

Y esto, por varios motivos. Uno, por ser ésta, como hemos dicho, la evolución natural del arte de la guerra. Otro, por venir impuesta por la adopción que de ella han hecho ya nuestros enemigos. Si alguien temiera que divulgar estas cosas es abrir los ojos al enemigo, pecaría de ingenuidad grave y culpable, porque esto, y mucho más, lo viene haciendo, no solamente diciendo, desde hace muchísimo tiempo. Finalmente, otro motivo es de orden técnico: el que tiene menos fuerza debe buscar una lucha cualitativa y no cuantitativa; es decir, que debe crear un arma nueva distinta de las anteriores, que no posea el adversario, es decir, en la cual tenga superioridad. Como los que estaríamos en inferioridad en tanto la unión universal de los católicos no sea efectiva, seríamos los católicos españoles y tendríamos siempre menos recursos materiales que nuestros adversarios, quedaríamos por ello constreñidos a buscar los medios decisivos en el campo inagotable de la inteligencia.

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta