Después de la mencionada matanza, se inició una rebelión masiva por parte de los mexicas y aunque Cortés regresó a Méjico-Tenochtitlán e intentó que Moctezuma mantuviera bajo control la situación, éste terminó siendo asesinado de una pedrada al tratar de calmar a las multitudes. Ante esto, los mexicas nombraron nuevo dirigente a Cuitláhuac quien decretó lanzar una lucha sin cuartel contra las fuerzas hispánicas y sus aliados indígenas quienes prácticamente se hallaban sitiados y acorralados en el llamado Palacio de Axayacatl, uno de los edificios principales de la ciudad lacustre. Después de casi una semana de combates y ya casi sin alimentos, Cortés y sus seguidores decidieron intentar huir en silencio por la calzada que conectaba Méjico-Tenochtitlán con Tacuba, cerca de la medianoche del 30 de junio de 1520. Lograron recorrer un pequeño tramo, pero, según las crónicas, fueron descubiertos por una anciana indígena y en cuestión de minutos fueron rodeados por miles de guerreros quienes desde la laguna que rodeaba la calzada o desde las azoteas de las construcciones cercanas los atacaban intensamente con lanzas y flechas.
Se desencadenó una persecución a lo largo del camino rumbo a Tacuba, que terminó con cientos de muertes de españoles, tlaxcaltecas y totonacas. Además de los caídos bajo el poder de las armas nativas, algunos murieron ahogados dificultándose su paso por el peso de sus armaduras o de los tesoros de oro que trataban de preservar, aunado a ello se malograron varios caballos y piezas de artillería. Se dice que Hernán Cortés lloró estas grandes pérdidas al pie de un ahuehuete un árbol fuerte, frondoso y de larga vida, entonces común en el Valle de Méjico, lo cual fue decisivo para establecer el término de «Noche Triste» que tuvo por mucho tiempo la efeméride. Después de recuperarse de las pérdidas materiales y humanas en Tacuba, los hispanos y sus aliados tomaron el camino del norte de la Laguna de Texcoco para rodear toda el área de la capital mexica y después de obtener una señalada victoria en Otumba, pudieron regresar a Tlaxcala en donde los conquistadores formularon su estrategia para dar la estocada final poco más de un año después, en contra del poder del tlatoani.
Las grandes perdidas hispánicas en la Noche Triste pudieron haber sido decisivas para el proceso de la Conquista, Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid y otros lideres del grupo de conquistadores estuvieron en serio peligro de perder la vida lo que, de haber sucedido, habría retrasado la obra de la Conquista quizás por algunos años más. Esto habría también evitado el inicio, al menos por un tiempo, del proceso de Evangelización que llevó la Fe de Cristo y la salvación eterna a numerosas almas de las tierras dominadas antiguamente por la idolatría y la crueldad de los sacrificios humanos.
Por lo tanto, la memoria de la noche del 30 de junio no tiene nada que ver con algo «victorioso», al contrario, fue verdaderamente una noche triste en la que se puso en riesgo el triunfo de las fuerzas hispánicas sobre las huestes del paganismo. No obstante, el término «Noche Victoriosa» puede hablar mucho del nivel de descristianización y de aversión por lo hispánico y lo católico que tienen tanto las autoridades gubernamentales mexicanas, en sus niveles local o federal, como de los pseudointelectuales y los medios de comunicación que respaldan esta idea. Al final del proceso de la Conquista, la Santa Cruz venció sobre los altares ensangrentados de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, demostrando que la verdadera victoria sobre el mal corresponde, tal como se verificará al final de los tiempos, a Cristo, único salvador de la humanidad.
Austreberto Martínez. Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.