Cierra la última tienda de mi barrio

La confianza era la moneda de cambio, y el consejo, fundamento de una buena compra

Teresa Calvo. Imagen: Agencia FARO

Baja la persiana, por jubilación, el ultimo comercio del barrio, una tienda de ropa. Aunque tal vez habría que decir que cierra por extenuación, ya que sus hijos no proseguirán con el negocio, ahora ruinoso, signo de estos tiempos.

Según la consultora Nielsen, en los años ochenta había casi 100.000 tiendas tradicionales, frente a los menos de 2.000 supermercados. Actualmente hay 23.000 negocios independientes, frente a más de 10.000 supermercados sin contar los de mayor superficie. Por aquel entonces, las calles estaban salpicadas de pequeños negocios que vendían, con la cercanía y calidad de la vecindad, todo tipo de productos, muchos de ellos, de huertos no muy lejanos, en el caso de productos frescos.

La confianza era la moneda de cambio, y el consejo, fundamento de una buena compra. El bullicio, el ir y venir de vecinos, constituía la sangre que daba vida a las venas de la ciudad: el corrillo y la vida social; la ayuda y el saber. Y todo salpicado de carteles españoles que rubricaban nuestra tradición: Ultramarinos Manolo, Pescadería Maruja o Panadería Mari Luz.

Hacían referencia, además de su actividad comercial, a la persona que encarnaba el oficio, pilar sobre el que descansaba la fe sobre lo vendido: «son patatas de Juanito», que él mismo había sembrado, regado, mimado y cosechado. No eran de tipo Monalisa, Agria, Kennebec o Spunta; en absoluto. ¡Eran de Juanito! Carecían de etiqueta o código QR. No era necesario que indicaran el país de origen porque no muy lejos florecían las matas que las habían «parido».

Hasta al filete de ternera que te vendía el carnicero le podías poner cara cuando ibas de campo, a pocos minutos de tu casa. Y el queso fresco… lo era realmente.

Y la Sra. Pilar, de la tienda de ropa, que recordaba tu talla y te recomendaba que aquel pantalón del que te habías encaprichado te quedaría mal haciéndote un horrible globo en el bajo; y si era necesario, hasta te lo remetía: «ven mañana y lo recoges». Por no hablar de lo que los jóvenes de hoy ni imaginan: «llévatelo a casa y se lo pruebas a tu hijo cuando venga del colegio, ya me lo traerás», sin «ticket» ni factura, sin más recibo que el ser vecino.

Todos eran pequeños propietarios de los bajos de los edificios, a semejanza de las raíces de la arboleda del bosque que alberga la vida. Eran barrios.

Hoy, son residenciales, donde los bajos son garajes que esconden los vehículos que nos llevarán a kilómetros para hacer la compra en una gran área comercial o en un supermercado, donde ya no hay propietarios, sino asalariados; donde las patatas son de Francia, la fruta de Marruecos, el trigo del pan de Ucrania, las camisas de Bangladesh, los zapatos de la República Comunista China, los pantalones de Asia… donde la fruta es de foto y el sabor de papel cuché.

Ya no son barrios, sino zonas residenciales, para dormir y vegetar frente al Netflix; donde la vida se suple con el placebo de zonas verdes en donde no anidan los pájaros ni corren las estaciones. Tanto es así, que en no pocos lugares el césped es sintético.

Hasta las zonas residenciales tienen sus días contados: serán enjambre de soluciones habitacionales de compras «online», zulos a los que nos traerán en moto hasta el capricho consumista más delirante. Ya no hay bullicio, ni conversaciones, ni trato, ni vecindario: sólo asalariados, hijos de quienes fueron dueños, esperando el autobús eléctrico para comprar, para su ensalada «wok», una lechuga traída de Holanda.

Parafraseando a Chesterton: ¿Qué más me da que todas las tierras del condado sean propiedad del Estado o de Carrefour, Alcampo, Mercadona o Inditex? El caso es que no están repartidas entre pequeños propietarios. E insistía León XIII, en su encíclica Rerum Novarum, que el mejor sistema económico es aquel en que imperan los propietarios —pequeños propietarios— y no los proletarios. La razón es muy sencilla: el propietario es libre.

Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza

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