El misterio de la Navidad: un corolario político

MUCHOS, EN ESTE CONTEXTO, PARECEN DUDAR DE QUE EL NIÑO DEL PORTAL PUEDA ARROJAR LA RUINA SOBRE LOS SOLDADOS HERODIANOS QUE HOY, Y SIEMPRE, NOS PERSIGUEN

Adoración de los Magos, Henry Siddons Mowbray

Estas fechas navideñas nos alientan a la contemplación espiritual de la venida de Nuestro Señor en la carne, alimento de la vida cristiana. Ésta última, alma de todo apostolado, no es, sin embargo, todo el apostolado. Siendo político el objeto de nuestro periódico he decidido, pues, aportar alguna lectura política navideña.

La Encarnación supuso un hito fundamental en la historia de los hombres. El Verbo tomó la naturaleza humana no como disfraz temporal, sino asumiéndola plenamente. Así, diríamos con Frederick D. Wilhelmsen, que tras la Encarnación no existe realidad natural neutra, ajena a Nuestro Señor, y la política no es una excepción. El Misterio de la Navidad supone, de esta forma, la asunción de la naturaleza humana por Cristo Rey, cuya realeza se extiende a toda la realidad creada. Tras la Encarnación, la política o es cristiana o es anticristiana, pues o tiende a hacer eficaz la Encarnación o a alejarnos de ella.

Una lectura de los Misterios de la Navidad puede ayudarnos a comprender lo dicho. Cristo es Rey de reyes, no como quien arrebata los cetros temporales, sino como legítimo titular de ellos que delega en los príncipes. Es significativo el contraste entre los Magos de Oriente y Herodes; los primeros encarnan la potestas rendida a la auctoritas. Herodes, por el contrario, representa una potestas que, por renegar de la auctoritas, torna en ilegítimas sus pretensiones homicidas. Así, la Encarnación en política rememora la profecía del anciano Simeón, pues el Niño Dios viene a glorificar a unos y a arruinar a otros. No existe la neutralidad anhelada hipócritamente por el liberalismo de todo tiempo. La política ajena a Cristo es una política anticristiana.

En un contexto secularizado, en el que los pastores llamados a anunciar la realeza del que reina desde un pesebre cooperan con las autoridades civiles herodianas, enemigas de Cristo Rey, se hace cada vez más urgente la consideración de estos misterios. La Encarnación ha venido a traer fuego al mundo, a separar con la espada los leales que se postran a adorar al Niño de los seguidores de tiranos engreídos que simulan deseos de honrar a un Rey al que pretenden dar muerte. El liberalismo, articulación política de la apostasía y el descreimiento, parece azuzar con cada vez más fiereza los restos del ya reducido pueblo de Dios con sus consignas mundanas. Muchos, en este contexto, parecen dudar de que el Niño del portal pueda arrojar la ruina sobre los soldados herodianos que hoy, y siempre, nos persiguen. Optan, tristemente, por una falsa neutralidad disfrazada de muchos nombres —realismo, efectivismo, oportunismo, posibilismo, etc.—. Traiciones, en definitiva, que parecen no haber comprendido que la Encarnación es agua divisoria imperativa, y que los neutrales serán juzgados como cooperadores de los herodianos.

En estos días de Navidad, estimo oportunas estas reflexiones lanzadas no sólo a los correligionarios. Reflexiones que se podrían resumir en tres ideas: la imperatividad de nuestra militancia política, la innegociabilidad de la política católica rendida al Rey de reyes, y la convicción en el triunfo del santo combate con Nuestro Señor como capitán, refutación de los falsos posibilismos que camuflan los intereses personales y las cobardías de todo tiempo.

Miguel Quesada/Círculo Hispalense  

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