Las tentaciones de Cristo. Una lectura política (II)

LA TENTACIÓN «ESCATOLOGISTA» DE LA CIUDAD CRISTIANA IMPLICA, PUES, SU NEGACIÓN, PUES CONDUCE AL CALLEJÓN SIN SALIDA DE LA CONCEPCIÓN PROTESTANTE DE LA POLÍTICA

En un segundo momento, Lucifer conduce a Nuestro Señor al pináculo del templo y, citando la Escritura, lo invita a arrojarse al vacío, recordándole que los ángeles lo sostendrán. Cristo, de nuevo, nos da ejemplo rechazando toda tentación. Satanás, en esta ocasión, pretende frustrar los planes salvíficos de Dios, antecediendo su manifestación al mundo y rechazando el sacrificio redentor de los hombres.

Una lectura política de la segunda tentación nos conduce a considerar la Ciudad Católica como una suerte de aura escatológica, más bien «escatologista» pues se trata de una falsificación. Ante la obligación del apostolado del bien común, natural y sobrenatural, el demonio seduce a los católicos con una «sublimación» del bien personal, que esconde su negación en tanto que niega el bien común. Así, los católicos son engañados para rechazar la comunidad política rectamente constituida y deleitarse con una ciudad inmaculada sobre las nubes que ya llega. La proximidad, inminencia en muchas ocasiones, de esa ciudad celestial conduce a una dejación grave de nuestros deberes naturales, y sobrenaturales, sacrificados con excusas devocionales o piadosas.

Pareciera, pues, que la Ciudad Cristiana se encuentra, como rechazaba San Pío X, en las nubes, esto es, no se refiere a la perfección cristiana de la comunidad política, sino —con sabor protestante— a una suerte de prótesis espiritual colocada sobre los más diversos e inicuos regímenes. No se trataría, de esta manera, de lograr la recta constitución de la res publica, sino de centrarse exclusivamente en prácticas devotas que pretenden irradiar la perfección personal. Este sofisma olvida la dimensión arquitectónica de la política, que nos recordaba Leopoldo Eulogio Palacios, siendo desordenado obviar la capacidad catalizadora del bien —y del mal— que la política implica.  La materialización política y social de la herejía que constituye la modernidad, como apuntaba Ousset, no parece poder ser reprimida por la persecución del bien particular exclusivo por dos motivos. Primeramente, por la cualificación superior derivada del plano político; por otro lado, por la imposibilidad de lograr ni siquiera el bien particular si ello se realiza a costa del bien común.

La tentación «escatologista» de la Ciudad Cristiana implica, pues, su negación, pues conduce al callejón sin salida de la concepción protestante de la política: su confusión con el poder desnudo debida a la asimilación del orden moral al orden subjetivo individual.

Pareciera que la tentación «escatologista» ha infectado a la práctica totalidad de la cultura política católica. La «nueva cristiandad» de Maritain prueba un sometimiento de la religión a la «política», nuevo árbitro de las tendencias en liza derivadas del pluralismo americanista. El americanismo como herejía plural de la religión, la politología como reducción del Estado a proceso derivado de la conquista de poder de los grupos amorfos que constituyen la malhadada «sociedad civil», y el personalismo como ideología liberal focalizada en la autodeterminación del individuo, parecieran ser los pilares del estado de cosas que conducen al pensamiento católico a someterse a una falsificación «escatologista».

De esta forma, al igual que en las tentaciones evangélicas, el demonio tienta a los cristianos que, hastiados de la penitencia que implica el desierto fijen sus ojos en lo alto del pináculo del templo, esperando que sean los ángeles los que corrijan su actitud desesperanzadora, fruto lógico de una avaricia de reconocimiento mundano supuestamente compatible con los deberes cristianos. Nada nuevo.       

(Continuará)

Miguel Quesada/Círculo Hispalense

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