Irene Montero. El fracaso del clericalismo ejemplificado

El Azobispo de Valladolid Luis Argüello

La Ministra de Igualdad, Irene Montero, vuelve a ser noticia. No pretendo abordar las recurrentes y groseras obsesiones de la señora Montero, sino centrar la atención en una conclusión extraída a raíz de algunas reflexiones.

Como es sabido, no es la primera vez que Montero aboga por la libertad sexual infantil. La primera vez, sin con ello enjuiciar por mi parte todas sus intenciones, recibió multitud de críticas fundadas en la intolerable lectura pederasta de sus palabras. En medio del gallinero un obispo alzó la voz, pero, como nos tienen acostumbrados, de manera infeliz.

Luis Argüello, obispo de Valladolid, salió en defensa de Irene Montero, señalando que no creía que su intención fuera blanquear la pederastia. Independientemente de que es posible que el mitrado estuviera en lo cierto y respondiese a un acaloramiento del momento, la lectura, a raíz de los hechos acaecidos recientemente, se torna interesante.

La reincidencia de Irene Montero en la liberación sexual infantil, revestida de justificación por la vez anterior, no sólo simboliza la pútrida situación actual, sino la derrota del clericalismo -una vez más- como táctica.

El clericalismo, entendido de manera técnica, según la acepción que le concedió Augusto del Noce, consiste en la tendencia de los eclesiásticos a bautizar el estado de cosas para evitar quedarse fuera del ritmo de la Historia. Más allá de las implicaciones hegelianas que implica el propio clericalismo, lo que me interesa señalar es su perenne fruto: la derrota. La razón es simple, pues si la acción se condiciona a opinar -favorablemente- sobre cada asunto que se torna efectivamente relevante, la opinión es siempre posterior al hecho y, al no venir más que a aplaudir, irrelevante.

No juzgo, Dios me libre, las intenciones que llevaron al obispo de Valladolid a pronunciarse sobre el tema. Sin embargo, la contumacia de la Ministra evidencia que, aun asumiendo los mejores deseos, el clericalismo como táctica implica el fracaso sustantivo.

El clericalismo ha conducido a la Iglesia a un callejón de difícil salida, pues el papel que tiene ahora, en esa Historia progresiva con la que se obsesionó fusionar al bendecirla, se reduce a aplaudir y callar. Las componendas de los eclesiásticos con regímenes e ideologías anticristianas son empleadas a modo de látigo por el Mundo, quien les recuerda la incoherencia de rechazar los frutos de un árbol previamente por ellos bendecido. El liberalismo descristianizó la política, y los eclesiásticos celebraron a posteriori la «sana laicidad», secularizó la sociedad, y los eclesiásticos se escondieron tras las «legítimas opciones», disolvió la familia, pues las «teologías» corporales no consiguieron frenar la revolución sexual. La señora Montero es ejemplo de que la revolución avanza, D. Luis Argüello lo es de que los eclesiásticos, a la postre, la siguen.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense