¡Ay de ti, tierra, cuyo rey es un chiquillo, y cuyos príncipes comen de mañana!
(Eclesiastés, 10: 16).
No, no tenemos los gobernantes que nos merecemos, por mucho que insista en prosa cipotuda Arturín Pérez-Reverte. «Los pueblos son lo que quieren sus gobernantes», advirtió San Pío X recordando aquellos versículos del Eclesiastés. «Juega el Rey; todos somos tahúres», apuntaba Pedro Mártir de Anglería en tiempos de los Reyes Católicos. Por mi parte, reconozco que los niveles de vergüenza ajena que he pasado estos días con la ridícula bullanga alborozada por Pedro Sánchez han sobrepasado con creces el límite de lo soportable.
En efecto, salvo que practiquemos un constante ejercicio de ascesis y no integración, a menudo somos lo que los gobernantes quieren que seamos o lo que los gobernantes mismos son. En la célebre fábula de Esopo, adaptada en nuestro terruño como el cuento de «Pedro y el lobo», los pastores del pueblo se hartan de las bromas del tonto de Pedro, que finge que viene el lobo, y dejan de acudir a su auxilio cuando el lobo finalmente aparece. El problema en nuestro caso es que Pedro es el presidente del Gobierno y los tontos son los pastores, que no dejan de acudir a su auxilio.
Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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