LXX aniversario de la proclamación del Rey Don Javier

Este 31 de mayo de 2022 se han cumplido setenta años desde que su Su Alteza Real Don Francisco Javier de Borbón Parma y Braganza fue proclamado legítimo Rey de las Españas. Con motivo de esta efeméride, nos hacemos eco en LA ESPERANZA de la entrada que ha publicado la página web de la Comunión Tradicionalista.

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Ya han transcurrido setenta años. No eran aquéllos tiempos fáciles para el Carlismo ni para la Familia Real proscrita. (Nunca lo han sido, en verdad). Pero un acontecimiento como el XXXV Congreso Eucarístico Internacional facilitaba las cosas.

Hoy puede no parecerlo, pero en 1952 un Congreso Eucarístico Internacional, convocado por el Papa Pío XII, revestía una enorme importancia. La gran cercanía de Don Francisco Javier de Borbón con el Sumo Pontífice y el hecho de que la Familia Borbón Parma colaborase desde siempre con los Congresos Eucarísticos Internacionales hacía más fácil su estancia en Barcelona, a pesar de la hostilidad del régimen imperante en España. También para el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista resultaba más sencillo reunirse y desempeñar abiertamente sus actividades.

Así el día 30 de mayo elevó dicho Consejo una Exposición y Dictamen, en nombre de los carlistas españoles, a S.A.R. el Príncipe Regente Don Francisco Javier de Borbón Parma y Braganza. El día 31, en el salón de actos del Convento de los Padres Carmelitas de Barcelona, a las seis de la tarde abre la sesión, con la venia del Príncipe, el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, don Manuel Fal Conde, quien dio lectura al dictamen, que Don Javier ya conocía. Tras ésta, el Príncipe contestó con la Declaración que a continuación se reproduce.


Mis leales Consejeros:

He visto con gran atención los distintos informes que se han concretado en la ponencia que me acabáis de leer y he oído con verdadera emoción.

Comprendo perfectamente vuestras ansias. Son ya dieciséis años casi, desde que me nombró Regente nuestro llorado Rey Don Alfonso Carlos (q.s.g.h.) y desde que juré ante su cadáver cumplir esta tan gloriosa y difícil misión de mantener enhiesta la Bandera carlista, nobilísima.

Entonces, en 1936, teníamos derecho a esperar que la victoria nuestra contra la revolución roja diera paso a la Regencia legítima. Los acontecimientos han sido contrarios. Vosotros, mi querido Jefe Delegado puesto por el Rey hace dieciocho años, y vosotros los miembros de la Junta, los Jefes regionales y provinciales, los Consejeros nacionales y todos los que formáis nuestros cuadros sabéis bien de los heroicos sacrificios con que me habéis asistido en este largo y duro período del interregno.

Os profeso el mayor agradecimiento y guardo en mi alma la admiración a vuestra acrisolada lealtad.

Hoy, aquí reunidos en la capital del principado, en este magnífico Congreso Eucarístico, unidos en la Comunión con Nuestro Señor Sacramentado, quiero hablaros con todo el sentido de mi responsabilidad.

La autoridad soberana requiere para su ejercicio, cuanto más para su instauración, la concurrencia de la sociedad y la colaboración de sus hombres representativos.

Huérfanos los pueblos de legítima autoridad, acaban por ignorar su propio bien, cuando no lo rechazan a la manera de aquél que pedía cayera sobre sus cabezas la sangre del Justo.

La Comunión Tradicionalista, la genuina representación ideal de España, por lo mismo que cifra la salvación de nuestra sociedad en la restauración de la dinastía titular de la Monarquía legítima, tiene el claro concepto de lo que significa la proclamación de Rey; Rey de derecho. Rey de derecho no es la frívola significación de lo que el vulgo llama Pretendiente. Rey de derecho es una bandera de justicia, un programa de reivindicación, un paladín de causa noble, una promesa de salvación. Pero además es un ejemplo y una vida de hondos sacrificios, totales renunciadores, línea y camino, de padres a hijos, de servicios y trabajos.

Mientras, la victoria inicia rutas de superación de todas esas abnegaciones.

Hasta entonces yo no paso de ser, pues que así lo pedís y así lo impone mi deber jurado, más que Rey de los carlistas, Rey de la representación ideal de España, Rey de la Monarquía ideal.

Fijaos bien que al aceptar la realeza de derecho de España no hago sino radicar en mí la suma copiosa de deberes sagrados que a mis mayores unió a esta noble nación.

Las revoluciones han borrado de las conciencias el concepto de la realeza legítima y de las obligaciones del pueblo. Sin oportunas circunstancias y preparación adecuada, una proclamación de derechos al trono puede ser inoperante cuando no contraproducente. Ésa es vuestra labor. Como tarea mía, ultimar trámites que estimo necesarios. Quedan de ese modo diferenciados estos dos momentos: mi resolución a vuestro ruego de asumir el Derecho Real vacante y el de su promulgación oficial y juramento con mi hijo, llamado a heredarme, y que ahora está impedido de concernir.

Para el mismo escribo una carta de la que haga depósito en manos de mi Jefe Delegado, que es ya el documento auténtico de mi acuerdo; suficiente, él solo, para asegurar la sucesión legítima de nuestra Monarquía si durante estos trámites, no obstante que sean breves, Dios Nuestro Señor quisiera cortar mi vida que a Él, en su Divina Realeza, ofrezco en holocausto por esta Su Causa.

Con el corazón repleto de emociones que vuestra lealtad me causa, como Rey vuestro y en camino, tan penoso como sea menester, para serlo de todos los españoles, os invito a laborar sin desaliento hasta la victoria y la salvación.

Barcelona, 31 de mayo de 1952.

Francisco Javier de Borbón.


El ya Rey Don Javier leyó a continuación la carta que dirigía a su hijo primogénito Carlos Hugo. (Éste, apartado por entonces de su Familia y de cualquier deber de realeza, no se dio por enterado durante algún tiempo; aunque después retomó con entusiasmo su papel de Príncipe de Asturias. Que unos años más tarde traicionaría irreversiblemente. Pero nada entonces permitía prever semejante desenlace, y en cualquier caso quedaban más hijos y sucesores).

Y, como termina el acta de aquella memorable ocasión:

Al levantar S.M. la sesión, todos ellos besan con emoción la mano de Don Javier en señal de acatamiento.

Como acto final de esta reunión del Consejo, pasan todos los asistentes a la iglesia, donde se celebra un breve acto eucarístico, terminando con un Te Deum.

Barcelona, 31 de mayo de 1952.

Ya no teníamos a Su Alteza Real Don Francisco Javier de Borbón Parma y Braganza, Infante de España, Príncipe Regente; teníamos a Su Majestad Católica Don Javier I, Rey legítimo de las Españas, por la gracia de Dios. Quien finalmente reclamaría su presencia ante Su trono el día 7 de mayo de 1977, habiendo Don Javier apurado toda clase de amarguras, que lo convirtieron en verdadero holocausto por la Causa, como él había ofrecido aquel 31 de mayo de 1952.