De la pertenencia (y II)

Pablo III inspirado por la Fe para convocar el Concilio de Trento, Sebastiano Ricci

En la anterior entrega de este artículo, tras formular la constitución antropológica de las instituciones naturales, concluimos dilucidando la existencia de ethos diferenciados según el modo en que los grupos humanos afronten las sucesivas crisis institucionales.

Por ethos revolucionario comprendemos aquel que formula acabar con las instituciones, degeneradas o colapsadas, al considerarlas ya insalvables, opresivas en su decadencia, para así crear un orden institucional nuevo: aquello que Walter Benjamin definió como hacer saltar el continuum de la historia. Una tabula rasa. Martín Lutero dictó abolir la totalidad de las peregrinaciones argumentando que algunos penitentes se alejaban del camino para recaer en burdeles. Matar moscas a cañonazos.

El ethos tradicional, en cambio, dispone mantener las instituciones naturales y procurar su recto funcionamiento, salvaguardando los vínculos venerables de condición universal sobre los que aquellas se asientan, anteponiendo la rectificación a la mudanza. No obstante, ya que la tradición no es estática, sino que está sujeta irremediablemente a dinámicas circunstanciales, admite en su idiosincrasia un tipo de reforma, que es de tipo congregante; es decir, incorpora, en el curso, si es exigencia, aquello que da cumplimiento al principio de no contradicción otorgando unidad a los elementos nuevos en su relación con las partes anteriores y con la totalidad. Un ejemplo de este tipo de vía fue la unificación de los ritos litúrgicos en el Medievo y en el Concilio de Trento.

Al tener su fundamento en los vínculos naturales, el ethos tradicional tiende a la universalidad aun en los momentos de reforma. Santo Tomás se expresó en términos similares acerca de la Santísima Trinidad: Deus est relatio, non autem relativa quia non mutabilis.

Contrariamente, el reformismo disgregante es propio del ethos revolucionario. Entre los retóricos del Renacimiento ya se observó la aversión de quienes defendían la imitatio ciceroniana (rectitud, dogma) ante la imitatio erasmista (eclecticismo), el modus scholasticus frente al modus oratorius.

El giro más cruento en la negación de los vínculos naturales ha sido, empero, el liberalismo moral anexo al liberalismo económico: el libre mercado de bienes materiales para satisfacción de la voluntad total de cada individuo, expresada sin otro criterio moral que el placer o el displacer particularizado. Así, para el anti innatista Juan Locke, el único hecho universal en la naturaleza humana es la tendencia a buscar el goce y huir del dolor, nada más, y de esta suerte ordena los juicios sobre el bien y sobre el mal. La manifestación más nauseabunda de aquel enunciado probablemente se encuentre en el objetivismo de Ayn Rand.

Contra la disolución de nuestra naturaleza relacional, suscitada por intereses financieros que pretenden erigir un mercado global de voluntades singulares y amputadas de moral genuina, sólo cabe amarrarse a la tradición y reafirmarnos en la corona de todos los vínculos: o sacramentum pietatis, o signum unitatis, o vinculum caritatis.

Rubén Navarro Briones, Círculo Tradicionalista San Rafael Arcángel (Córdoba)