La Inmaculada Concepción y su vinculación a la Monarquía Hispánica (y III)

Detalle del cuadro «Inmaculada Concepción con Felipe IV y el papa Alejandro VII», de Miguel de Santiago

En este domingo 18 de diciembre se celebra la festividad de la Expectación del parto de la Santísima Virgen María, igualmente conocida con la advocación Nuestra Señora de la O. Como también es una fiesta de honda raigambre española, pues fue instituida en el X Concilio de Toledo (año 656). Por esta razón publicamos en este día la tercera parte de esta serie obra de la margarita María Dolores Rodríguez Godino.

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Falleció Inocencio X y le sucedió Alejandro VII. La disposición del Papa era inmejorable. Creó una Comisión para su estudio y pidió al obispo de Plasencia, Don Luis Crespi de Borja, embajador extraordinario, trabajara con el cisterciense Hilario Recanati. De estas labores saldría la Bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, de 8 de diciembre de 1661, en la que le mismo Papa llegó a intervenir directamente, corrigiendo el texto hasta en siete ocasiones: definía el término conceptio y se aclaraba la festividad de la Concepción de la Virgen a favor de los inmaculistas, tratando ya duramente a quienes sostuviesen lo contario.

Inmaculada Concepción con Felipe IV y el papa Alejandro VII de Miguel de Santiago

Si antes había habido festejos por todos los reinos con logros menores, ahora las celebraciones se superaban entre ellas. Y así, una cosa lleva a la otra: el 2 de julio de 1664, se lograría para las Españas que la festividad de la Concepción incorporase el rezo con octava, vigilia y ayuno.

Felipe IV moriría el 17 de septiembre de 1665 sin haber logrado la definición dogmática, pero Nuestro Señor lo mantuvo firme en la defensa de su Madre en todo este camino. El rey falleció con esa tristeza.

Pasarían dos siglos para el Dogma, pero las Españas no abandonaron, ni por un momento, ni el fervor inmaculista ni su defensa: en la regencia de Doña Mariana de Austria, se consiguió del Papa, en 1672 que la Fiesta de la Inmaculada se elevase a rito doble con octava para las Españas; por las gestiones e instancia de Carlos II, el Papa Inocencio XII extendió esa gracia para toda la Iglesia en 1693 mediante la Bula In Ecclesia.

Parecía que todo estaba resuelto, pero el maculismo no había sido todavía extirpado teniendo que intervenir directamente el rey:  pidió al rey de Francia, Luis XIV, que apoyara la iniciativa, pero –una vez más– Francia consideró que no era el momento.

Con el trono español, no sólo se heredaban reinos sino también el encargo, ya secular, de lograr de Roma la declaración del Dogma de la Inmaculada Concepción. Tanto era así que Felipe V, como el pretendiente al trono español, el Archiduque Carlos, se ponían bajo la protección de la Inmaculada en sus contiendas.

En 1708, el Papa Clemente XI, mediante la Bula Commissi Nobis, restablecía la Fiesta de la Inmaculada con carácter obligatorio para la Iglesia Universal. Pero nada más. Por parte del Papa no hubo más que negativas, amables, pero negativas al fin y al cabo. 

De Fernando VI solo se puede decir, que no se realizaron más avances. Pero el pueblo español, no permanecía inmóvil: el gobernador del Consejo y presidente de las Cortes, Don Diego de Rojas y Contreras, tomó la popular iniciativa: la Inmaculada tiene que ser, como mínimo, la Patrona de España. Las Cortes de Castilla, reunidas el 17 de julio de 1760, le solicitaron a Carlos III que volviera a insistir con tozudez secular para conseguir lo que le pueblo anhelaba, y así hizo como propio. Escribe el 28 de agosto a Clemente XIII, por medio de su ministro en Roma, Don Manuel de Roda. La contestación es rápida, el 8 de noviembre de 1760, con el Breve Quantum ornamenti, donde se concedía lo pedido (rito doble e indulgencia plenaria). La insistencia real dio algunos frutos más: la Bula Quum primum, de 17 de enero de 1761, permitía el uso del oficio y misa compuestos por Nogarol en el Papado de Sixto IV, incorporar a la Letanía Lauretana la invocación Mater Immaculata, y a extensión del patronato de la Concepción en España a todo el clero regular y secular (rito doble de primera clase y octava, concediendo indulgencia a los fieles que en su día visitasen alguna iglesia). Pero las tibias relaciones entre el rey y el Papa, del que sólo se le arrancaban pequeñas victorias, se fue al traste cuando se expulsaron a los jesuitas de España.

Sin embargo, Carlos III, desde el momento en que el francisano Giovanni Vincenzo Antonio Ganganelli fue elegido Papa, como Clemente XIV, ya le estaba insistiendo. Lamentablemente, sus sucesores poco hicieron, y mucho menos la usurpadora Isabel, que no tuvo más mérito que el de la coincidencia cronológica en la proclamación del Dogma en 1854. El liberalismo ya había penetrado en España, por eso el gobierno de O´Donnell prohibió la publicación de la bula en el país, argumentándose que, según el Concordato, ningún soberano extranjero podía legislar en España, además de que no se habían solicitado los permisos para la publicación de Bulas y Breves. Sería en mayo del año siguiente, con reparos, cuando se publicó oficialmente el documento.

Ese fue el fin de una lucha motivada por la fe católica y la devoción mariana de las Españas que abanderó siempre su rey, a tiempo y a destiempo, de la que esta gracia fue su fruto. No es atribuible bajo ningún concepto a los traidores que ostentaban el poder en el momento de la proclamación pontificia, ex cathedra, sino al esfuerzo y perseverancia de la España tradicional, a la que como española y católica –que es ser doblemente católica–, sólo le puedo agradecer el ser hija suya; y con ese orgullo y honor heredado, reprocho el anonimato con que la Bula Ineffabilis Deus, olvida siglos en los que España abanderó, en solitario y sin desfallecer, la proclamación del Dogma. ¡Pero Dios sabe sus nombres!

Del Toboso don Quijote

ha venido en sólo un trote,

a probar que es cosa llana

que de la primera manzana

María no pagó escote.

(Emblema que portaba uno de los personajes –al estilo barroco– de la Cabalgata organizada en 1618 por la Universidad de Baeza, con motivo de la Jura Inmaculista).

María Dolores rodríguez Godino, Margaritas Hispánicas