Las especias del rey y el papa espacial

Un carnaval ecuménico (exactamente como el de Asís, del tan extraña y sorprendentemente venerado papa polaco)

Jefe del Estado de Gran Bretaña

Recientes acontecimientos de ultramar requieren atención inmediata. Bueno, de ultramar y de no tanto, porque tanto a los peninsulares como a los de las nuevas Españas nos afecta, por cuanto que en todo rincón del mundo hay aún una plaza fuerte ocupada (ilícitamente) por los hijos de la Gran Bretaña. Y es que Carlos III ha sido coronado rey de un montón de sitios pintorescos y variopintos (aunque de bastantes menos que su madre, que en paz descanse). Los gibraltareños tienen nuevo monarca y los malvineses también.

No me atrevo a decir «¡viva el rey!», porque habida cuenta de su edad y de su mala salud (a la que en nada ha contribuido su tren de vida), podría parecer una broma grotesca. Y tampoco diré «¡Dios salve al rey!». Lo primero, porque podrían avecinarse represalias en forma de respuesta a estas líneas y tras estas últimas semanas mi anglofilia irredenta no está de humor para debates. Y lo segundo y más importante, porque a la vista de los fastos de la coronación, no tengo nada claro qué estamos diciendo cuando decimos «Dios» en la frase «Dios salve a Carlos III». Quiero decir, tengo muy claro, meridianamente claro, lo que yo estaría diciendo: «Que el Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, salve, es decir: mantenga con vida, salud y raciocinio al rey Carlos de Inglaterra y le conceda la gracia y la iluminación para abandonar la herejía y el cisma». Pero no tengo nada claro lo que «dios» pueda significar cuando lo ponemos al mismo tiempo y, pretendidamente¸ con el mismo significado, en boca del arzobispo anglicano de Cantorbery;  del Primer Ministro de Su Graciosa Majestad, hindú de religión, adorador de elefantes polibraquios y azules; del patriarca ortodoxo de Londres [sí]; del Gran Rabino de Inglaterra (que, curiosamente, no es la misma persona que el arzobispo arriba citado); y de toda una larga lista de gente muy conspicua que se cierra con una señora, sin duda muy respetable, pero que ostenta el dudoso cargo de Presidenta de las Iglesias Libres. Yo ya no sé en qué mundo vivo, eso lo tengo muy claro. Pero creía que habíamos alcanzado un cierto límite con la ordenación de obispas. Lo de las reverendas libres ya me sobrepasa.

Sacerdote de la «Iglesia amalgamada»

Porque el primer ministro quien, buen hindú, seguramente comenzó la soleada jornada en la que tuvieron lugar los fastos de la coronación ofreciendo una libación de Earl Grey y una ofrenda de porridge a sus divinidades protectoras en el santuario de su casa (porque es hindú y pagano, pero es un exquisito inglés), tuvo el insigne honor de proclamar, como si se tratase de un subdiácono de la vieja y rancia Iglesia católica, la epístola paulina escogida para la celebración. No sé cuál fue ni quiero saberlo. Diversas reverendas y obispesas participaron en la comitiva que aportó al arzobispo de Cantorbery las joyas de la Corona y, desde luego, tomaron también parte en la bendición del nuevo rey quien, de manera extraordinariamente elocuente, ya ha reiterado en diversas ocasiones su intención de hacer uso del título, originalmente conferido por León X a Enrique VIII y SUO IURE a Catalina de Aragón, de Defensor Fidei (católica, claro). Años, papas y excomuniones después, el título fue de nuevo otorgado por el Parlamento al rey Jacobo I, claro que con un sentido perfectamente distinto: Defender of the Faith (anglican, of course). Sólo que Carlos III se permite incluir una leve, ligera, casi insignificante modificación: suprimir el artículo: Defender of Faith. El juego de palabras es difícilmente traducible, pero resulta bastante claro: el nuevo rey no se pretende defensor de una Fe determinada, concreta, dogmática y fascista (sea ésta la rancia católica, la neocatólica vaticanosegundista o la anglicana), sino defensor de las fes, si se quiere o, de los que tienen fe (sea ésta judía, anglicana, ortodoxa, en elefantes azules de cien brazos o neocatólica; la católica, en Inglaterra, siempre está bajo sospecha).

