Doña Beatriz de Austria-Este

"La madre de Don Carlos", libro escrito por Polo y Peyrolón

En el aniversario de la muerte de doña Beatriz de Austria-Este, compartimos con los lectores de LA ESPERANZA un artículo aparecido en EL CORREO ESPAÑOL, núm. 1.632, 16 de febrero de 1894.

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En folletos, memorias y escritos de diversas clases, se han propalado, indudablemente de buena fe, ideas falsas acerca de las tendencias de Doña María Beatriz, interpretándose de una manera inexacta algunos de sus actos durante la infancia de sus hijos.

Cábenos el insigne honor de poder rectificar de un modo autorizado en estos apuntes biográficos aquellas inexactitudes, pues de labios mismos del Duque de Madrid hemos oído declaraciones que nada nos veda hacer públicas.

«Han caído en gravísimo error—decíanos Don Carlos—los que han supuesto que mi madre, por no exponernos á peligros que amedrentaban su ternura, quiso en nuestra niñez apartarnos de la política y secuestrarnos, por decirlo así, alejándonos de los intereses españoles. Nada más ajeno á la verdad, y nada más opuesto á su carácter generoso y noble hasta el heroísmo, que esos móviles pequeños. Prueba de ello su entusiasmo cuando mi hermano Alfonso ingresó en el ejército pontificio, y después cuando él y yo fuimos á la guerra de España. Los peligros no influían para nada en el ánimo de mi madre. A sus ojos, todas las cosas de este mundo, incluso la vida, tenían que sacrificarse sin vacilar cuando el cumplimiento del deber lo exigía.

En error no menos craso han incurrido los que la acusaron de no querer á España, y de ser más italiana y austríaca que española. Mi madre amó á la patria de su marido y de sus hijos, y se identificó con ella, no sólo por deber, sino por natural inclinación, y pudiera decirse que hasta por temperamento. Desde la infancia fueron los Santos españoles sus Santos predilectos, y el carácter español tenía para ella imán tan grande, que probablemente contribuyó no poco esta circunstancia á que escogiese á mi padre entre los príncipes que aspiraban á su mano, prefiriéndole á otros de posición más tentadora.

Cuando niños, nos enseñaba con amor la Historia de España, entusiasmándose y entusiasmándonos con el relato de los hechos de sus mártires, de sus reyes, de sus descubridores, de sus héroes y de sus artistas.

La clave de su conducta es muy otra que la falta de españolismo. Lo que hubo fué que en trances dificilísimos para la historia de nuestra patria y de nuestra Comunión, surgidos precisamente en la edad más crítica para nosotros, tuvo que apelar mi heroica madre á toda la previsora energía de su corazón, para empuñar con mano firme el timón de la barca que llevaba nuestros destinos, y hacerla continuar su derrotero seguro, deslizándose sin chocar entre dos escollos, que á diestra y siniestra le amenazaban: el de exponernos á figurar como rebeldes á nuestro padre, ó el de dejarnos arrastrar á remolque de él por vías peligrosas.

Su sólida educación cristiana la había inculcado la verdadera doctrina legitimista, y con ella el más profundo respeto á la idea del Derecho, clave del edificio social.

Mientras mi padre no renunció á la Corona, fué siempre a sus ojos, igualmente que á los de mi tío Enrique V, que pensaba lo mismo, el Rey legítimo de España, pues ni mi madre ni mi tío podían admitir que las ideas de mi padre disminuyeran su derecho.

Hecha esta salvedad, nadie más sinceramente entusiasta de España, nadie más celosa de su bien, nadie más decidida á afirmar el derecho de mi rama, sin abdicación alguna ni deserción siquiera momentánea.

Quiero que conste así ante la Historia, no sólo por piedad filial, sino porque es la verdad, y porque yo estoy obligado estrechamente á declararlo; pues en momentos de natural efervescencia y de impaciencia patriótica, frescos todavía ciertos sucesos que no hay para qué remover, Aparisi y Guijarro y yo, algo ofuscados, pudimos continuar á esparcir la creencia contraria.

Justo es que tribute este homenaje á mi buena madre, y con él el testimonio de mi gratitud por la entereza admirable con que supo cumplir su providencial misión, preservándome de la desgracia de que pudiese aparecer un día ante la posteridad, ó como conculcador de los derechos, poniéndome enfrente de mi padre, ó como conculcador de los principios, haciéndome solidario de sus consejeros».

EL CORREO ESPAÑOL, núm. 1.632, 16 de febrero de 1894.

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