The Religious Orders persecuted, las órdenes religiosas perseguidas en la Carta de los frailes filipinos al gobierno liberal español (III)

Ruinas de la iglesia franciscana de Cagsawa. Sociedad geográfica española

Continuamos ofreciendo el texto de la carta que los superiores de las Órdenes Religiosas de Filipinas dirigieron al gobierno liberal español. 

Las órdenes religiosas perseguidas porque defienden la religión 

¿Sobre qué base se persiguen los cuerpos religiosos? Simplemente porque defienden la verdadera y sana doctrina, y nunca han mostrado un frente débil a los enemigos de Dios y de su país. Si nos hubiéramos mostrado pusilánimes ante las obras de las logias masónicas y ante la propagación de los errores político-religiosos importados de Europa; si hubiéramos dado la más mínima señal, no de simpatía, sino incluso de tolerancia, a los hombres que se dispersaban difundiendo falsas nociones de libertad condenadas por la Iglesia; si el patriotismo se hubiera enfriado en nuestros corazones, o si los innovadores no hubieran encontrado en cada religioso filipino un adversario intratable y terrible para sus planes, – las congregaciones religiosas nunca se hubieran visto perturbadas. Por el contrario, deberíamos haber sido ensalzados hasta los cielos, tanto más cuanto que nuestros enemigos no ignoran el hecho de que, si les ayudáramos en el Archipiélago, si les diéramos nuestro apoyo, o por lo menos si nos quedáramos callados, les daríamos una victoria indiscutible.

Pero saben bien que nuestro estandarte no es otro que el plan de estudios del gran Pontífice Pío IX, tan frecuentemente confirmado por León XIII, donde toda rebelión contra las potencias es condenada tan enérgicamente. Si verdaderamente nos odian, y bajo diferentes nombres y con diversos pretextos están haciendo una guerra tan cruel contra nosotros que parecería como si los masones y revolucionarios no tuvieran otros enemigos en Filipinas que los cuerpos religiosos.

Los religiosos perseguidos como leales españoles 

Aparte de su carácter esencialmente religioso, el clero regular del archipiélago es la única institución española, permanente y profundamente arraigada, que existe en las islas, una organización vigorosa bien adaptada a estas regiones. Mientras que los funcionarios civiles y militares, por un lado, procedentes de España, viven aquí sólo por un tiempo, cumpliendo con sus deberes más o menos sabiamente según sea a favor o en contra de sus intereses privados, y sin embargo desconocen las lenguas del país y sólo tienen un trato superficial con los isleños, nosotros, los religiosos, venimos aquí a sacrificar toda nuestra existencia, dispersándonos a menudo uno por uno entre las tribus más remotas. Cuando nos despedimos eternamente de nuestras costas nativas, nos condenamos voluntariamente, en virtud de nuestros votos, a vivir para siempre dedicados a la educación moral, religiosa y civil de los nativos; y hemos librado muchos conflictos en su nombre.

La astucia de los jefes insurgentes

Viendo que éramos los españoles más arraigados, influyentes y respetados del país, y que no íbamos a llegar a ningún acuerdo con ellos o sus proyectos, los jefes rebeldes decidieron exigir nuestra expulsión por el Gobierno. Eran conscientes de que su demanda sería respaldada por muchos de los españoles residentes en el Archipiélago, quienes, llevados por la pasión y la ignorancia, prestan oído a todos los que declaman contra las órdenes religiosas, especialmente cuando las consignas utilizadas son «libre pensamiento», «libertad de prensa», «secularización de la educación», «liquidación eclesiástica», «supresión de los privilegios del clero».

Así la contraseña entre los rebeldes se convirtió, especialmente desde el Tratado de Biac-na-Bató, en la emancipación de su país. Declararon que no les disgustaba la administración española, ni tenían intención de separarse de España; lo que les hizo subir en la rebelión fueron los abusos del clero, y su única exigencia fue la expulsión de las órdenes religiosas. Pero eran declaraciones mentirosas, como lo demuestran numerosos documentos judiciales y no judiciales que contienen los planes de los conspiradores. Hicieron estas falsas profesiones porque sabían que si declaraban que la insurrección se debía a los numerosos abusos de poder cometidos por funcionarios civiles y militares, tendrían a todo el elemento español del archipiélago aliado en su contra, y tendrían la puerta cerrada a todos sus medios de propaganda.

