Historias puñeteras: de jueces y letrados (I)

Tanto las viejas como las Nuevas historias puñeteras del siempre agudo Fernando Vizcaíno Casas QSGH merecen la lectura. Sobre todo para los que se ganan el sustento en o han sido criados a los pechos del mundo judicial. Sin embargo, no sé si su justamente celebrado sentido del humor habría resistido el último alud de legislación sanchecista y las más recientes medidas del Ministerio de Justicia y otros brazos armados del citado (y querido) Líder. En otras palabras, si D. Fernando levantara la cabeza, no sé si tendríamos unas Novísimas historias puñeteras o, más probablemente, un Diario de mi exilio voluntario.

En cualquiera de los casos, estoy seguro de que compartiría conmigo mi más rendida admiración hacia los ciudadanos de este trasunto de país que es la España post-traumática, digo, post-Transición, que se embarcan en el poco inspirador bajel de la Administración Pública para atravesar las procelosas aguas de la Justicia.

No es ya que los cambios legislativos sin ton, son, ritmo, compás, armonía —y ya, por no tener, sin instrumentos y sin voz— lleguen a las librerías especializadas con una frecuencia tal que ya comienza a ser raro que todas las editoriales jurídicas tengan todos los códigos puestos al día.  No es ya, tampoco, que, como advirtieron en su momento las más esclarecidas autoridades lingüísticas del Estado (a saber, el Ministerio sobredicho, la Real de la Lengua y D. Gildo García-Vao), algunos, si no muchos, si no todos, los proyectos normativos del presente Gobierno social-pudiente[1] adolezcan de los más variopintos, heteróclitos y a un tiempo arcaizantes y repletos de neologismos[2], vicios gramaticales y morfológicos. No es ya que el Ministerio no sepa contar y ofrezca a los angustiados opositores un cierto número de plazas para Judicatura en la convocatoria y que, después, dicho número se vea reducido, por arte de birlibirloque a la quinta parte; o que con una extremada diligencia, otros angustiados y hastiados opositores estén asistiendo, en estas mismas semanas, a la conclusión de los exámenes de las oposiciones al Cuerpo de Letrados de la Administración de Justicia de… ¡2019! No es ya que el mismo partido que denunció, con la boca hecha espuma, las puertas giratorias entre las grandes empresas con participación (o filia, en cualquiera de sus posibles acepciones) pública asista con nada disimulada complacencia al movimiento cuasi perpetuo de las puertas que giran (¡qué digo de las puertas! ¡De las mareas humanas que atraviesan los umbrales, tan numerosas que ha habido que desatornillar las puertas!) entre las diferentes (¿diferentes?) ramas del poder público. No, no es ya que hasta el tan cacareado desbloqueo (¿pero lo ha estado alguna vez?) del Tribunal Constitucional ejerciesen la más alta, altísima, celestial, jurisdicción en dicho órgano tantos señores (y señoras) Magistrados (y Magistradas) como señores (y señoras) jueces (y juezas; y juezos) de carrera se desempeñaban como miembros del Gobierno sin perder nunca, claro, la también fundadísima y alta, altísima, celestial, esperanza de volver en su momento a revestir la toga y las puñetas para seguir haciéndonos la ídem, pero en sede judicial en lugar de en sede parlamentaria. 

No es eso lo peor. Lo peor es el síndrome de Estocolmo del funcionariado español en general y del funcionariado de la Administración de Justicia en particular.

(Continuará)

G. García Vao

[1] De Podemos, que viene de poder, o poderosos –que Dios nos asista- o pudientes -que salta a la vista-. Podemitas me parece una completa aberración, no por aceptada menos inaceptable.

[2] Utilizo, de la manera más deliberada posible, vocablos variopintos y arcaizantes también yo, en la fundada esperanza de que los miembros del ínclito Gobierno en cuestión no sean capaces de entenderme.