A su imagen y [p]s[o]emejanza (II): Beber hasta hacer clic

EL PSOE MERECE GOBERNAR LA ESPAÑA DEL SIGLO XXI PORQUE LA ESPAÑA DEL SIGLO XXI SE MERECE AL PSOE

El principal motivo por el que creo que todo el universo mundo debería votar al PSOE en las próximas elecciones no es, exclusivamente, mi convicción de que una buena mayoría absoluta de Sánchez nos devolvería, probablemente, a los buenos viejos tiempos de González, ese encantador señor andaluz que era de izquierdas en los 80 y de derechas hoy. Porque ésa es la impresión que da, al menos, y es totalmente falsa.

En la genial La gata sobre el tejado de zinc, en la que uno cae rendidamente enamorado de Elizabeth Taylor, si no lo estaba ya (o una cae rendidamente enamorada de Paul Newman), el protagonista, que acusa ciertos problemas con la bebida (alcohólica, en particular) ofrece una interesante descripción de su dipsomanía: afirma que, cuando la crisis se desata, no puede dejar de beber hasta que «escucha» en su cabeza una especie de clic que le anuncia haber llegado al punto óptimo de graduación en sangre. El problema principal es que «el clic cada vez llega más tarde», lo que le obliga a merluzas cada vez más colosales.

En política pasa lo mismo. A España (que no es, en este sentido, excepcional en absoluto) le pasa lo mismo. Al PSOE, le pasa exactamente lo mismo. Ser de izquierdas es como ser alcohólico. Ser de derechas es como pretender curar el acoholismo dándole al enfermo el suficiente alcohol para hacer clic, pero ni una gota más.

Por eso Felipe González parece de derechas o, más bien, se lo parece a la gente que se considera de derechas (es decir, a los votantes del PP y de VOX, porque la derecha, como el ser, se dice de muchas maneras) porque, hoy, todo lo que el PSOE de Felipe González aprobó, legisló y sacó adelante, aún contra la violenta y fervorosa oposición de Fragas y Aznares es hoy, precisamente, lo que los sucesores de Fraga y Aznar nos proponen como su «programa conservador».

El Progreso es como el alcohol: no hay que consumirlo sin mesura, sino en pequeñas y espaciadas dosis. No hay que ingerirlo sin causa, sin ton ni son; se bebe sólo si la ocasión lo requiere y se bebe, además, lo que requiere la ocasión: uno no toma ginebra en el aperitivo, ni en el desayuno (salvo que uno sea la Reina Madre), ni se abre una lata de cerveza después del café. Ningún alcohol, en sí, es malo o inmoral. Puede ser inconveniente en razón de las circunstancias y suele serlo casi siempre en atención a la cantidad.

Lo que se ha llamado en política el Progreso y el Progresismo o, si lo prefieren, lo que podríamos llamar «el conjunto de las leyes y reformas sociales abiertamente anticristianas», tienen su fundamento último, en la inmensa mayoría de los casos, en algún avance técnico. «Técnico», en un sentido muy amplio, que se refiere tanto a la técnica estricta, tecnológica, como a la técnica social o «capacidad de acción» de la Administración y de los administrados.

Así, y perdónenme el cinismo, el divorcio sólo se hizo jurídicamente posible cuando ya, de hecho, se había hecho práctica y económicamente posible que una mujer se mantuviese por sus propios medios. El divorcio no es, ni muchísimo menos, una conquista feminista. Es una viejísima reclamación del machismo más rancio (en otros términos, el repudio de siempre), que el Estado ha tenido a bien aprobar cuando algo que, en sí, no es intrínsecamente malo, como es el trabajo (asalariado y fuera del hogar) de la mujer pasó de ser una posibilidad a una exigencia del sistema económico. El divorcio es una curda muy mal llevada de las primeras obreras industriales.