De la serie «Futurama», primera Iglesia amalgamada

La idea no es nueva y tiene su correlato en la cultura popular en un fenómeno que ya hemos señalado en estas líneas: históricamente la religión católica (la rancia, la de siempre, la de Trento, la de Jesús de Nazaret) ha sido siempre considerada como prácticamente la única religión seria. En la cultura popular, insisto. Así, no necesariamente la verdadera, pero sí la única que se reivindica como la verdadera. No como la que hay que profesar para salvarse, pero sí como la única que se considera como la única. No como la religión de la gente santa y maravillosa bajo todos los puntos de vista posibles e imaginables, pero sí como la religión de la gente que pretende tomarse la religión en serio (y, por lo tanto, que se esfuerza positiva y, a menudo, penosamente, por ser santa bajo, al menos, algún punto de vista; el de Dios). Los ingleses, con su ingenio habitual, solían afirmar, cuando en Inglaterra era cuestión de dos credos, no de veinticinco mil, que la religión católica es la religión de los pecadores y los santos, mientras que la Iglesia de Inglaterra es para la gente decente. Me parece que el problema está muy bien explicado.

Encuentro ecuménico en Asís 1986

La siempre sorprendente Futurama tiene un personaje secundario, mudo, me parece y que sólo debe de salir en tres o cuatro episodios. Les recuerdo que la serie está ambientada en el año 3.000 y, sin embargo, la laicización rampante de la sociedad no ha causado tantos estragos como podría esperarse (quizá por aquello de la indefectibilidad divinamente asistida de la Santa Iglesia, pero ésa es otra copla). Siguen existiendo dos (siempre dos, qué curioso, como las dos ciudades. ¿De Dickens? O de San Agustín…) religiones en la Tierra: una, la religión universal o, Iglesia Amalgamada, un mejunje a gusto del consumidor de judaísmo, islam, diversas denominaciones cristianas, budismo, etc. Sus pastores-reverendos-imanes-rabinos portan todos los distintivos de las diversas religiones-originales a la vez: sotana y kipá, chilaba y una pesadísima quincalla al cuello con los diferentes emblemas. Hay otra religión que ha sobrevivido a la deletérea posmodernidad: la católica. ¿La vaticanosegundista? Es evidente que no. Sigue habiendo un papa y, en clarísimo testimonio de que se trata de la religión católica de siempre (la rancia, la de Nicea-Constantinopla, la de León XIII, la de la Santísima Virgen María y los 12 Apóstoles), el papa espacial es un saurio antropomorfo. Un papa-cocodrilo, un símbolo antediluviano donde los haya. ¿Qué Futurama se burla así de los católicos? Pues ojalá todo el mundo se burlara de nosotros así: los únicos que pueden plantar cara a una religión amalgamada universal, en la que se unge al rey con un crisma vegano, hecho con especias venidas de toda la Commonwealth, pero sin los tradicionales ingredientes «de origen animal», no vaya a enfadarse la Pachamana, ella sí, real y concreta, no como el evanescente Dios al que se rezaba en otros tiempos en la abadía de Westminster. Regio óleo, no enviado desde el Cielo mismo a San Remigio, sino bendecido por un obispo anglicano y otro ortodoxo. Rutilante ceremonia, en la que paganos adoradores de elefantes son invitados a proclamar la Palabra del Dios vivo y único, antes de proceder a una bendición presidida por un cismático que niega la Presencia Real de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento y el culto a Su Santísima Madre, en la que participan rabinos, imanes, monjes budistas y señoras disfrazadas de obispo. Un carnaval ecuménico (exactamente como el de Asís, del tan extraña y sorprendentemente venerado papa polaco) en el que los únicos puntos en común parecen ser la adoración laica de la Madre Tierra, casa común de todas las religiones y monarcas de este mundo y la referencia a un dios desconocido, común, que lo mismo es una oca de tres cabezas que un carpintero de Judea. Poco importa. Ya hemos consagrado al nuevo Defensor de las Fes.

¿Y qué estaba haciendo el presente predecesor del cocodriloso papa espacial y dónde estaban los pastores de la Iglesia de Jesucristo? Pues el papa neocatólico, en Roma, como debía ser. Pero habiendo enviado sus mejores deseos, bendiciones y tres pedazos de la Vera Cruz a la charanga de Westminster. ¿Y el arzobispo católico de Westminster, sucesor de aquel venerable cardenal Edward Manning que se batió fieramente por el dogma de la infalibilidad papal en el primer Concilio del Vaticano? Pues ahí, al lado del elefantólatra y de la Reverenda Libertaria, bendiciendo al sucesor de Isabel I, terror de los católicos.

¡Dios nos salve del rey!

G. García-Vao

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