Quedan pocos días para el mes de marzo, dedicado a honrar especialmente a los mártires de la Tradición. Hoy la Iglesia se anticipa y venera a uno de sus hijos, el beato Noël Pinot, sacerdote que fue martirizado durante la persecución anticatólica, iniciada por los esbirros movidos por las ideas liberales de la Revolución Francesa.
Nació en Angers, Francia, en 1747 y era el último de una familia de 16 hijos. En 1770 fue ordenado sacerdote y cuando se desencadenó la Revolución era párroco de Louroux-Béconnais, donde vivía como «el primer pobre de la parroquia», dedicando su vida a los enfermos y los pobres. Noël Pinot se negó a prestar juramento a la Constitución Civil del Clero. El 27 de febrero de 1791, tras celebrar misa, subió al púlpito para explicar en público su negativa a prestar tal juramento: recordó que sus poderes espirituales sólo procedían de Dios y no de una ley civil. Comenzaron desde entonces años de gran sufrimiento entre los tribunales y periodos en prisión, con prohibición de ejercer su ministerio. El día 8 de febrero de 1794 fue detenido al ser traicionado por un feligrés al que había prestado su ayuda. En el momento de su detención se disponía a celebrar una misa clandestina en una granja.
No debe sorprender que un tribunal revolucionario lo condenara a muerte sin más trámite y sin apelación posible. Hoy, 21 de febrero de 2023, es el 229 aniversario de su ejecución. Para burlarse de él, los revolucionarios quisieron que se revistiera con sus vestiduras sacerdotales. El padre Pinot subió las escaleras del patíbulo recitando las oraciones al pie del altar de la misa «introibo ad altare Dei». Se dejó atar del mismo modo en que su Maestro, Jesucristo, se había dejado clavar a la cruz. Fue ejecutado al grito de «¡viva la República!» Era viernes y eran las 3 de la tarde.
La clara voluntad sacrílega de los revolucionarios dejó paso a lo sublime. Esta ejecución fue una glorificación del sacerdocio católico, que continúa en la Iglesia para actualizar el santo sacrificio de la redención. El padre Pinot demostró hasta qué punto el sacerdote en el altar se identifica con Nuestro Señor, que actúa en él y a través de él en la celebración de los sacramentos.
Fue beatificado en 1926 por el papa Pío XI.
«Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto» (Rom. XII, 1).
Ana Herrero, Margaritas Hispánicas
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