Nuestra Señora del Alcázar, Madre de hidalgos y de guerreros

es la historia del hallazgo de la imagen de Nuestra Madre en la que se enraíza esta devoción multisecular

«…A ti doblegaron sus fuertes rodillas, obispos y santos, espadas, banderas, plegarias y quillas…», así reza el Himno a la augusta Patrona de Baeza, la Virgen del Alcázar, Madre de su mariana ciudad que, sigue clamándola, en el himno de la villa, que se estrenó   el 22 de agosto de 1943 (autor de la letra, Francisco Rodríguez Haro, con música del Maestro Emilio Cebrián Ruiz, director de la Banda del Santo Reino Jaén):

«Fuiste nido enhiesto gigante

de los bravos guerreros que ayer

noble sangre por Cristo donaron,

como riego fecundo de fe.

Y blandieron invictas espadas

por Castilla y su Reina sin par,

conquistando Baeza tu fama

Gavilanes de tu nido Real.

Fuiste, Virgen bendita,

la capitana de esos recios infanzones;

Y ellos, nobles baezanos,

allá en tu Alcázar culto dieron a tu amor.

Eres, pues nuestra Reina,

vida y dulzura de esta tierra que te adora

de esta Baeza querida

joya andaluza noble y bella como el sol.

Volveremos con brío creciente,

a luchar por tu antiguo esplendor

y reharemos tu fama ¡oh Baeza!

al servicio de España y de Dios».

Fue un 30 de septiembre de 1227, cuando el santo Rey Fernando III entra en la ciudad, con la imagen de la Virgen a lomos de su caballo, comenzando la reconquista a partir nuestro Real Nido de Gavilanes, desde donde los muchos hidalgos que la habitarían se lanzarían sobre las huestes moras como aves rapaces: Córdoba (1236), Jaén (1246), Sevilla (1248) …

Pero es en la historia del hallazgo de la imagen de Nuestra Madre en la que se enraíza esta devoción multisecular, por lo que considero necesario, mis sufridos lectores, la vivan en palabras de Salvador González Anaya, en su novela «Nido de Gavilanes»:

«… Recordó, oyendo su repique, la leyenda de la Beltrana. En días azarosos de la Conquista, unos cristianos escondieron, salvándola del fanatismo de los almohades vencedores, la Virgencita del Alcázar. Perdido el rastro con el tiempo, la efigie milagrosa quedó olvidada en la devoción de los fieles. Rodó la rueda de los siglos. Y ocurrió que… la campanera de una vetusta y pobre ermita alzada en lo alto de la Loma había perdido los dos ojos. Pero cierta mañana que atareábase en voltear el cimbalillo, vio brillar en la sombra de su ceguera el resplandor inusitado de una luz muy distante, tan misteriosa como las luces de los cuentos, cual esas lucecitas que de improviso arden en lo hondo de los bosques para guiar al viajero que se ha perdido por las guájaras. Estremecida de sorpresa ante aquel hecho incomprensible, cayó de hinojos, rezadora. Volvió la luz a aparecérsele, en igual sitio y de igual modo, cada vez que iba a la espadaña a voltear a tientas su campanita. Habló del caso a mucha gente. Infinidad de ojos mortales miraron sin ver; por lo que ella soportó chanzas y donaires, la incredulidad de los zafios y las razones de los doctos; mas afincó con tal ahínco que logró, al fin, ser atendida. Organizose una mesnada de villanos con azadones, que fue al lugar donde la ciega divisaba, en la noche de sus pupilas, el fantástico resplandor. Ella, delante y valerosa, les oficiaba de adalid.

Tras larga ruta por caminos en los escarpes y los bosques, la campanera se detuvo ante las ruinas desoladas de un viejo templo de paganos. Al borde de piedras leprosas que ella, naturalmente, no distinguía, brillaba la luz como halo de corona de santidad.

Señaló:

–¡Aquí!

Su flaco índice sugestionaba, sibilino.

Abrieron la tierra a la orilla de los sillares apuntados. Un azadón chocó, al hundirse, contra algo de bronce sonoro. Cavaron más, enardecidos, y ante las miradas atónitas apareció el convexo de una campana.

Robustos brazos removieronla. Bajo la oquedad herrumbrosa surgió, radiando resplandores, la ingente imagen de la Virgen, enterrada allí varios siglos.

En torno suyo posternóse la multitud de los pecheros y la santera iluminada. Todos gritaban, delirantes:

–¡Milagro! ¡Milagro!».

La devoción mariana se convirtió así en sello de identidad de sus hijos baezanos. En 1.855 es cuando se establece la costumbre de celebrar su fiesta el día 15 de agosto; y al año siguiente, el Papa Pío IX concede bula de indulgencias en perpetuidad a todos los hermanos que conformen la Cofradía de Nuestra Patrona (que se erigiría canónicamente el 1.896).

Pero en este mes de mayo es cuando las Cofradías y Asociaciones, propios y extraños, fieles y no tanto, personas de toda condición sin excepción, abren el mes con la ofrenda floral a la Virgen. Días especiales donde la imagen sale de su Camarín y reposa a los pies del altar.

El año pasado procesionó por todos los barrios de su ciudad: abuelos y mayores, tullidos y enfermos, asomaron a sus puertas, impedidos, ofreciendo como pétalos de oblación, sus lágrimas sentidas, sus besos desde las manos encallecidas por el duro olivar, emociones de quienes se saben buscados por una Madre que no les olvida, juventud que florece en sus almas otrora –quizá– olvidadizas. Rodillas dobladas y calles que ahora son templos…hogares de Caná que reciben a su Señora… y el Divino Niño, desde su regazo, con el pequeño pelícano en sus manos, muestra la sangre que por todos derrama.

¡Baeza siempre mariana!

María Dolores Rodríguez Godino, Margaritas Hispánicas

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