Acusaciones contra las órdenes religiosas 

Nos preguntamos, en primer lugar, ¿dónde están esos abusos que siempre son objeto de sus declamaciones en los clubes y logias? Predicamos el Evangelio, y no sólo atraemos a una vida civilizada a las tribus bárbaras del Archipiélago, a las que hemos conservado pacíficas y felices durante tres siglos, como todo el mundo sabe, sino que siempre hemos sido los defensores de los nativos, que están sometidos a mil vejaciones por parte de los laicos residentes en España. En todo momento hemos velado por la pureza de la Fe y la preservación de la buena moral, mostrándonos inflexibles ante las exacciones ilegales, los juegos inmorales y los que llevan vidas escandalosas. Después de todo lo que se ha escrito contra nosotros durante tantos años, desafiamos a nuestros calumniadores, y no tememos un examen honesto e imparcial de nuestras vidas y obras. Que aquellos que murmuran y hablan en contra de nosotros, prueben con fechas exactas y documentos auténticos que sus acusaciones están bien fundadas.

Dicen que somos enemigos de la educación y de la difusión de los conocimientos; si por educación se entiende la enseñanza de la doctrina condenada por la Iglesia, somos uno con ellos; pero no hay educación en el sentido ordinario del término, primaria, secundaria o superior, en las islas que no haya sido fundada, fomentada y sostenida por el clero. Es bien sabido que muy pocos de los funcionarios nativos que siguieron su curso en nuestras escuelas han participado en la rebelión; y los proclamadores del “Libre Pensamiento” son, en su mayoría, individuos que fracasaron en su carrera, y fueron la basura de nuestras clases.

En cuanto a las acusaciones de inmoralidad que se nos hacen temerariamente, basta con decir que todo el mundo puede ver nuestros monasterios y conventos y a nosotros mismos, y puede formarse un juicio sobre nuestras vidas; los párrocos y los misioneros están solos, rodeados de una multitud de nativos; todo el mundo puede ver lo que hacemos y oír lo que decimos; nuestras figuras europeas y nuestro carácter sacerdotal nos hacen destacar tanto ante el pueblo que sería estúpido imaginar que podríamos ocultar nuestras acciones.

Consideramos, como no digna de respuesta, la insolente afirmación de que en las partes del país somos déspotas; que de mil maneras chupamos la sangre de nuestros inquilinos; acusaciones a menudo antes refutadas por las pruebas documentales más explícitas. Tampoco vale la pena hablar de la abominable calumnia de atribuirnos el paso por el país con la fuerza armada, y el encarcelamiento y la tortura de los implicados en la primera revuelta. Todo esto forma parte de la absurda fábula de que somos dueños absolutos, no sólo de la conciencia del pueblo, sino del propio Archipiélago; afirmaciones que contradicen los mismos hombres que las hacen, cuando declaran en las Cortes que hemos perdido toda influencia y todo prestigio en las islas (CONTINUARÁ)

Juan Carlos de Araneta. Círculo Carlista Felipe II de Manila

versión en inglés

The position of the religious Orders in the Philippines was described in a previous post. This is the third part of the letter that the philippine friars wrote to the liberal Spanish Government, April, 1898.

