La glorificación (puritana) del trabajo (I)

Entrada frontal del Campo de Concentración de Auschwitz, Polonia. REUTERS/Irek Dorozanski

Somos conscientes de que vamos a tocar aquí un tema muy delicado que, por experiencia personal, suele levantar animadversión y rechazo en el interlocutor (y en especial en los de carácter conservador «piadoso»); rechazo que nosotros no podemos sino interpretar como un síntoma claro de la venenosa influencia mental ocasionada por el viciado clima o ambiente social producido por la nefasta política financiera que caracteriza a nuestra Edad Contemporánea.

Nos referimos a la desmesurada exaltación atribuida al trabajo en la economía productiva, elevándolo a poco menos que a una especie de sentido último de la vida y horizonte fundamental de la existencia diaria humana. La mentalidad ideológica que se desprende de esta desorbitada consideración del trabajo productivo, está tan extendida y ha calado tan profundo en las «sociedades» de masas occidentales, que creemos que no se aleja mucho de la verdad quien considere que constituye una de las más firmes cadenas que aherrojan al proletario o nuevo esclavo. No es extraño, pues, que esta concepción contemporánea del trabajo terminase también consagrándose en los textos constitucionales del siglo XX, época de su mayor desarrollo.

En nuestra Península, primero con el llamado «Fuero del Trabajo» (1938), donde se proclama (Declaración I, 5): «El trabajo, como deber social, será exigido inexcusablemente, en cualquiera de sus formas, a todos los españoles no impedidos, estimándolo tributo obligado al patrimonio nacional». Postulado que se dejó intacto en la reforma constitucional demoliberalizante de 1967, pretendidamente destotalizadora. Y que ha quedado resumido de manera más concisa y escueta en el art. 35 de la presente reforma constitucional de 1978: «Todos los españoles tienen el deber de trabajar». No queremos entrar en la forma en que los poderes revolucionarios han organizado la moderna «protegida» esclavitud a través de aquella rama del «Derecho» Nuevo conocida como «Derecho Laboral», aplicable a esa novedosa clase social del «trabajador». Aquí, como decimos, vamos a centrarnos sólo en la doctrina ideológica forjada como sustento «racionalista» de esta forma «social» de vida, y que hunde sus raíces en la monstruosa concepción puritana sobre el hombre.

La situación económica real de nuestra era la resumió muy bien Douglas en una conferencia dada en Newcastle en 1923, titulada «El quiebre del sistema de empleo»: «Os encomendaría, pues, la más seria consideración de este asunto: si deseáis que se haga del sistema económico el vehículo para un gobierno invisible, sobre el cual no tenéis ningún control, que no elegisteis, y que no podéis suprimirlo una vez que aceptáis sus premisas; o si, por el contrario, estáis determinados a liberar las fuerzas de la ciencia moderna, de tal forma que vuestras necesidades de bienes y servicios puedan ser satisfechas con creciente facilidad y decreciente esfuerzo, permitiendo así, a su vez, a la humanidad dedicar su energía a esferas de esfuerzo completamente más elevadas que aquéllas que implican la mera provisión de los medios de subsistencia». Y añade, poco después, la siguiente anécdota personal reveladora de la mentalidad de los sociólogos que están detrás del sistema económico moderno, y que, lamentablemente, se ha extendido en las disociedades modernas:

«Normalmente, una vez que se han resuelto las objeciones cuasiprácticas [que se plantean contra el Crédito Social], uno se encuentra con que el objetor revela su verdadera posición, que es la que él llama objeción moral: la del que odia la misma idea de que alguien pudiere estar cómodo en este mundo sin haberse sentido muy incómodo durante el proceso. Hace algunos años tuve la experiencia de discutir estas propuestas [del Crédito Social] con el Sr. y la Sra. de Sidney Webb, y, tras resolver, una tras otra, las objeciones planteadas a la factibilidad del Esquema, me encontré con una objeción con la que, debo confesarlo, me hallé totalmente incapaz de tratar, y reconozco esa objeción en el “Informe del Partido Laborista sobre las Propuestas de Douglas” [Informe con dictamen negativo, emitido hacia Julio de 1922, y que el Partido Laborista había encargado a un Comité compuesto por Sidney Webb y otros fabianos]. Las palabras con las que me fue formulada son dignas de que se registren. Fueron éstas: “No me importa si este Esquema es sano o no; no me gusta su objetivo”. Ésta es una cuestión nítida; es una cuestión que va directa al fundamento de la filosofía humana. Ella afirma que la naturaleza humana es esencialmente vil, y que sólo se la puede mantener dentro de sus límites manteniéndola tan ocupada que no tenga tiempo de meterse en travesuras. No tengo ninguna duda de que esta filosofía está en la raíz tanto del sistema económico presente [= capitalista], como de todos los Esquemas socialistas de administración económica y social nacionalizada que han culminado en la República Soviética Rusa». En verdad, bien puede decirse que todos los apóstoles del culto «redentor» del trabajo se unen en un mismo lema: «El trabajo os hará libres».

(Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano