El 18 de julio, otro año más

NOSOTROS NO LOS OLVIDAMOS. OTRO AÑO MÁS.

Ni los próceres de la «memoria histórica» (hoy mutada a «democrática», calificativo ciertamente más fiel a la realidad, pues de histórica tiene mucho menos que de democrática), incoherentes idólatras de la libertad de expresión que pretenden tipificar en el Código Penal los más disparatados delitos políticos, ni los católicos tibios y liberales que rehúyen toda confrontación con el mundo (no digamos ya con la carne y el diablo), han conseguido, otro año más, que dejemos de celebrar desde estas páginas tan importante efeméride.

Dos textos traídos a vuelapluma pueden servirnos para recordar lo que significó aquella fecha a quienes, con nosotros, tienen mucho que celebrar hoy. El primero, del clásico de Álvaro d´Ors, La violencia y el orden, sobre la significación de la Cruzada del 36: «Que nuestra guerra del 36-39 fue una Cruzada y no una ordinaria guerra civil, eso es algo que resulta difícil de poner en duda, si no es por prejuicio contrario a la más patente evidencia. Las pruebas testimoniales son innumerables, muy conocidas y reiteradamente recordadas por los historiadores objetivos, por lo que no creo sea necesario repetirlas aquí. Una cruzada es una guerra en defensa de la Iglesia contra la agresión del infiel. Por eso tiene que ser la misma Iglesia quien declare el carácter de cruzada que una guerra puede tener: no los mismos guerreros que la hacen, sino la Jerarquía de la Iglesia. Así fue con nuestra Cruzada del 36, en virtud, sobre todo, de la muy conocida Carta colectiva del Episcopado Español, de 1 de julio de 1937, y de múltiples declaraciones singulares de los Obispos y el reconocimiento explícito de los mismos Pontífices Pío XI y Pío XII. Una Cruzada, y con Mártires. No habrá propaganda contraria que pueda anular esta evidencia, y si algunos que parecen católicos lo niegan, es, en el fondo, porque niegan que pueda haber Cruzadas, y prefieren olvidar a los Mártires».

El segundo de los textos, extraído de una reseña a esa misma obra del Profesor Miguel Ayuso en las páginas de Verbo, lo citamos más largo por lo que tiene de preciso al referir no sólo lo que aquella Cruzada felizmente fue, sino también lo que desgraciadamente fue el régimen que vino después: «Fue una reacción del sentimiento religioso herido ante la permanente agresión republicana. Fue el rotundo ¡no! que un pueblo arraigado en la fe opuso a una política que conducía de modo necesario a la ruina espiritual. Fue la comprensión. luminosa en un instante, de que muchas de las corrientes entonces triunfantes —y a las que, apenas remozadas, hemos vuelto  a abrir hoy alegres y confiados nuestras ventanas— no eran propiamente opciones políticas opinables, sistemas preferidos legítimamente por cualesquiera grupos para organizar la convivencia política. Se trataba —se trata— de sistemas globales, de cosmovisiones cabales que en su dimensión política no eran sino la puesta en práctica de una moralidad de inspiración filosófica anticristiana.

»Pero esta conciencia que como reacción —preferentemente religiosa— era tan clara, no llegó a fraguar en lo positivo con el reencuentro del sistema político tradicional, que había dado a España los mejores días de su historia y era el único que podía volver a dárselos. Quizá no haya habido otra ocasión igual en los dos últimos siglos para haber enderezado definitivamente —con todo lo que de pretencioso tiene hablar de definitivo entre los hombres— un rumbo, y quizá no vuelva a haberla. Ocasión, lo sabemos ahora, pero pudo saberse siempre, perdida en buena parte.

»Pues bien, si la guerra de España fue una Cruzada, si tuvo un sentido afirmativo y último de carácter religioso que excedía muy mucho del simple golpe de mano para asegurar una “República honrada” fue en buena medida por el pueblo carlista de Navarra, que ejercitó en grado heroico unas virtudes que ya son leyenda. Los requetés, con sus cristóforos y sus “detentes”, constituyen una ilustración suprema de lo que es una guerra religiosa. Pero, por otro lado, si sólo fue una Cruzada, si no llegó a ser propiamente la guerra civil que d’Ors cree que debía conducir a la legitimidad tradicional, fue a pesar de los requetés y precisamente por abandonar sus banderas y acallar sus canciones. En unas y otras estaba la continuidad de una historia y de una política. Ese siglo y medio de tragedias cuya sucesión se abre con la guerra realista y concluye con la guerra de Liberación».

Por último, es obligado en este punto colacionar aquellas palabras sobre los presos de Madrid que el gran Guillermo Arsenio de Izaga escribiera después de sufrir cautiverio junto con sus correligionarios, y que son perfectamente extensibles a cuantos lucharon por la patria y por la fe en aquella Cruzada: «Tenéis que convenir, por lógica e ineluctable consecuencia de los hechos, en que al morir por lo que murieron, fueron todos mártires de Cristo y mártires de España… ¡No los olvidéis nunca! Rendidles en el santuario de vuestro hogar el cotidiano tributo de vuestro piadoso recuerdo y de vuestras preces fervorosas, grabad en el corazón de vuestros hijos la veneración a su memoria y esculpid en su inteligencia la convicción de que ellos reinan después de morir, de que ellos ganan batallas después de muertos».

Nosotros no los olvidamos. Otro año más.

 

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

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