Del hombre y la costumbre

Ecce Homo, Juan de Juanes

Es natural entre los hombres adherirse al orden en la vinculación para alcanzar cualesquiera fines; pero dicha ley no consagra, por sí misma, ni la armonía de las partes ni la cualidad del fin. A propósito de cada uno de estos órdenes concretos, se ha estimado pecado, ab antiquo, aquello que significara ruptura de lo convenido como ordenación: en este punto determinamos el sentido de las alianzas mundanas y divinas para con el pecar de los hombres, que esto es la incontinencia de la voluntad (el medio) con respecto de la norma (el continente) y que concluye en desórdenes civiles y antropológicos, pues que la jerarquía natural nos dice que ha de precisarse correspondencia entre aquello que es mandamiento para el hombre solo y lo que se asuma como principio de buen gobernar. Es así que los órdenes terrenales deben de someterse a un regimiento superior, inamovible y eterno, porque, si hay inmanencia en el pecado, también en la justicia sobrenatural que lo discipline, disculpe y prevenga. Con ello que nuestro esfuerzo no pueda sino hallarse siempre encaminado hacia Dios, antes que todas las demás cosas, pero también en interés del Príncipe, si este salvaguarda la piedad del bien común, y no menos de acuerdo con nuestras obligaciones de vínculo natural, porque esa es la comunión de órdenes en que Dios nos ha tendido para este mundo.

De modo que lo opuesto al pecado es la continencia o adecuación a la norma del continente, y han existido, desde el origen, muchas leyes para tantos muchos órdenes de vulgo, pero sólo una ley paterna puede ser consecuentemente propicia para el colectivo de sus hijos supra voluntatem eorum; ley que llamamos, de esta manera, sobrenatural, por suma, y que es la Ley Divina que se ha revelado y que además es tradición natural entre los hombres, por cuanto tal misma fue la historicidad del Cordero: de doble naturaleza. Así pues, sólo la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana guarda una Fe legítima, y sólo la nuestra puede llamarse religión: las restantes leyes que se quieran probar sobrenaturales o divinas habrán de ser resultado, por fuerza, de sectas heréticas, si invocan originarse en el Evangelio, o de cultos paganos, si nos son alienas.

No hay adecuación, para con lo dicho, en afirmar eso que se llama ethos católico o cultura de lo mismo, toda vez que ethos es imagen de la costumbre, de lo accidental y relativo, pero no de la esencia humana; y así, porque Dios no puede requerir de nosotros algo que no sea propiamente nuestro y perfectamente adecuado, concluimos que lo más justo es hablar antes, y con mayor esclarecimiento, de un ánthropos católico, que siempre será sinónimo de ortodoxia antropológica universal.

Ahora bien, pese a que las leyes heréticas o paganas pueden incluso hacer del pecado costumbre, la armonía para con la verdadera Ley no entraña una liberación mecánica del transgredir por parte de los hombres, como sabemos, porque la incontinencia del pecado desvincula, nos extrae del orden continuamente, y esto sólo puede ser efecto de la mácula en el obrar humano, no de la voluntad divina. Se cuentan, así, dos vías para manejar el desorden, una anterior y otra posterior a la ruptura: en anticipo, la privación o sacrificio disuade del pecado conteniendo la voluntad; después, el perdón restituye el orden que se ha contravenido, porque también entraña una manera de sacrificio para la voluntad de quien perdona. La suma natural de estas acciones es aquello que llamamos amor o caridad, y los hombres pueden ofrecer dicha virtud suya para reparar desórdenes civiles o antropológicos de forma transitoria, pero sólo el Divino Cordero pudo reestablecer in æternum todos los desórdenes que ha habido y que aún ha de haber, sacrificándose a Sí mismo, humillando la voluntad del Hijo en orden para con la del Padre, a causa de nuestras incontinencias; porque Su amor nos ha vinculado de manera sobrenatural con un mandato para la comunión, y es debido a esta potencia y señorío Suyo sobre todas las cosas que decimos «¡Viva Cristo Rey!»; es decir, que sólo en Él es posible restaurar la naturaleza de nuestra patria.

Rubén Navarro Briones, Círculo Tradicionalista San Rafael Arcángel (Córdoba)