La glorificación (puritana) del trabajo (y II)

Manifestación callejera con ocasión del «Día del Trabajo»

Esa misma denuncia contra la ideología «moral» puritana del trabajo, la encontramos en los grandes filósofos del siglo XX: Rafael Gambra, Marcel de Corte, Dietrich von Hildebrand, Gustave Thibon, Josef Pieper. Sobre todo destaca este último con su trabajo «Ocio y Culto», integrado en la obra recopilatoria traducida y titulada El ocio y la vida intelectual (irónicamente publicada por una editorial vinculada a cierta asociación de apostolado seglar cuyo leitmotiv es «la santificación por el trabajo»). En él afirma: «La creencia más íntima que sostiene esa revalorización del esfuerzo parece ser la de que el hombre desconfía de todo lo que es fácil, que únicamente quiere tener, en conciencia, como propiedad, lo que él mismo se ha conseguido con doloroso esfuerzo y rehúsa admitir regalos».

Douglas confirma esta ponzoñosa atmósfera política y mental en otro Discurso suyo en Newcastle, esta vez en Marzo de 1937 (y que ya mencionamos en nuestro artículo «La Seguridad Social como sistema de esclavitud»), donde dice:

«Si uno pudiera solamente persuadir a la población para que reclamara aquello que quiere, en lugar de reclamar algún método a través del cual ella piense que lo que quiere se le podrá dar, entonces el problema quedaría medio resuelto. […] Al trabajador de este país se le ha enseñado, a través de propaganda de todos los tipos, que constituye algo meritorio para él decir “Yo quiero trabajar”, pero constituye una cosa despreciable el decir “Yo quiero dinero”. Otra vez de nuevo, por favor no piensen ustedes que estoy sugiriendo que haya algo de virtuoso en la pereza. Lejos de ello. Pero tampoco hay nada especialmente virtuoso en el trabajo. Yo he trabajado como mínimo igual de duro que la mayoría de la gente, y la mayoría del tiempo lo hice porque me gustaba. El individuo humano saludable requiere trabajo [= actividad] de algún tipo, del mismo modo que necesita comida; pero no será un individuo saludable –en todo caso mentalmente– si no es capaz de encontrar trabajo [= actividad] para él mismo, y probablemente encuentre trabajos [= actividades] que él pueda hacer mucho mejor que aquéllos que algún otro le organice para él. Si él no pudiera, debería ir a una institución mental, que es en donde, de hecho, estamos la mayoría de nosotros, siendo la oficina central el Banco de Inglaterra».

Los grandes filósofos antedichos subrayaban como uno de los rasgos (anti)sociales propios del siglo XX la extensión del pecado capital de la acidia, que nuestros Catecismos traducen de manera inexacta con el término de pereza, siendo paradójicamente una de sus manifestaciones peculiares la necesidad de una continuada y frenética dedicación laboral.

Lamentablemente, Douglas pudo constatar que esta tendencia idolátrica del trabajo se infiltraba y extendía también en los ambientes católicos (quizá por influjo de la «moral» jansenista tan del gusto de los Gobiernos liberal-«católicos» revolucionarios). En un artículo (The Social Crediter, 24/07/1948), tras alabar a la Iglesia Católica como única defensora de la visión cristiana de la economía y de la filosofía social, se lamenta de una minoría de la Jerarquía de Quebec que se oponía al Crédito Social, encabezada por el Obispo Desmarais (Diócesis de Amos), quien, en una Pastoral, se chanceaba de esta frase de un parlamentario socialcreditista: «No estamos aquí en la Tierra para trabajar; estamos justamente aquí para procurar los resultados de nuestro trabajo». Y comenta Douglas al respecto: «Si el Rvdmo. Obispo no puede percibir la diferencia entre trabajo como un fin en sí mismo, y trabajo como medio para un objetivo claramente entendido, creemos que haría bien en dejar el tema a aquéllos de su Comunión que tengan un conocimiento más cercano de las ideas de Santo Tomás de Aquino». Aseveración totalmente justificada para cualquiera que esté familiarizado con los interesantes y detallados trabajos del publicista jesuita Narciso Noguer, principalmente el titulado «Sobre algunos textos bíblicos relativos al trabajo» (Revista Social, 1er Trim. 1920, reproducido en El Siglo Futuro 29/01/1921), y el bautizado «Doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre la obligación del trabajo» (Razón y Fe, T. 61, 1921). Por último, conviene recordar las palabras de Pío XI reconociendo el carácter simplemente relativo, y no absoluto, del trabajo (QA, §57): «Y no debe olvidarse aquí cuán inepta e infundada es la apelación de algunos a las palabras del Apóstol: “si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”; el Apóstol se refiere a los que, pudiendo y debiendo trabajar, se abstienen de ello, amonestando que debemos aprovechar con diligencia el tiempo y las fuerzas corporales y espirituales sin gravar a los demás, mientras nos podamos proveer por nosotros mismos. Pero que el trabajo sea el único título para recibir el alimento o las ganancias, eso no lo enseñó nunca el Apóstol (2Tes, 3, 8-10)». Ya pagamos tributo natural por el pecado original, pero para los puritanos –ocupados de nuestra «felicidad»– no es suficiente.

Félix M.ª Martín Antoniano