The religious orders persecuted because they uphold religion 
On what grounds are the religious bodies persecuted? Simply because they uphold true and sound doctrine, and have never shown a weak front to the enemies of God and of their country. If we had shown ourselves pusillanimous in sight of the works of Masonic lodges, and in presence of the propagation of the politico-religious errors imported from Europe; if we had given the faintest mark, not of sympathy, but even of toleration, to the men who were scattering broadcast false notions of liberty condemned by the Church; if patriotism had cooled in our hearts, or if the innovators had not found in each Philippine religious an intractable and terrible adversary to their plans,—the religious congregations would never have been disturbed. On the contrary, we should have been extolled to the skies, the more so because our enemies do not ignore the fact that, were we to help them in the Archipelago, were we to give them our support, or at least were we to remain silent, we should thereby give them an undisputed victory.
But they know well that our standard is no other than the Syllabus of the great Pontiff, Pius IX., so frequently confirmed by Leo XIII., wherein all rebellion against the powers is so energetically condemned. Yea! truly they hate us, and under different names and on divers pretexts they are making such a cruel war upon us that it would seem as if the Freemasons and Revolutionists had no other enemies in the Philippines than the religious bodies.
The religious persecuted as loyal spaniards 
Apart from their essentially religious character, the regular clergy of the Archipelago are the sole Spanish institution, permanent and deeply-rooted, which exists in the islands—a vigorous organization well adapted to these regions. While the civil and military officials on the one hand, who come from Spain, live here only for a time, fulfilling their duties more or less wisely according as it is for or against their private interests, and yet are ignorant of the languages of the country, and have only a superficial intercourse with the Islanders, we, the religious, come over here to sacrifice our whole existences, dispersed often one by one amongst the remotest tribes. When we bid an eternal farewell to our native shores, we voluntarily condemn ourselves, by virtue of our vows, to live forever devoted to the moral, religious, and civil education of the natives; and we have waged many conflicts in their behalf. 
Craftiness of the insurgent chiefs.
Seeing that we were the most deeply rooted, influential, and best-respected Spaniards in the country, and that we would come to no terms with them or their projects, the rebel chiefs determined to demand our expulsion from the Government. They were aware that they would be backed up in their demand by many among the Spanish residents in the Archipelago, who, led by passion and ignorance, lend a willing ear to all who declaim against the religious Orders, especially when the watchwords used are «Free Thought», «Liberty of the Press», «Secularization of Education»,«Ecclesiastical Liquidation», «Suppression of the Privileges of the Clergy».
Thus the password among the rebels became, especially since the Treaty of Biac-na-Bató, the emancipation of their country. They declared they had no dislike to Spanish administration, nor any intention of separation from Spain; what made them rise in rebellion were the abuses of the clergy, and their only demand was the expulsion of the religious Orders. But these were lying declarations, as numerous judicial and non-judicial documents containing the plans of the conspirators have proved. They made these false professions because they knew that if they declared that the insurrection was brought about by the numerous abuses of power which have been committed by civil and military functionaries, they would have all the Spanish element in the Archipelago leagued against them, and would have the door closed to all their means of propaganda.
Accusations against the religious orders.
We ask, in the first place, where are these abuses which are always the subject of their declamations in the clubs and lodges? We preach the Gospel, and not only do we draw to a civilized life the barbarous tribes of the Archipelago, whom we have preserved peaceful and happy for three centuries, as the whole world knows, but we have always been the defenders of the natives, who are subjected to a thousand vexations on the part of the Spanish lay residents. At all times we have watched over the purity of the Faith and the preservation of good morals, showing ourselves inflexible against illegal exactions, immoral games, and those who lead scandalous lives. After all that has been written against us for so many years, we defy our calumniators, and do not fear an honest and impartial examination of our lives and works. Let those who murmur and speak against us, prove by exact dates and authentic documents that their accusations are well founded.
They say we are enemies of education and of the diffusion of knowledge; if by education they mean the teaching of doctrine condemned by the Church, we are at one with them; but there is no education in the ordinary sense of the term, primary, secondary, or superior, in the islands that has not been founded, encouraged, and sustained by the clergy. It is well known that very few of the native officials who went through their course in our schools have taken part in the rebellion; and the proclaimers of “Free-thought” are, for the most part, individuals who failed in their career, and were the refuse of our classes.
As to the accusations of immorality which are recklessly levelled against us, all we have to say is that everyone can see our monasteries and convents and ourselves, and can form a judgment on our lives; the parish priests and missionaries are alone, surrounded by a multitude of natives; everyone can see what we are doing, and hear what we are saying; our European figures and sacerdotal character bring us into such prominence before the people that it would be stupid to imagine that we could hide our doings.
We consider, as not worthy of reply, the impudent assertion that in the country parts we are despots; that in a thousand ways we suck the blood of our tenants; charges often before refuted by the most explicit documentary evidence. Neither is it worth while speaking of the abominable calumny of attributing to us the passage through the country with armed force, and the imprisoning and torturing of those implicated in the first revolt. All this is part of the absurd fable that we are absolute masters, not only of the consciences of the people, but of the Archipelago itself; statements contradicted by the very men who make them, when they declare in the Cortes that we have lost all influence and all prestige in the islands. (TO BE CONTINUED)
Juan Carlos de Araneta. Círculo Carlista Felipe II de Manila