Los orígenes oscuros del levantamiento de los Malcontents

En un artículo anterior sobre el pseudorrealista Manifiesto de 1826, apuntábamos también a los liberales como muy posible origen instigador del levantamiento de los malcontents, hipótesis que se ha visto reforzada cuando el historiador Federico Suárez, abriendo brecha en el férreo muro de la historiografía liberal dominante, realizó su extraordinaria recopilación de documentos en los cuatro volúmenes de su magna obra Los agraviados de Cataluña (1972).

Los primeros indicios que sustentan este origen revolucionario los encontramos en la sospechosa labor –casi diríamos saboteadora– realizada por el fiscal de la Real Audiencia del Principado, encargado de instruir la causa: J. de la Dehesa (quien desplegaría una buena carrera política tras la Revolución). Además de su increíble celeridad en la investigación (desde finales de Octubre de 1827, hasta su final Exposición conclusiva dada a mediados de Abril del año siguiente), subraya Suárez su «aparente poco interés por llegar al fondo de la cuestión» y su inclinación a «amontonar culpas y sospechas sobre el clero y los catalanes».

Ese personaje debió suscitar reparos en el propio Fernando VII, quien nombró aparte una Junta de su confianza para indagar mejor los sucesos a fin de restablecer la justicia y atender a las reivindicaciones del pueblo. Lo cierto es que era clamorosa la noticia de frecuentes reuniones masónicas en la ciudad de Barcelona al amparo de la guarnición francesa todavía asentada allí, y es a sus interlocutores de la frontera hacia donde apuntan las acusaciones de muchos realistas contemporáneos. Así lo vemos, p. ej., en el testimonio de la célebre Josefina Comeford ante el propio Dehesa; o también en las cartas del Mariscal de Campo J. Sánchez Cisneros, quien afirma que los originadores de la sublevación pretendían «ver cómo podían convertir los mismos medios que los hermanos habían puesto en manos de los alucinados, contra ellos», y que «la principal mira es comprometer los cuerpos de Voluntarios Realistas para poder lograr el desarmarlos», finalidad que coincidía con la propuesta de Dehesa, en un Informe de 21 de Octubre, de que «se desarme al pueblo», es decir a los Voluntarios; o en las consultas dadas por el Obispo de Vich, en donde denuncia las ingentes remesas de oro y municiones que circularon durante el levantamiento, «sabiéndose casi, casi, de público, de dónde dimana uno y otro», y señalando también a la Policía como colaboradora en la conspiración.

La historiografía posterior recoge también varios ejemplos que sustentan este origen revolucionario del alzamiento. El primero lo encontramos en una obra anónima (aunque de indudable autoría del Dr. Vicente Pou) de 1843, Noticia de la última guerra civil de Cataluña, en donde se cita como testimonio decisivo una frase de José Busoms, Jep dels Estanys (uno de los principales, por no decir el más importante, de los cabecillas sublevados) en su Manifiesto de 30 de Julio del 27: «Si el oro de los negros [= liberales] o del extranjero fomenta esta sublevación con siniestros fines, hagamos que no alcancen sus deseos ni vean correr la sangre entre amigos, compañeros y compatricios, ni la extinción tampoco de los cuerpos de Voluntarios Realistas, que es lo que anhelan». El Dr. Pou concluye que el objetivo de los liberales al fomentar este movimiento, era indisponer al Rey con los realistas en general, y con su hermano D. Carlos en particular. Lorenzo Cala Valcárcel, en su Refutación a la carta publicada etc., de 1841, señala el origen del levantamiento como un «plan decidido en las logias, como los anteriores, y éste con el principal objeto de indisponer a la Real Familia». Y en un artículo de 1869, firmado por un tal «J. Marqués de Iturgoyen», también se atribuye el origen a los negros, falsificándose al efecto órdenes del Inspector de Voluntarios Realistas. Aunque estamos de acuerdo con los coautores del Tomo II de la Historia del Tradicionalismo en no considerar a este último «autoridad por sus recuerdos históricos» debido a otros claros errores formulados en su artículo; sin embargo, nos permitimos matizarles cuando opinan que «los malcontents no fueron juguete de los liberales, sino que obraron inspirados por la mejor buena fe», ya que una cosa no quita la otra.

Es perfectamente compatible suponer una germinación liberal del proceso, con fines también prorrevolucionarios, valiéndose al tiempo para su ejecución de ingenuos elementos realistas bienintencionados que querían sólo liberar al Rey, al que creían secuestrado. Así lo confirma su inmediata deposición de las armas ante la propia presencia del Rey en Cataluña, seguida de su Real Alocución (28/09/27). Por supuesto, ningún español de bien pondría reparos al lema que encabezaba el órgano de los agraviados, El Catalán Realista: «Viva la Religión, viva el Rey absoluto, viva la Inquisición, muera la Policía, muera el Masonismo y toda secta oculta».

Félix M.ª Martín Antoniano