Los métodos anticonceptivos se basan en descubrimientos químicos y mecánicos que en sí nada tienen de malo y que, seguramente, pueden utilizarse sin pecado para muchos usos legítimos. El problema, de nuevo, es una cuestión de límites.

El aborto supone un uso ilegítimo, por fuera de contexto, de avances, de nuevo, que nada tienen de inmoral en cuanto tales, en materia de cuchillería y de armas químicas. Es el equivalente de ofrecerle a un piloto de avión una botella de absenta en pleno vuelo. Una cuestión de uso y ocasión.

El gaymonio y demás despropósitos contra naturam y contra familiam tiene su origen en un consumo claramente exagerado de una política de moderadísima tolerancia (en la línea de la de las casas del mismo nombre) hacia ese tipo de conductas que, sería absurdo negarlo, siempre ha existido y ha tenido que existir porque, como afirma la sabiduría política católica, en las ciudades hace falta alcantarillado.

Por eso, el programa político del PP consistirá, en última instancia, en conservar todo el legado de la era Sánchez, aunque para ello deba recurrir al vinagre de Encurtidos Caseros Consejo de Estado o la salazón de Conservas Tribunal Constitucional [ECCE, CTC]. Por eso no nos parece en absoluto digno de atención, porque no va a solucionar la dipsomanía moral de nuestro país ni tampoco va a contenerla. Sólo va a provocar un episodio de síndrome de abstinencia que se pondrá, dolorosamente, de manifiesto en nuestra próxima cita electoral.

Por eso, el programa político de las izquierdas de la izquierda (del VOX o, más bien, de las muchas VOCES del PSOE), tampoco resulta convincente, porque corre el riesgo de matar al paciente de una sobredosis de aguardiente de garrafón. El alcoholismo progresista de España no va a curarse con un coma etílico de reivindicaciones lacrimógenas del colectivo sexualmente diverso [aquí, «diverso» quiere decir «desenfrenado»] de turno. Sólo el PSOE es capaz de prolongar la curda indefinidamente sin liquidar del todo al paciente.

Se me reprochará, tal vez, que proponga seriamente no combatir el alcoholismo moral de España e, incluso, que abogue firme y abiertamente por prolongar su lenta agonía. No se trata de eso en absoluto: es evidente, es la razón misma de ser de esta serie de artículos electorales, que ningún partido de los que presenta candidatura a las elecciones del día 23 está en situación de remediar nuestra calamitosa realidad circundante. Nuestro razonamiento se ha limitado a deducir cuál de todas las candidaturas puede, en el presente estado de cosas, mantener el penoso equilibrio del ecosistema social español; sin delirios progresistas desembridados, porque el PSOE sabe lo que es alcanzar el poder y conservarlo durante décadas y, en ese sentido, hacen gala de una mayor prudencia de la carne que sus aritméticos socios; sin provocar innecesarios arrebatos de cólera nacionalista, porque el PSOE sabe lo que es gobernar aliándose con los separatistas, asfixiando la mayor parte de sus reivindicaciones identitarias con montañas de dinero; y, sobre todo, sin falsas promesas de retorno a Cristiandades perdidas y Españas unidas y centralizadas. El PSOE deja a los demás los cuentos de hadas y las fábulas conservadoras. El PSOE, me duele decirlo, es el único partido con un programa (coyuntural y circunstancialmente) realista, porque es el único partido que conoce, realmente, el país que pretende gobernar. Y lo conoce bien porque lo ha edificado a su imagen desde, al menos, 1978.

La España-Una, caso de haber existido, ya no existe. La España Federal, a Dios gracias, no existe aún. La Matria española simplemente no puede existir.

El PSOE merece gobernar la España del siglo XXI porque la España del siglo XXI se merece al PSOE.

Lenta, dulce y generosamente, continuarán vertiendo el suave licor del Progreso hasta oír un suave clic; el que anuncia que hemos llegado a colmar la Copa de la Cólera.

G. García-Vao

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta