De puritanos y parranderos

Todo esto pone de manifiesto dos problemas: uno económico y otro moral

Yolanda Diaz. Foto: Moncloa

El partido que actualmente concentra el filo-comunismo en España, en boca de su máxima mandataria, Yolanda Díaz, ha manifestado hace poco su voluntad de regular la apertura dominical de establecimientos de hostelería y comercios, así como de limitar el horario nocturno de los primeros. Según afirma, la finalidad de tales medidas es reducir, supuestamente, la precariedad laboral y falta de conciliación familiar anudada a estos sectores en España y, en general, «reducir las externalidades negativas del turismo».

Desde luego sorprende esta idea, aunque no debemos ingenuamente obviar sus motivaciones últimas, que responden a una nueva contribución para destruir el tejido empresarial español, a fin de avanzar en el implante de su anhelado sistema neo-soviético de estómagos subsidiados. Sus afirmaciones muestran la misma sinceridad que si hubiera defendido que la medida pretende posibilitar el cumplimiento del precepto dominical. Dicho más claro: a la Señora Díaz le importan un carajo la precariedad, la conciliación familiar y las externalidades. No porque lo digamos aquí, sino porque lo vienen demostrando, por acción y por omisión, desde que se les conoce, a ella, a su partido y a su ideología. Alguien realmente preocupado por la economía española estaría ahora mismo pensando en el modo de re-industrializar España, de garantizar la producción primaria básica y, en definitiva, de ganar legítima soberanía económica contra los poderes fácticos que la subyugan. Y, por supuesto, estaría pensando en cómo optimizar el gasto público para aflojar esa soga llamada impuestos y cotizaciones; que hoy en día es el modo más rápido y directo de incrementar la riqueza disponible de los españoles.

No obstante, lo hilarante de esta farsa dialéctica comunistoide ha sido observar la reacción de perro rabioso de la derecha liberal: el sector turístico pierde competitividad, se restringen las libertades, et cétera. En palabras de la presidenta del gobierno regional de Madrid: «Vida y libertad. Y eso también da empleo». Algún otro llegó a decir que la «conciliación» que de boquilla pretende esta medida, puede realizarse perfectamente en un bar, y con quien uno quiera, porque a lo mejor el problema de alguno es que no tiene ganas de llegar a su casa.

Todo esto pone de manifiesto dos problemas: uno económico y otro moral.

Por un lado, la hostelería y el turismo dan empleo porque España es un país que consciente y voluntariamente ha destruido todas sus fuentes de riqueza a excepción de estas. Luego, si queremos empleo, tiene que ser fundamentalmente al ritmo que marcan estos sectores, a saber, que una parte de la población trabaje mientras la otra descansa, y además, canaliza su descanso consumiendo compulsivamente.

Por otro lado, el problema estrictamente moral es consecuencia del económico. La moral de una nación no es inseparable de su vida económica. Recordemos que el progreso material cándido y la explosión del turismo masivo de hace sesenta años, trajeron consigo la relajación del ideario moral medio de los españoles. Hoy, una sociedad fundada en el consumo como forma de ocio (pues no es otra la fundamentación última de la apertura dominical de ciertos establecimientos, como grandes almacenes o comercios textiles), no puede sino traer una idea de libertad basada en la satisfacción de la apetencia más inmediata. Y, por tanto, la necesidad sobrevenida de que el capitalismo ponga a disposición de todos la manera de satisfacerla. Y el capitalismo, encantado.

¿Significa eso que nos desentendemos de la realidad económica? En absoluto. Es más, precisamente porque nos preocupa, alertamos de los males colaterales que causa en la sociedad una determinada estructura económica nacional. El problema es que ninguna de las ramas ideológicas de la política liberal española ha movido un dedo para revertir ese problema. Unos quieren la desactivación del grueso de la maquinaria económica, supuestamente por precaria, antisocial y antifamiliar (han leído bien, ¡el comunismo posmoderno defendiendo la familia!); los otros, la alimentación del sistema a base del consumo en su función de opio popular.

He aquí una muestra de la catadura moral de unos y otros. Los primeros con la careta de puritanos, los segundos, con la de parranderos, mostrando a las claras lo que el capitalismo es, y lo que quiere para España. En definitiva, este sucedáneo de debate ha manifestado el diálogo de besugos al que nos vemos abocados por causa de la ideología liberal y sus múltiples variantes, que siempre afecta a la esencia de la libertad. Si los que quieren la ruina de España dicen que (teóricamente) hay que luchar contra la precariedad, los adalides del libertinaje económico responden que eso (también teóricamente) resta libertad y crecimiento económico.

Con su pan se lo coman, ya que el nuestro nos lo roban tanto unos como otros.

Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta.

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