Política anfisbena

Anfisbena, por Carmen González Moreno

En su empresa Lethale venenum, Veneno mortal (1680), don Juan de Borja representa los daños que una autoridad dividida produce en la sociedad. Con la alegoría de la serpiente de dos cabezas simboliza la fragmentación de la obediencia, quebrantada por la ambigüedad; y la ruptura del poder político, herido por una contradicción nihilista y suicida: «Todos los daños que han sucedido en el cielo y en la tierra han sido por no conformarse a obedecer a una cabeza» (pág. 312).

El autor comenta primero su consecuencia teológica: «esto fue lo que echó a Lucifer del cielo y a Adán del paraíso». Segundo, sus efectos temporales: «Esto es lo que ha destruido todas las monarquías y los reinos del mundo». Tercero, su conclusión antropológica: «lo mismo […] es en este pequeño mundo que es el hombre». Y cuarto, enuncia la tesis: tanto en el orden sobrenatural como en el natural, tanto en una dimensión teológica como política, moral, social y personal, «no conviene sino adorar y servir a un Dios, y guardar una Ley y servir a un Rey», pues «no puede haber veneno más mortal que el cuerpo en que hubiere dos cabezas» (312).

La política que profesa el catolicismo modernizado es anfisbena. Por muy bien intencionada que esté, si actúa con dos cabezas no podrá evitar los daños que difunde la propia fragmentación. Repartir la obediencia sin un criterio ordenado, poniendo una vela al Leviatán y otra a Dios, es destruirse a sí mismo.

Este es el drama político del nuevo catolicismo: que pretende mantenerse católico dando culto a Dios y al Leviatán al mismo tiempo; guardando simultáneamente la ley eterna y su contradicción; sustituyendo la unidad católica por la fragmentación liberal global. Pero olvidando que no pueden convenir luz con tinieblas en una misma caja de Pandora, por más que se compriman a fuerza de reclamaciones y contrarreclamaciones (Turgot).

Los daños que produce este numen anfisbeno, legitimador de ilegitimidades, continuador de lo discontinuo, no cesarán hasta que se corrija el rumbo y se declare como error lo que en verdad lo es. Mientras tanto, atendiendo a la razón y a la locura al mismo tiempo, se proseguirá sumergiéndolo todo en las aguas territoriales del monstruo, hasta que no quede casi nada.

David Mª González Cea, Cádiz